Capítulo 7

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Capítulo 7

Llevaba cerca de veinte minutos en el interior del coche, sin atreverse a salir por miedo a lo que se encontraría. Había pasado más de tres años viviendo en ese edificio gris y ahora no era capaz de pisar la acera y acercarse al portal.

Krystian miró el reloj y suspiró, había acordado con Paula que iría a su casa a las seis para recoger algunas de las cosas que había dejado allí y ya eran casi las seis y media. Pero simplemente sentía que no podía hacerlo; le temblaban las piernas y su respiración se entrecortaba cada vez que pensaba en subir en el ascensor y tocar la puerta de su apartamento.

—Mierda... —suspiró, echando la cabeza hacia atrás en el asiento del coche y cerrando los ojos.

Estaba completamente seguro de que se derrumbaría en el mismo momento en el que viera a Paula de nuevo. Se había convertido en un cobarde llorón y sabía que saldría de esa con suficiente dignidad si al menos lograba no arrodillarse y suplicarle otra oportunidad a su mujer.

Quería parar el tiempo, necesitaba detenerse y... La puerta del copiloto se abrió de repente, sacándolo de su patético trance. Krystian se sobresaltó, conteniendo un grito.

—¡Hola! —exclamó Sandra, entrando al coche de un salto con total naturalidad.

Los ojos azules de Krystian se abrieron mucho y se preguntó qué demonios estaba haciendo ella allí. Hacía más de dos semanas que la había visto por última vez, el mismo día que ella se le había declarado y él la había rechazado con bastante mano izquierda y sin tener ni la menor idea de qué demonios hacer en esa situación.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó, aún haciéndose a la idea de su presencia dentro de su coche en un momento tan complicado—. Sandra estoy... estoy muy ocupado ahora mismo.

—Lo sé, por eso he venido a ayudarte. —La sonrisa de Sandra se extendió aún más—. Nando mencionó que necesitabas recoger algunas cosas de tu antigua casa y que él no había podido venir ayudarte, así que me pareció una buena idea venir yo a echarte una mano. Total, estaba en casa de Poncho, que vive al final de la calle.

Él alzó las cejas.

—Bueno, yo creo que eso no es una buena idea en absoluto. Te lo agradezco mucho, pero esto es algo que prefiero hacer solo.

—¡No seas idiota! Vas a subir ahí arriba temblando por ver a Paula y te vas a ir de la casa con un par de cajas y cara de llevar un mes entero llorando por ella en todas las esquinas. ¿No quieres aparentar entereza?

—No, gracias, prefiero ser sincero.

—Sé cómo es Paula, se va a regodear en tu desgracia.

Krystian tragó saliva. Le seguía sorprendiendo que ella fuera tan brutalmente honesta con él, incluso aunque no quisiera escuchar ese tipo de cosas.

—¿Cómo vas a saber cómo es ella si apenas la has visto un par de veces?

—La he visto muchas más veces de las que crees —respondió Sandra, frunciendo los labios con suficiencia—. Además, me he fijado mucho en ella. No deja de ser la tía que se casó con el hombre del que estoy enamorada.

Krystian gruñó, tapándose los oídos al escuchar sus últimas palabras.

—¡No! Por favor, dejemos eso a un lado, creí que ya lo habíamos hablado.

Sandra curvó las comisuras de sus labios como respuesta y escondió un mechón rubio de su cabello tras su oreja derecha.

—Siempre podemos retomar la conversación. —Le guiñó un ojo.

Krystian tuvo que tomar aire para tratar de relajarse. Después de lo sucedido el otro día con Sandra, le había costado un par de días volver a mirar a los ojos a Nando al hablar con él. Por suerte su amigo estaba tan ocupado por su trabajo en el hospital que parecía no haberse percatado de nada. Probablemente achacaba su comportamiento extraño al hecho de que su vida fuera una mierda ahora.

—Está bien, puedes acompañarme arriba, pero no hables. ¿Vale? Solo... sígueme y ayúdame a terminar con esto cuanto antes.

Acto seguido abrió la puerta del coche y salió de él. Sandra hizo lo propio y lo siguió, muy cerca. Llevaba unos pantalones vaqueros y rotos, ajustados a sus caderas y sus piernas. Unas botas de tacón la hacían parecer más alta y su chaqueta de cuero le daba un toque rockero. Parecía una adolescente en el recreo del instituto, solo le faltaba la mochila con los libros.

—¿Te imaginas que nos la encontramos en la cama tirándose a otro? —bromeó Sandra mientras Krystian abría la puerta del portal.

Él solo la miró, entornando los ojos. Ni siquiera quería pensar en esa posibilidad, se ahogaba cada vez que se imaginaba a Paula con otro hombre.

Cuando ambos entraron en el ascensor, Krystian seguía con aire taciturno, centrando su mirada en el suelo plateado y preguntándose cómo era posible que hubiera acabado ahí con Sandra. Desde que Paula lo hubiera llamado para que fuera a recoger sus cosas, él no había cesado de imaginar escenas en las que por fin tenía una oportunidad de verla, de hablar las cosas y, quien sabe, quizás firmar la paz. Quería volver con Paula, se sentía muy solo sin ella.

—¿Sabes? Nunca me ha gustado —murmuró Sandra de pronto.

—¿El qué?

—Paula. Más allá de estar contigo y todo eso... creo que no es una buena persona. No sé, no creo que trate muy bien a la gente.

Krystian suspiró.

—No la conoces para hablar así de ella.

—Tampoco quiero conocerla —dijo con voz algo cortante.

No volvieron a hablar hasta llegar al piso y cuando Krystian se plantó frente a la puerta de madera oscura, suspiró, sintiendo que las manos le temblaban y no era capaz de llamar al timbre de la casa. Eso se vio solucionado al instante, pues Sandra se adelantó y pulsó el timbre sin previo aviso. Después, solo le dirigió una sonrisa burlona, como si hasta ese gesto le resultara una broma, algo a lo que no había que darle mayor importancia.

Esa muchacha era impredecible, tanto que Krystian se preguntó hasta qué punto le convenía tenerla cerca.

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Cada centímetro de ti.Where stories live. Discover now