Prólogo.

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Prólogo

La puerta de la habitación se abrió y tan solo un fino rayo de luz entró por ella. El aroma a sábanas limpias y a nuevo llegó hasta Krystian, que se encontraba parado en la puerta como una estatua. A su lado, Nando pulsó el interruptor y la luz se encendió, iluminando toda la estancia.

—Bienvenido a casa —le dijo.

Krystian fingió una sonrisa, en realidad estaba nervioso y se sentía avergonzado. Dio un par de pasos adelante y dejó en el suelo la bolsa de deporte en la que había metido su ropa. La cama era grande y las sábanas, negras y elegantes, encajaban con el carácter serio de su amigo Nando. Junto a la cama encontró una mesita de noche y una lámpara simple. Al otro lado de la habitación, una amplia cómoda finalizaba la sobria decoración. La madera olía a nuevo.

—No sabía qué ibas a necesitar —comentó Nando casualmente—, compré la mesa y la cómoda porque la habitación estaba prácticamente vacía.

Esto avergonzó aún más a Krystian. Se sentía como un estorbo que acababa de aterrizar en la casa de su mejor amigo. A los treinta y dos años, creyendo que su vida estaba encauzada y que por fin había sentado cabeza, se daba cuenta de que nada estaba más lejos de la realidad. Había retrocedido en el tiempo, como si de pronto hubiera salido de la universidad sin ningún plan para el futuro ni un ápice de estabilidad.

—No sabes cuánto te agradezco esto, tío —le dijo a su amigo—, te prometo que no me quedaré mucho. Solo un par de semanas, hasta que encuentre un piso y...

—No seas mamón. —Nando se puso serio—. Quédate todo el tiempo que quieras, esta es tu casa y a mí me viene bien poder tener a alguien que me haga compañía.

—No, Nando. Es tu piso y en algún momento querrás estar solo o traer a Tania a casa. No quiero molestar, ¿vale?

—No te agobies. Ya hablaremos de eso, ¿vale? —Nando dio un paso atrás, saliendo de la habitación—. Ponte cómodo, voy a pedir unas pizzas.

Krystian asintió y su amigo sonrió. Llevaba el cabello oscuro recogido en una cola en su nuca. Su barba espesa le hacía parecer mayor de lo que era, aunque en realidad tenía solo treinta y dos años, como él. La bondad en el rostro de Nando siempre había estado allí.

Cuando su amigo cerró la puerta de la habitación, Krystian suspiró y se dejó caer sobre la cama. El colchón era un poco duro, como si fuera completamente nuevo... y algo le decía que lo era, a pesar de que su amigo no lo hubiera mencionado. Probablemente no quería decirle que, en realidad, había amueblado la habitación por completo para él. Joder, Nando se estaba portando demasiado bien.

Se sentía un gorrón, viviendo en la casa de su amigo después de que su mujer le hubiera dejado. Y en el trabajo las cosas no iban muy bien; a lo mejor tendría suficiente mala suerte como para que además lo despidieran. Sin casa y sin ingresos, Krystian iba a quedarse en la más absoluta de las mierdas. A lo mejor tendría que volver a casa de sus padres, pero a esas alturas no contaba con tener que mudarse a otro país.

Su familia había llegado a España desde Polonia veinticinco años antes y sus padres hacía ya tiempo que habían regresado a su país natal, con la tranquilidad de que sus dos hijos eran adultos y tenían una vida organizada en España. Gran error, a juzgar por la situación de Krystian en ese momento...

Por suerte, Nando ni siquiera había dudado un segundo en ofrecerle su casa. Cuando las discusiones con Paula habían comenzado, más de un año antes, su mejor amigo ya le había ofrecido su apoyo incondicional. Pero en cuanto Paula había aparecido en su casa con una demanda de divorcio y los labios apretados... Nando le había abierto las puertas de su apartamento. Iba a estar en deuda con él de por vida.

Krystian tomó aire profundamente por la nariz y lo expulsó por la boca. Su vida se había truncado de un momento a otro y ya no sabía cómo seguir. Quería a Paula, pero ella le había echado de su vida con una facilidad pasmosa. Como si no fueran nada, como si no hubieran estado casados casi tres años.

Cerró los ojos, convencido de que eso no podía ser más que una pesadilla. Que cuando volviera a abrirlos, la melena negra de su esposa estaría acariciando su barbilla y que lo miraría con sus ojos oscuros y rebeldes antes de besarlo. Que Paula se reiría y le dirigiría palabras tranquilizadoras... que le calmaría, que le sacaría de esa absurda pesadilla que ni siquiera llegaba a comprender, de la que anhelaba salir.


ESTOY MUY EMOCIONADAAAAAA. Diossss, espero que os guste esta novela, porque para mí ha significado mucho en mi vida.

Gracias por pasaros por aquí a conocer la historia de Sandra y Krystian <3

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¡Mil besos!

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