Capitulo 32

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Santo

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Santo

—¡Roberto, Roberto! —grito desde la habitación y él aparece casi enseguida atravesando la puerta.

—¿Si mi señor?

—Espero que tengas noticias —palmeo la mesa en la que me encuentro sentado.

—Mi señor...

—¿Sabes dónde está o no?

—No mi señor.

Me levanto de la silla y furioso me encamino hasta él, han pasado meses sin noticias de Gemma, nadie en toda Roma me da información sobre ella, la he buscado en cada parte del país, y parece como si ella hubiera desaparecido.

—¿Buscaste por todos las ciudades? ¿Milán? ¿Portofino? ¿Mónaco? ¿Venecia?

—Todas mi señor —dice algo asustado por el rumbo de mis palabras—. No creo que se encuentre en Italia.

—¡Pues busca y haz bien tu trabajo! —exclamo furioso—. ¿Cómo una chica puede desaparecer sin dejar ninguna pista?

No podía acercarme a la mansión, si Marcello y mi abuelo descubrían que estaba buscando a Gemma ellos harían cualquier cosa por sacarla de donde se encontrara y la llevarían a otro lugar lo que me reduciría al mismo punto de partida.

—Lo sé mi señor, pero tengamos un poco de paciencia...

—Hay 194 países más aparte de Italia ¿cómo me pides paciencia Roberto? ¡Han pasado meses en los que no tengo noticias de ella!, meses en los que nadie me da información, estoy volviéndome loco ¡¿me entiendes?! —grito.

Me regreso a la silla con una mueca de dolor dibujada en mi rostro.

—Mi señor se está recuperando de las heridas, de nada servirá alterarse de esta manera.

—Iré yo mismo a la mansión —digo firme—. Le sacaré a puñetazos a mi abuelo a donde la ha llevado, si le han puesto un dedo encima, si la han lastimado no quemaré Roma, quemaré todo el maldito mundo si es necesario hasta traerla de regreso, haré que paguen uno a uno.

Mi padre se aclara la garganta a nuestras espaldas.

—Gemma, Gemma. Desde que te encontré y te ayude a que no murieras desangrado no dejas de mencionar el nombre de esa mujer —dice él—. ¿Tan importante es para ti?

Le hago una señal a Roberto para que nos deje solos y él obedece saliendo de allí.

—Metete en tus asuntos Mariano.

—Piensa en lo que dices primero, ir a la mansión de los locos para que terminen su trabajo, ¿en qué cabeza cabe tal tontería?

—Dije metete en tus asuntos —refuto—. ¿Quién te crees para cuestionar mis decisiones?

—No se te olvide que he sido yo quien te ayudo aquella noche y que gracias a mí estas vivo.

—Si lo que esperas de mi es un agradecimiento no lo obtendrás —digo firme fijando mi vista en los papeles que tengo en mi escritorio—. Solo me importa una única cosa y es encontrarla.

La Tentación de lo ProhibidoWhere stories live. Discover now