Capítulo 21

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Capítulo 21

Poncho abrió el libro por la página 120, disponiéndose a desconectar del mundo real durante algunos minutos. No fue posible hacerlo, pues apenas un instante después, su madre llamó a la puerta de su habitación.

—Estoy ocupado —dijo.

Los nudillos de su madre tocaron la madera de nuevo. El chico suspiró.

—Pasa.

Su madre, alta y morena, llevaba unos pantalones de vestir azules y una blusa de flores. Portaba su teléfono móvil en la mano.

—Alfonso, acaba de llegar un correo electrónico de Canadá. No te han aceptado en el programa.

Él apartó la vista del libro, cerrándolo, y se encogió de hombros. Se trataba de un proyecto internacional al que habría acudido con una cuantiosa beca para jóvenes periodistas. Había pasado todo el año rellenando formularios, haciendo llamadas y mandando e-mails. Y todo eso para nada.

—Qué pena.

—¿Cómo que pena? —Su madre avanzó, dentro de la habitación, y llegó hasta el escritorio frente al que él se encontraba sentado—. En el mensaje dicen que somos nosotros mismo quienes hemos renunciado a la plaza, y ni tu padre ni yo hemos hecho algo así. ¿Lo has rechazado tú?

Sabía que su madre se enteraría tarde o temprano, aunque él no había planeado en ningún momento cómo decírselo. Una vez más, y fuera de lo habitual, Poncho había actuado por puro impulso y ni siquiera sabía por qué.

—No me apetece pasar todo el verano en Canadá, mamá.

El rostro de su madre reflejó una enorme confusión.

—¿Cómo que no? Si es una oportunidad maravillosa para...

—Ya, ya lo sé. Practicar el inglés y conocer gente. —La interrumpió, provocando que el rostro de su madre pasara desde la confusión hasta una enorme preocupación—. Pero Canadá va a seguir ahí cuando en un par de años termine la carrera podré ir si me apetece y no tiene por qué ser solo en verano. Pero este año, quiero pasarlo aquí.

—¿Y a qué viene ese cambio de opinión? El programa es carísimo, Poncho, nos iba a costar casi cinco mil euros y tu padre y yo ya lo habíamos incluido en el presupuesto. ¿Qué vas a hacer aquí todo el verano?

—Había pensado en buscar un trabajo.

Su madre, sorprendida por las iniciativas que estaba teniendo su hijo en solo un día, tuvo que sentarse sobre su cama perfectamente hecha, con el gesto descompuesto.

—¿Cómo un trabajo?

—Pues un trabajo, mamá, ya sabes. En un bar, o de vigilante en la piscina, no sé. Un trabajo de verano.

Ellos le habían pagado todo desde que había nacido: el colegio, el instituto, la universidad, clases de inglés, de natación, viajes por Europa...

—Pero si tú nunca has trabajado, Alfonso.

—Pues ya es hora, tengo veinte años. Además, he dado clases particulares desde hace cuatro años, ahora llevo un par de meses ayudando a Gracia, la hermana de Minerva.

—Eso no es un trabajo, cariño. Ni siquiera te paga.

El rostro de Poncho se ensombreció ligeramente. Lo último que le faltaba a la familia de Minerva era tener que pagarle a él por un favor que estaba haciéndoles en calidad de amigo. Jamás habría aceptado un céntimo por su parte.

—Encontraré algo, mamá.

—Vale, tú sabrás —concedió su madre y después lo miró con ligera preocupación en el rostro—. ¿Cómo está esa niña, la hermana de Minerva? ¿Podrá terminar el instituto?

—Esperamos que sí. El bebé nacerá el mes que viene, así que todo va a ser muy diferente a partir de ese momento.

—Pobre cría... —murmuró la mujer—, esas dos niñas se han criado prácticamente solas con ese padre tan desastre que tienen. Y ahora con un bebé... —No terminó de hablar, sino que se puso en pie y se dirigió a la puerta para marcharse. Antes de abandonar la habitación, se giró una vez más hacia su hijo—. Alfonso, mi vida, eres un buen amigo para Minerva, eso me alegra mucho.

Cuando su madre se fue, Poncho no volvió a abrir el libro, sino que se llevó las manos a la cara y se quedó en esa posición varios minutos. Llevaba sin hablar con Minerva desde la fiesta, hacía tres días. En ese momento, después de todo lo que había sucedido ese día, escuchar el término le parecía casi una broma. Poncho se preguntaba si, a lo mejor, todo había quedado arruinado después de lo que había pasado con Minerva.


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