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El sol entraba con fuerza por la ventana y ya hacía calor, lo normal en esta época del año. Mamá y yo desayunábamos en la cocina.

Yo, deseando soltar todo lo que sabía.

Ella, intentando disimular, como llevaba haciendo toda la vida.

Las dos, interpretando bien nuestro papel.

Me armé de valor, ese que no tuve en toda la semana, para hablar con ella y contarle que sabía la verdad, o por lo menos, lo que había escuchado en el despacho de Don Bernardo.

—Mamá, tenemos que hablar.

—Dime, hija. —Parecía despreocupada.

—Ehhh...

Dejó de masticar y me miró muy seriamente.

—¿No habrás vuelto con...?

—¿Con mi hermano? —Terminé la frase por ella.

—Tú... Ehhh... Cómo... Tú... —Empezó a tartamudear y yo levanté un mensaje en respuesta, pues sabía de sobra que es lo que me quiso decir.

—¿Cuándo tenías pensado decirme la verdad? —Apoyé la espalda en el respaldo de la silla y me crucé de brazos.

Los segundos se hicieron eternos y a mí se me estaba acabando la paciencia.

—¿Y? —insistí.

—Hija... Yo...

—¿Yo qué, mamá? ¡Explícate!

—Lo siento, pequeña. No sabía cómo decírtelo y te veía tan bien con ese muchacho... —Mis lágrimas empezaron a rodar pro mis mejillas sin control—. Cariño, que conste que a mí Álvaro me parece un buen chico, ya lo sabes. Cuando me dijo su apellido me quedé con la duda y por eso no quería que siguieras viéndolo. —Se inclinó hacia delante, alargó los brazos y puso sus manos encima de las mías—. Luego, cuando estuvimos en el despacho de... ahí lo confirmé. Créeme que lo siento mi niña.

—Mamá, ¿tú sabes lo que esto significa para mí? Álvaro y yo... ÉL y yo... ¡Él y yo estuvimos juntos! —exclamé casi gritando con rabia.

Mi madre enmudeció. Aunque ya lo sospechaba, no tenía la certeza hasta este momento de que yo ya no era la niña ingenua de hace algún tiempo. Que había crecido. Que ya era toda una mujer.

—Tienes que olvidarlo.

—¿Y cómo se hace eso? ¿Tú olvidaste a mi padre? —No contestó y eso me dio la respuesta—. Sí tú no te olvidaste de él en más de veinte años, ¿cómo quieres que yo lo haga?

—Hija, debimos quedarnos en Ajdir y aceptar la propuesta de tu tío.

—Mamá, ¿qué narices estás diciendo? ¿Crees que eso hubiera cambiado lo que yo siento por Álvaro? ¿Acaso te hubiera gustado verme infeliz, viviendo con alguien a quien no quiero y dedicando mi vida a ser una simple ama de casa y parir hijos como si fuera una fábrica? Yo no nací para eso, mamá.

—Hija, perdóname. Pensé que esa era la solución. Me criaron así. Sé que tengo que cambiar, pero dame tiempo.

No pude evitar sonreí ante sus palabras.

—Mamá, te quiero mucho, lo sabes, ¿verdad? Sé que estás haciendo un gran esfuerzo en ir modernizándote. Ya fue un gran paso ir a la playa o deshacerte del Hiyab.

—No me lo recuerdes, Aisha. Pasé una vergüenza...

—¿Por qué? No es ninguna vergüenza.

—Ya sabes... El qué dirán...

Negué con la cabeza.

—¡Bah! Olvídate ya de eso. Por cierto, tengo una cosa en mente y no creo que te vaya a gustar.

—Hija, por favor, no puedes seguir con él...

—No es eso, mamá. Quiero hablar con mi prima Zaida y ayudarla a que venga aquí.

—¿Te has vuelto loca? —Se puso en pie—. Ella tiene su vida allá. Además, tu tío ya tiene planes para ella.

—Claro, los mismos que tenía para mí, ¿no? —Imité a mi madre y quedamos frente a frente—. Quiero que tenga una oportunidad. Zaida me ayudó a mí y...

—¿Cómo que te ayudó?

¡Mierda! Mi madre no sabía nada, aunque creo que tampoco, a estas alturas, le dijese nada a mi tío.

—Mira... Cuando estuve encerrada, mejor dicho, cuando me encerraste... —Sí, seguía un poco resentía con ella—, Zaida fue quien se puso en contacto con Álvaro y él me ayudó a salir de allí.

Mi madre se desplomó en la silla, diría, sin asomo de duda, que abatida por los acontecimientos pasados.

—Hija, no quiero problemas con mi hermano.

—No me digas que le tienes miedo. ¿Qué nos va a hacer? Estamos a muchísimos kilómetros, no puede hacernos nada.

—Pero...

—Pero nada, mamá. Lo he decidido. Si mi prima quiere, la voy a ayudar y punto —sentencié.

AishaWhere stories live. Discover now