Capítulo 28 - Mi verano

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Lance era jodidamente hermoso, tanto como persona, como físicamente y lo mejor de todo, es que al final Lance también lo había elegido a él por sobre todas las cosas y aquello sólo aumentó su felicidad creciente en el pecho, era todo lo que necesitaba pensar.

–Una fotografía podría durar más... –Keith dirigió su atención hasta los ojos de Lance en cuanto escuchó su voz enronquecida por la mañana repitiendo esa oración tan familiar, sintiendo su corazón reaccionar a su único dueño. El moreno sonreía ligeramente, demostrando que aún se encontraba adormecido mientras lo observaba con un ojo abierto de forma juguetona–. Buenos días, niño bonito...

El rubor en sus frías mejillas no tardó en aparecer, rodando los ojos como era su costumbre con una sonrisa que mezclaba la diversión con la timidez del halago, le encantaba–. ¿Estabas fingiendo estar dormido, niño bonito? –imitó lo último, rozando con la punta de su dedo índice el lóbulo de la oreja izquierda de Lance.

–Es probable... –murmuró, guiñándole el ojo. Lance acomodó ligeramente su torso, colocando su mano sobre la mano de Keith que anteriormente estaba acariciándolo–. Estoy teniendo un deja-vu justo ahora... o puede que en realidad tenga la habilidad de Dr. Strange y esté viendo todos los finales probables de fingir estar dormido.

–¿Qué? –cuestionó Keith en medio de una carcajada, alzando la ceja derecha mientras abría el espacio entre sus dedos para que Lance deslizara los suyos–, ¿y cuántos supuestos finales hay, entonces?

–Oh... solo dos –Lance sonrió adormilado, acercando más su rostro a Keith, juntando ambas frentes–. Existe un universo en el que tú me golpearías por atraparte mirándome dormir como método de defensa –Keith entrecerró los ojos divertido, sabía que Lance se refería justamente a aquella noche antes de ir a la playa por primera vez. Su estómago se estrujó de manera agradable al ser consciente que Lance también recordaba a detalle esa noche–. Pero, hay otro final donde eso no sucede.

–Imposible –Los violáceos orbes de Keith no podían apartarse de los azulados y profundos ojos de Lance, era imposible que alguno de los dos tuviera la capacidad de dejar de mirarse de esa manera tan... devota. Ambos se quedaron en silencio, dedicándose únicamente a observarse con anhelo, con auténtico amor y admiración, sintiendo casi como si el tiempo se detuviera dentro de aquella habitación–. ¿Qué hay del otro final... ? –Aquella pregunta escapó más como un suspiro ante la cercanía de su novio.

–Uno donde en vez de golpearme, puedo besarte... –Lance entrelazó sus dedos con los de Keith, inclinándose con lentitud–, y es este –murmuró antes acabar con la nula distancia que separaba los labios de ambos.

Ese beso significaba algo mucho más grande que solo besarse y ambos lo sabían. Era una afirmación silenciosa de lo que ambos eran ahora, un beso que afirmaba que lo sucedido la noche anterior seguía fresco en sus mentes y que no correrían, que no fingirían que nada había sucedido.

Keith se presionó casi de inmediato contra Lance, correspondiéndole sin perder un solo segundo. Le encantaba sentir la manera tan tierna y lenta en la que Lance movía sus labios contra los suyos, sentía casi como si la intención de su mejor amigo fuera memorizar cada pequeña parte de sus labios, trazándolos con delicadeza, casi con devoción. Keith llevó sus manos hasta la nuca del cubano, enterrando sus dedos entre la mata castaña y alborotada justo al mismo tiempo que Lance paseaba sus largos dedos por las curvas bien marcadas de la cintura de Keith hasta llegar al centro de su espalda, sosteniéndolo con firmeza.

Besar a Lance se sentía como si el pecho se llenara con una emoción que solo podía ser aliviada cuando él lo tocaba, una necesidad que solo Lance podía satisfacer.

Y  Lance..., Lance estaba tan extasiado con el hecho de poder ser él la persona a la que Keith le permitía aquella cercanía, ser la persona a la que Keith había elegido y de quién necesitaba. Era tan adictiva la manera en la que el pelinegro buscaba su contacto, su calor, su sabor..., probablemente Keith no tenía ni idea de ello, pero Lance sí que podía notar la necesidad del pelinegro por besarlo, por mantenerlo cerca. Y Joder, Lance tenía la misma sed por Keith. Adoraba el calor de su piel, el sonido de su respiración cuando sus labios se separaban, el aroma tan único que desprendía, adoraba cada maldita parte de él y no podía hacer nada al respecto para frenarlo, ni tampoco quería, ya no. Tener a Keith de ese modo entre sus brazos solo sembraba la idea de que él daría absolutamente todo por tener la suerte de despertar cada maldita mañana al lado de su pelinegro favorito. Absolutamente todo, menos su alma, porque esa definitivamente ya le pertenecía a Keith al igual que su corazón y ahora se encontraban en un punto sin retorno.

El chico llamado LANCE - Klance AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora