Domingo, 11 de junio de 2023

Las horas pasaron sin darme apenas cuenta, y cuando miré el reloj, eran más de las cuatro de la madrugada. Habíamos ido a varios pubs y me dolían los pies de tanto bailar. No estaba acostumbrada.

Me acerqué a mi amiga, que estaba animada disfrutando de la noche, como todos nosotros.

—María, necesito irme a casa ya. Mañana a las doce del mediodía tengo que estar en el restaurante —informé muy cerca de su oreja para que pudiera oírme, pues la música estaba muy alta.

—Aisha, ¿no puedes quedarte un poco más?

—Sabes que no. —Negué al mismo tiempo con un leve movimiento—. Voy a pedir un taxi, no quiero molestar a Patri, que está muy entretenida con el chico ese. —Señalé con la cabeza hacia la dirección donde estaba nuestra amiga, que bailaba con Ángel, ajena a nuestra conversación.

—¿Te vas ya? —Miré hacia atrás y vi a Álvaro.

—Sí, mañana trabajo —contesté.

—¿Y en qué te vas? —Quiso saber.

—En taxi.

—No, mujer. Te llevo yo. Además, también me tengo que ir.

Levanté una ceja dudosa.

—¿En serio, Álvaro? ¿La puedes llevar tú? —María tenía una sonrisa que no le cabía en la cara—. Me quedo más tranquila.

—No hace falta, pero muchas gracias.

No sé qué intenciones tenía este chico, pero me causaba desconfianza tanta amabilidad y cortesía.

—No seas así.

—¿Así cómo, María?

—Desconfiada.

—Puede ser... —Dejé caer.

—Mujer, no voy a hacerte nada, si es lo que piensas —intervino Álvaro.

—¿Y cómo sabes lo que estoy pensando? —lo desafié.

—Porque conozco a las mujeres como tú.

¿Pero de qué cojones iba?

—No tienes ni idea —contraataqué.

—Haya paz, chicos. —María pasó sus brazos por encima de nuestros hombros—. Aisha, si quieres, hablo con Patri, le digo que me deje el coche y te llevo a casa.

Tenía que pensar seriamente en la posibilidad de sacarme el carnet de conducir, quizás algún día me haría falta, como ahora, por ejemplo.

—No, no. Está muy entretenida y no quiero aguarle la fiesta. Si se entera, querrá llevarme ella.

—Entonces... te llevo yo y no hay más de que hablar. —Álvaro dio por finalizada la discusión.

—Si no hay otro remedio... —Levanté una ceja mirando a María.

Finalmente, nos despedimos de todo el grupo y salimos del pub. Caminamos por la acera en silencio. Un silencio un tanto incómodo. Cuatro años estudiando con Álvaro y no sabía nada de él, nunca habíamos cruzado una palabra.

—Es por aquí —dijo señalando hacia la derecha—. Y cuéntame, ¿llevas mucho tiempo en España? Por tu acento, diría que sí.

—Pues... en abril hizo dieciséis años.

—Toda una vida.

—Sí.

—¿Y tus padres?

—Mis padres, ¿qué?

—Que si están aquí contigo.

—Vivo con mi madre.

—¿Tu padre sigue en Marruecos?

—No lo sé.

—¿Cómo puede ser eso?

—Es que no sé quién es mi padre. Mi madre nunca quiso contarme nada. —Solté del tirón y también el aire que estaba reteniendo sin darme cuenta.

De mi padre solo sabía que era Español y que mi madre y él se conocieron en Melilla. Me enteré por casualidad escuchando una conversación, pero eso no lo tenía que saber nadie, pertenecía a mi vida privada y quería que siguiera siendo así.

Nos subimos en un Audi TT de color gris ceniza. Se notaba que este chico era hijo de papá y mamá, como se suele decir, un niño bien.

—¿Dónde vives? —preguntó mientras ponía el motor en marcha.

—En la calle Alfambra. —Puso cara de no tener ni idea—. Yo te indico.

—Bien.

Empezó a conducir y conectó el aire acondicionado. A pesar de ser tan tarde, hacía muchísimo calor. Miré la temperatura en el móvil y marcaba veintinueve grados.

En la radio empezó a sonar El merengue de Manuel Turizo y Marshmello. Sin darme cuenta, empecé a mecerme al ritmo de la canción.

—Por lo que veo, te gusta la música.

—Sí. ¿Y a ti?

—Bueno, este no es mi tipo de música favorita, aunque tampoco me desagrada.

—¿Y cuál es?

—Soy más de la música de aquí, la del sur, el flamenco.

—¡Ahhh!

Fui indicándole cada calle por la que debía ir hasta que llegamos a la mía.

—Es el número cuatro —informé al tiempo que señalaba el portal con el dedo índice.

Álvaro aparcó en doble fila, sin apagar el motor.

—Ha sido un placer conocerte, otra vez.

—¿Otra vez?

—Te he visto durante cuatro años en la facultad, pero nunca habíamos hablado, y ahora que lo pienso, no sé por qué.

—Supongo que porque no se había dado el caso. —Me encogí de hombros.

—Bueno, eso puede cambiar. Puedes darme tu número de teléfono y así hablamos de vez en cuando, si te parece bien... 

Lo pensé durante unos segundos antes de decidirme.

—Vale —dije finalmente.

Él guardó mi número y me envió un WhatsApp para que yo guardase el suyo.

—¡Ya está! Ahora tengo que irme.

Inicié el movimiento para salir del coche, pero Álvaro me cogió de la muñeca.

—¿Y no hay un beso de despedida?

—¿Qué? —Abrí mucho los ojos—. Suéltame, por favor.

—He pensado que como te traje hasta aquí...

—Pues creo que te has equivocado. Yo no soy de esas mujeres que se van besando por ahí con cualquiera.

Tiré del brazo y me soltó de inmediato.

—Perdón, no quería molestarte. —El semblante le cambió por completo—. Pensé que... Bueno, no volverá a pasar, te lo prometo. —Parecía sincero.

—Eso espero. ¡Adiós!

Salí con rapidez, buscando las llaves en el bolso y entré en el portal. Subí los tres pisos al trote y entré en casa intentando hacer el menor ruido posible.

Mi madre me había criado con sus valores y jamás me había dado un beso con un chico, ni eso, ni otras cosas más íntimas. Quizás, porque tampoco se había dado la oportunidad.

AishaWhere stories live. Discover now