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                                                                                                                                       Sábado, 12 de agosto de 2023


Ese mismo día, le envié un mensaje a Álvaro, diciéndole que por unos días no debíamos quedar, para no enfadar más a mi madre y así estaría más tranquila. Era la única excusa que se me ocurrió en aquel momento. Él aceptó, a regañadientes, pero se portó genial el resto de la semana.

Solo me saludaba como un compañero más. Mi madre estaba convencida de que ya no había nada entre nosotros y yo pensaba en que debía hablar con él, decirle lo que había escuchado y terminar con esta mentira, pero no fui capaz.

También le escribí a María, ella era mi mejor amiga, y necesitaba soltar lo que llevaba dentro con alguien. Alguien de confianza. Alguien que sabía que siempre estaba ahí, en las buenas, en las malas, y en las peores. Esas personas que se contaban con los dedos de una mano. Alba, Patri y Martina también eran mis amigas, pero había cosas que solo se podían contar a una persona en concreto.

Habíamos quedado en vernos hoy al mediodía en la zona del puerto para comer juntas, así que me preparé, avisé a mi madre y salí de casa.

El aire caliente impactó en mi cara de golpe en cuanto abrí la puerta del portal y el calor sofocante entró por mis fosas nasales.

Llevaba unos pantalones cortos, de esos que a mi madre no le gustaban, y una camiseta de tiras finas de color blanca. Pensándolo bien, tendría que haberme puesto un vestido, pues a la altura de la cinturilla del pantalón empezaba a sudar. Debíamos estar a más de cuarenta grados y mi reloj marcaba las doce y veintiséis de la tarde.

Me gustaba caminar, pero hasta la zona de la Malagueta, había unos cuarenta minutos andando y con esta temperatura era un suicidio, así que me decanté por el metro.

Llegué enseguida y me senté en un banco mientras esperaba a mi amiga, que no tardó mucho.

—¡Hola, Aisha! —Me puse en pie.

—¡Hola, María! —Nos dimos un par de besos.

—¿Qué tal? Me has dejado muy intrigada con tu mensaje del otro día.

—Pues estoy hecha un lío. Pero prefiero contártelo con calma mientras comemos.

—¡Vale! —aceptó arrugando la frente.

—¿Has avisado a las chicas?

—No, lo que te voy a contar quiero que quede entre nosotras.

—Ahora sí que no entiendo nada. A saber que será... —Dejó caer.

Caminamos hasta uno de los múltiples restaurantes que había por la zona y después de que nos dieran mesa, nos acomodamos.

Suspiré un par de veces.

—¿Me lo vas a contar ya? Me estoy poniendo de los nervios.

—¿Por dónde empiezo? —pregunté de forma retórica.

—Pues por el principio, mujer. —Alzó las dos cejas el mismo tiempo.

Cogí la carta del menú y empecé a mirarla, pero sin prestarle atención. Era más bien una estrategia para ocultarme de mi amiga y no sentir vergüenza de lo que estaba a punto de contarle.

—¡Bien! —Inspiré profundo—. El lunes escuché a mi madre hablando con el padre de Álvaro y te aseguro que no era una conversación de jefe y empleada, hablaban con mucha familiaridad...

—¿Y? Quizás ya se conocían de antes —comentó, restándole importancia.

—Ese es el problema, que ya se conocían de antes.

—No entiendo por dónde vas.

—¡Joder, maría! Parece mentira que hayas estudiado una carrera —dije de forma irónica.

—¿Cómo has dicho?

—Perdóname, lo dije sin pensar. Es que estoy de los nervios.

—Ya veo, nunca me habías hablado así.

—Lo sé. —Cogí aire—. El padre de Álvaro es mi padre. —Solté de golpe.

—¿QUÉÉÉÉÉ? —gritó y todo el mundo se giró para mirarnos.

Me tapé con la carta, pues ya estaba fucsia, abochornada por la situación y el momento.

—¿Cómo es posible?

—No lo sé, María. Pero ahora pienso en las veces que Álvaro y yo... Bueno, ya sabes...

—Ya, pero no lo sabíais. No es culpa vuestra. ¿Álvaro ya lo sabe? —Negué con la cabeza—. ¿Y a que esperas para contárselo?

—¿Y cómo se cuenta eso? Después de todo lo que hemos pasado juntos...

—Lo cierto es que no lo sé. —Apoyó los codos en la mesa y cruzó los dedos de las manos a la altura de la barbilla—. Pero vas a tener que acabar diciéndoselo.

—Lo sé, María. —Suspiré de manera exagerada—. Primero tengo que asimilar que todo lo que escuché es verdad. Tengo que hablarlo con mi madre y confirmarlo y después se lo diré a él.

—¿Y cómo estás llevando tu relación ahora?

—Le he dicho que nos mantengamos distanciados un poco, por mi madre.

—¿Y se lo ha tomado bien?

—Bueno, digamos que lo ha aceptado. El lunes mi madre habló con él y le dijo que no podíamos estar juntos, así, sin explicaciones. Por eso le conté la mentira piadosa de la distancia.

—Tú verás, cielo. Solo espero que todo vaya bien.

Me encogí de hombros y resoplé a modo de respuesta.


Comimos y seguimos hablando de lo mismo mientras caminábamos por el paseo marítimo. Cada vez estaba más nerviosa, tenía miedo de confirmar lo que había oído en aquel despacho y estar enamorada de mi propio hermano, aunque en lo más profundo de mi alma, algo me gritaba que no lo era. Sé que sonaba raro, irracional, pero es lo que sentía.

AishaWhere stories live. Discover now