Capítulo 13

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Hola amores <3 Espero que os guste el capítulo, ¡¡nos vemos pronto!!


Capítulo 13

Su padre gritó algo a la puerta, pero Minerva ya la había cerrado y se encontraba fuera de su casa.

Se puso sus auriculares y subió el volumen de la música mientras bajaba las escaleras. No tenía planes para ese día, pero no quería quedarse en casa ni un minuto más. En ocasiones, el ambiente en su casa era insostenible y simplemente necesitaba un poco de aire fresco. Últimamente se sentía un poco sola y, aunque sabía que podía contar con Poncho y con Sandra, también creía que había batallas que debían ser libradas por ella misma.

Minerva se miraba a sí misma y, a pesar de ser una persona muy confiada y segura, también era consciente de que la mayoría de veces tenía mucho miedo. No sabía a qué, exactamente, pero lo tenía, se sentía aterrada. Quizás porque había un pensamiento que la asolaba constantemente: que las cosas no saldrían bien para ella, que al final no conseguiría llegar a alguna parte. Minerva era la primera persona de su familia en ir a la universidad y crecer en su hogar, sin su madre, había sido muy complicado.

A veces miraba a Poncho y Sandra y veía cuán perfectas eran sus vidas en ese sentido: ambos provenían de familias con mucho dinero, con padres que los amaban y sin tener que preocuparse de cosas como si su padre pagaría el alquiler ese mes. No sentía envidia, adoraba a sus amigos y siempre quería lo mejor para ellos, pero sí que se preguntaba constantemente por qué ella no había podido tener la suerte de conseguir algo así, de tener esas mismas oportunidades.

Caminando por las calles de San Julíán, Minerva atraía algunas miradas. Sabía que era guapa y le gustaba ser coqueta, si bien había ciertas partes de su vida con las que no se sentía del todo cómoda, esa no era una de ellas.

Su teléfono vibró y ella lo sacó de su bolsillo, lanzando una mirada distraída a la pantalla. Era un mensaje de Poncho:

«¿Quieres dar un paseo?ۛ»

El corazón de Minerva se aceleró durante solo un segundo, solo uno. No se permitía ni un instante más.

«Sí», contestó.

«Estoy en el coche. Podemos conducir a la playa. ¿Dónde te recojo?».

Minerva se detuvo en mitad de la calle, una sonrisa se extendió por su rostro al tiempo que le mandaba la dirección exacta de dónde se encontraba.

Con Poncho había una conexión extraña e inexplicable. Era su mejor amigo y estaba interesado en alguien más, sí... pero había algo, algo dentro de ella... algo que Minerva no se atrevía a explorar.

Aun así, se sentía feliz pasando tiempo con él, saber que ellos dos eran extremadamente contrarios el uno al otro, sí, pero también extremadamente similares, hasta el punto de compartir cosas que, estaba segura, solo ellos dos tenían en común en el mundo.

Minerva se sentó en la acera, sintiendo cómo el sol acariciaba de forma agradable su piel. Después cerró los ojos, esperando, sintiéndose por un momento libre, optimista; feliz.

***

Krystian se detuvo de golpe, necesitaba aire. El sudor cubría cada centímetro de su piel y bebió un largo trago de su botella de agua de plástico. Necesitaba eso: salir a correr, despejarse, sentir que la adrenalina corría por sus venas y que él mismo tenía el control. Hacía tiempo que no hacía deporte y lo había echado de menos, durante meses se había sentido como otra persona, como si no fuera él mismo.

Pero cada vez estaba más cerca de ser el Krystian que era antes, quizás incluso un Krystian mejor.

El trabajo parecía mejorar, o eso creía en ocasiones. En otras, de nuevo, sentía que estaba a un fallo más de que lo despidieran.

Abrió la botella de agua por completo y volcó su contenido sobre su cabeza. Su cabello era tan corto que las gotitas de agua resbalaron por su frente y él se pasó una mano por el pelo, haciendo que el líquido saltara despedido por los aires. Se sentía bien, refrescado y vivo. Por fin, por fin se sentía vivo.

Un pensamiento volvió a golpearle, como ya hacía varias veces al día desde hacía semanas: también se había sentido vivo en otras ocasiones después de que Paula y él terminaran. No habían sido muchas, pero sí las suficientes, y en todas ellas había un denominador común: Sandra había estado allí.

Krystian había estado tan deprimido que sus emociones parecían haber estado dormidas, solo en ciertos momentos estas habían despertado: el día del cumpleaños de Sandra, cuando ella lo había besado. Su corazón había latido con rapidez, su sangre bombeando con fuerza dentro de su cuerpo, confundido y contrariado... pero consciente de lo que sucedía. Había conseguido salir de ese maldito letargo de oscuridad en el que se había visto sumido sin querer hacerlo.

También se había sentido vivo cuando ambos habían aparecido en su casa —ahora la casa de Paula, claro—, para recoger sus pertenencias. Sandra le había defendido, le había hecho despertar, en cierto modo.

Discutir con ella en la casa de Nando también le había provocado sensaciones, esta vez muy negativas. Había comprobado exactamente cómo no quería ser, qué odiaba él en una relación: pelear, faltarse al respeto, humillar a la otra persona... Sandra, sin siquiera saberlo, siendo el objeto de su frustración, le había hecho comprender que no era así como él quería ser. Que había tenido suficiente.

Sandra, Sandra, Sandra. ¿Se habría equivocado al darle la espalda? ¿Había cometido un error? Ese era un pensamiento recurrente, aparecía en su mente de forma inconsciente.

Con Sandra todo era una incógnita, pero era complicado sacársela de la cabeza: ¿Podría existir una vida, un mundo, en el que él también se enamorara de ella?


Nos vemos en el siguiente ;)

Nos vemos en el siguiente ;)

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Cada centímetro de ti.Where stories live. Discover now