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No sé quién estaba más nerviosa, si mi madre o yo. Sentía que la vida nos estaba dando otra oportunidad. Yo tenía un buen trabajo, con un salario decente y con un poco de suerte, en breve, tendríamos dos sueldos con los que vivir mejor.

No tardamos mucho en llegar.

Mi madre alzó la vista y observó el edificio en silencio. Me recordó a mí en mi primer día. Tenía la sensación de que habían pasado años y, sin embargo, solo llevaba una semana trabajando.

—Vamos a entrar. —Agarré del brazo a mi madre y tiré suavemente de ella hacia el interior.

Álvaro ya estaba allí, creo que esperándonos, y se acercó a nosotras en cuanto nos vio.

—Buenos días.

—Buenos días —contestamos las dos al mismo tiempo.

—Me ha dicho Aisha que ya está todo aclarado. Yo quería pedirle perdón.

—No hace falta, muchacho. Pero como ya le dije a mi hija, no me hace mucha gracia que te quedes en casa a dormir.

—La entiendo, no volverá a pasar. Bueno, mi padre acaba de llegar y me gustaría presentároslo.

Asentí con la cabeza, no demasiado convencida. Caminamos detrás de Álvaro hacia el ascensor. Mi madre me apretó la mano. La miré y sonreí de medio lado.

—¿Crees que será buena idea? Quizás tu padre esté muy ocupado después de las vacaciones.

—No hay problema. Ya hablé con él.

Salimos del ascensor y caminamos por el amplio pasillo hasta el final, donde había una puerta doble con una chapa que decía "Presidente Sr. Bernardo de Aro Velázquez".

—¿Ese es el nombre de tu padre? Preguntó mi madre casi tartamudeando mientras señalaba con el dedo índice la pequeña chapa dorada.

—¡Sí! —afirmó Álvaro sonriendo de oreja a oreja.

Tocó la puerta con los nudillos y después de escuchar hablar al otro lado, la abrió.

—¡Hola, papá! Quiero presentarte a mi novia y a su madre.

La palabra "novia" sonó muy bien saliendo de sus labios y me ruboricé al instante.

—Hija, vámonos de aquí —me susurró mi madre.

—¿Qué pasa? —pregunté ceñuda.

Mi madre abrió la boca para contestar, pero no le dio tiempo.

—Pasad, pasad —dijo una voz ronca.

Álvaro se hizo a un lado y su padre se levantó para recibirnos. Empezó a caminar hacia nosotras, pero se quedó quieto en cuanto nos miró. Diría que dejó de respirar y su piel cada vez estaba más blanca.

—¿Papá, todo bien?

—¿Eh? Sí, sí. Sentaos, por favor. —Señaló con la mano unos sofás que había a nuestra izquierda.

Mi madre y yo nos sentamos en un sofá de cuero marrón, delante teníamos una mesa pequeña y seguido de esta, otro sofá igual, donde se sentaron Álvaro y su padre.

El ambiente se había enrarecido y un silencio incómodo se instaló en la estancia. Álvaro fue el primero en hablar.

—Mira papá, te presento a Aisha y su madre Fátima.

AishaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora