37

28 4 0
                                    

                                                                                                                                    Domingo, 13 de agosto de 2023


Me pasé media tarde llamando a Zaida y enviándole mensajes, pero no obtuve respuesta. Acabé por darme por vencido. Mañana lo seguiría intentando.

Estaba a punto de entrar a la ducha, cuando mi móvil empezó a sonar, lo tenía encima de un mueblecillo que estaba al lado del lavamanos, y me lancé a por él.

Fruncí el ceño cuando vi de quién se trataba.

—Te he pedido tiempo. —Fue mi respuesta al descolgar.

—Un... "¡Hola! ¿Cómo estás?" Estaría bien.

—Lo sé, Álvaro, pero ya sabes que acordamos.

—Di mejor, lo que tú me impusiste.

—Por favor... No me lo pongas más difícil.

—No entiendo por qué tenemos que distanciarnos cuando mejor estábamos.

—Ya te lo expliqué. —Solté un suspiro—. Solo mientras se calman las aguas. No es tan complicado de entender, Álvaro.

—Quiero que me digas la verdad, ¿ya no me quieres?

—No digas eso... —Estaba enamorada hasta las trancas.

—Entonces...

—Álvaro...

—Estoy en el portal de tu casa. Baja y hablamos con calma tomando algo.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Estás aquí?

—Hija... —Mi madre tocó la puerta del baño.

Tapé el micrófono del móvil con la mano.

—Mamá, estoy hablando por teléfono, un momento.

—¿Con quién hablas? ¿Con zaida?

—No mamá, con una amiga.

—Si tú lo dices...

Escuché como se alejaba y volví a despapar el micro.

—Álvaro, ahora no es un buen momento. Estoy a punto de ducharme, ponerme el pijama y cenar para acostarme temprano.

—No me voy a ir de aquí sin hablar contigo. Si no bajas, no me dejarás otra solución más que llamar al timbre y subir.

—¿Estás loco? Ni se te ocurra, ¿me oyes? Ahora mismo bajo.

Colgué la llamada y me vestí con rapidez los leggings y la camiseta que llevaba puesta. Salí del baño y me dirigí a la entrada. Allí me calcé y cogí el bolso que tenía colgado en el perchero de la entrada.

—Aisha, ¿a dónde vas ahora?

—Me ha llamado María, quiere hablar conmigo de un problema que tiene.

—No me estarás miento...

—Que no... De verdad mamá, tranquila.

Salí por la puerta antes de que mi madre empezara a acribillarme con más pregunta y bajé las escaleras con tanta rapidez que casi me caigo.

Ahí estaba, de espaldas al portal, con las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero. Caminaba con nerviosismo: dos pasos hacia delante y dos hacia atrás.

Inspiré profundo antes de girar el picaporte.

—Cariño... te he echado tanto de menos...

Se inclinó hacia delante, tratando de besarme, pero retrocedí un par de pasos y aparté la cara.

—Álvaro yo...

—¿Qué pasa? —Arrugó la frente.

—Lo siento muchacho, pero mi hija ya no te quiere.

Me giré y mi madre estaba a tan solo unos metros por detrás de mí, con los brazos cruzados y con cara de pocos amigos.

—¡Mamá!

—Aisha, van siendo horas de que le digas a Álvaro la verdad. —La miré con los ojos abiertos como platos, ¿cómo le iba a decir lo que había escuchado?—. Dile que ya no estás enamorada de...

—No me metas, mamá. Por favor.

—Aisha, ¿qué está diciendo tu madre? ¿Es eso cierto? —Volví a girarme y Álvaro tenía cara de no entender absolutamente nada.

—Yo... Bueno... Es que...

—¡Vale! Ya me ha quedado todo claro, pero pudiste ser sincera desde el principio, ¿no crees?

—Lo siento, Álvaro. Mañana mi madre y yo renunciaremos a nuestros trabajos.

—Eso no tiene nada que ver. Una cosa somos nosotros y otra muy distinta, el trabajo. No quiero que por mi culpa os quedéis en la calle.

—Gracias, muchacho, pero Aisha tiene razón —intervino mi madre.

—Señora Fátima, no soy rencoroso. No se preocupe. Yo sé diferenciar el trabajo con la vida personal.

—Como tú veas... ¡Vamos, Aisha! —Mi madre me agarró del brazo y tiró de mí hacia el interior del portal.

—Lo siento, Álvaro.

—Pero...

Aparté mis ojos de los suyos, porque sé, que de no ser así, correría de nuevo hacia él para abrazarlo y besarlo.

Entramos en casa y fui directa a mi cuarto. Me desplomé en la cama boca abajo y me eché a llorar como una niña pequeña.

Me sentí la persona más vulnerable y a la vez más miserable de este mundo. Álvaro no se merecía eso. ¡No se lo merecía!

—Aisha, ¿puedo pasar? —preguntó mi madre desde el otro lado de la puerta.

No contesté.

Sentí como giraba el picaporte y luego sus pasos acercándose lentamente. Me acarició la espalda con la mano, haciendo círculos, tratando de calmarme. Sin éxito.

—Cariño, era lo mejor y lo sabes.

—Mamá, pero aun así, duele. Y duele mucho.

—Lo sé, mi niña, pero todo pasará.

—¿Y cómo va a pasar si lo voy a tener que ver cada día?

—Podemos buscar otros trabajos —sugirió.

Me giré en la cama y me quedé boca arriba.

—Mamá, los trabajos que tenemos ahora son muy buenos, ¿dónde vamos a conseguir otros iguales?

—No lo sé, Aisha. Pero podemos ir mirando, sin prisa.

Cogí aire y lo solté poco a poco.

—Puede ser, mamá. Puede ser...

AishaWhere stories live. Discover now