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—Mamá, Álvaro llegará enseguida.

—Tranquila, ya lo tengo todo preparado.

—Solo te pido una cosa.

—Dime, cariño.

—Que no le interrogues como si fueras policía.

—Yo no hago eso.

—Por si acaso. —Terminé de colocar los platos en la mesa.

Mi madre había preparado comida marroquí para que Álvaro lo probase. Todo olía exquisito, pues ella era una gran cocinera. Estaba segura de que a él le encantaría.

—Espero que a tu amigo le guste —dijo poniendo una de las ollas encima de la mesa.

—Claro que sí, mamá.

El timbre sonó, me acerqué a la entrada, para descolgar el telefonillo y presionar el botón de abrir.

Me puse nerviosa al instante. Me temblaban hasta las pestañas. Salí al rellano a esperar. No había ascensor. Miré por el hueco de la escalera y lo vi subir.

Mi madre se acercó a la puerta para esperar también, mientras se colocaba el hiyab.

—Mamá, ¿lo crees necesario? —pregunté señalando con la cabeza el velo.

—Pues claro que sí, Aisha. —Negué con la cabeza y suspiré.

Álvaro llegó al tercer piso. Lo recibí con un pequeño beso en la mejilla y le hice un gesto para que supiese que mi madre estaba en la puerta.

—Vamos, te la presentaré. —Caminamos hacia allí.

—Mamá, él es Álvaro. —Hice una breve pausa—. Álvaro, ella es mi madre, Fátima.

—Encantado de conocerla, señora. —Le tendió la mano y mi madre se la estrechó.

—Igualmente. ¡Pasad! —exclamó haciéndose a un lado.

—¡Qué bien huele!

—Ya verás, Álvaro. Mi madre cocina muy bien.

Mamá se sentó en la cabecera. Yo lo hice a su lado y Álvaro frente a mí.

Delante de nosotros teníamos un banquete como si fuera para una boda, con harira, cuscús con verduras, tajine de cordero y muchas cosas más.

Creo que tendríamos comida para el resto de la semana sin necesidad de cocinar...

—Primero, tomaremos harira. Es parecido a una sopa con lentejas, verduras... —explicó mamá.

—Veo que tiene un fuerte acento. Seguramente hablaréis en vuestro idioma, ¿me equivoco? —Álvaro nos miró, primero a mi madre y luego a mí.

—Para nada. —Me apresuré de decir y proseguí—. Entre nosotras hablamos tarifit, un idioma rifeño, variedad de una lengua bereber. Aunque hay gente, poca, que habla español, por aquello de que Ajdir perteneció al protectorado español hace años. También, como te conté, hablamos árabe por la religión, y francés, porque es una lengua usada para los negocios en Marruecos.

—Siempre le hablo tarifit a Aisha para que no lo pierda —añadió mi madre.

—Hace muy bien, señora Fátima. No hay que perder el idioma.

—Ni las costumbres —puntualizó a modo de pullita.

—En mi familia también somos de férreos valores.

—Por cierto, ¿de dónde es tu familia? —Ahí empezaba mi madre, la detective.

—Yo soy de aquí, al igual que mi hermano. 

—No sabía que tenías un hermano —intervine.

—Sí, es dos años menor que yo y estudia derecho. 

—¿Y tus padres también son de aquí? —Mi madre quería saberlo todo.

—Mi padre nació en Melilla y se crio allí. Mi madre es de Sevilla, pero vino a vivir a Málaga siendo muy pequeña.

—¡Ahhh! Entonces, se conocieron aquí.

—Sí. Por cierto, le he dicho a Aisha que puede trabajar en la empresa de mi padre, pero no quiere ser una enchufada.

—¿Una qué? —preguntó mi madre extrañada.

Había palabras coloquiales que mi madre no entendía.

—Una persona que entra a un trabajo por ser amigo de alguien, ¿entiende? —le explicó Álvaro.

—Sí, sí. Normal que Aisha no quiera. Ella es muy humilde y quiere conseguir las cosas por sus propios méritos.

Hablaban como si yo no estuviera presente y eso no me gustó.

—Bueno, podemos cambiar de tema, ¿no?

—Claro, Aisha. —Mi madre me miró y luego desvió la mirada hacia su izquierda—. Y dime Álvaro, ¿Qué planes tienes con mi hija?

Casi me atraganto con el cuscús.

—¿A qué se refiere?

—Como sabrás, cuando un chico quiere salir con una chica, tiene que estar comprometido con ella.

—¡Mamá! —la regañé—. Solo somos amigos.

—Aisha, sabes lo que pienso. No puedes salir con un chico a solas por ahí. ¿Qué va a pensar la gente?

Suspiré de forma exagerada y me froté la frente con la mano izquierda.

—Señora Fátima, le voy a ser muy sincero. —Ya no sabía dónde meterme—. No pienso en casarme ya. Como comprenderá, solo tenemos veintidós años, pero me gusta mucho su hija, y si quiere, me gustaría salir formalmente con ella.

Muda...

Estupefacta...

Sin palabras...

Así me había dejado Álvaro.

Su confesión me había trastocado por completo.

—Me parece muy bien, muchacho. Así se habla. ¿Qué dices hija?

—Es que... A ver, nos estamos conociendo y creo que las prisas no son buenas.

—Eso es cierto —secundó mamá.

—Muchas gracias por la comida —Álvaro se puso en pie—, pero debería irme, tengo que volver al trabajo —comunicó mirando el reloj que llevaba en la muñeca.

—¿No puedes quedarte un poco más? Tenemos postres, café y té.

—Siendo así, me quedo... —volvió a mirar el reloj—, unos diez minutos más.

—Bien, hijo. Y hablando de trabajo... Antes dijiste que querías que Aisha trabajase en la empresa de tu padre. —Él asintió—. ¿A qué se dedica tu padre?

—Mi padre fue diplomático en su ciudad, Melilla, pero ahora tiene una empresa de importación y exportación y habitualmente necesitan traductores oficiales en diferentes idiomas para los contratos y reuniones.

»Yo me especialicé en inglés, alemán e italiano y nos sería de gran ayuda Aisha, porque ella se especializó en francés y árabe, aparte del inglés, claro. Nos viene muy bien, porque hay poca gente que hable árabe de forma profesional y tenemos muchos contratos con Oriente Medio.

—Aisha, hija. —Mi madre puso una mano encima de la mía y llamó mi atención—. Creo que, siendo así, deberías aceptar el trabajo.

—No voy a dejar tirado a mi jefe ahora. Quizás en septiembre...

—Espero que no sea tarde —dijo mirando a Álvaro.

—¡Claro que no! —contestó él, sonriente.

AishaWhere stories live. Discover now