Capítulo XXXIV: Nero Forte.

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Había llegado el día.

Cómo era de esperar había una día tan sombrío de Octubre, el otoño daba su entrada con climas templados y vientos helados que hacían usar más de uno algún suéter, todos eran risas y diversión por la fiesta que se celebraría esa noche, los niños corriendo por disfrazarse y uno que otro habitante sacaba su lado más friki posible vistiendo cómo en una comicón. 

Para la mayoría un día de diversión y golosinas. 

Sin embargo para unos pocos, se podía oler el azufre del fuego infernal de ese día, las puertas del cielo, la tierra y el infierno. Podría tal vez estar exagerando su pensamiento, más la ausencia de un soñar, las veces que se levantó en la madrugada con angustia, malestar en su estómago, era un presagio. 

El día en que todo cambiaría. 

Mitsuya le había hecho el uniforme tal y cómo se lo pidió, a las medidas perfectas, una tela suave y un bordado tan divino y exquisito que juraba que sería de un profesional de años, esa habilidad con el hilo sin lugar a duda, era magnifica. No entendió por que fue tan modesto en no aceptarle un poco más de lo acordado, si era excelente.  Pero hombre, no era momento de divagar eso.

Se veía bien.

El uniforme negro de la ToMan con las letras doradas y ese símbolo un tanto controversial, pocos entenderían ese sentimiento tan ajeno que tenía en ese instante. Cómo el negro, esa ausencia de color podía quedarle tan bien, verse al espejo, usándolo. Todo aquello era completamente extraño, juraba que se enfermaría tan sólo ponerse algo relacionado con Mikey.

Draken también lo usaba, Baji, Mitsuya, Pah-Chin, Peh-Yan.

Takemichi también.

Si, eso era mil veces peor, se dijo así misma sonriendo pensando en lo patético que era Takemichi, pero no era una sonrisa de burla ni maliciosa cómo esperaba de alguien que miraba con cero interés a alguien con sus cualidades y defectos, más sin embargo eso no implicaba que no sintiera un respeto por Takemichi, un ronroneo cruzó entre sus piernas y un maullido exigiendo cariño a un completo extraño mirándose al espejo.

Morcilla era el nombre del gato de la Familia Castillo, es decir el gato de la madre de Masao y Masao mismo, un gato macho gordo y negro que al ver cómo Doña Salome le tenía mucho cariño donde cualquiera pensaría que fue ella quién lo llevo a casa, todo lejos de ello, ya que, pese a no ser fan de los gatos fue Masao quién lo robó, si esa era la palabra correcta. Morcilla no era un gato callejero por mucho que lo dijera, incluso con su poca interacción Morcilla era un gato muy sensible a las emociones de Masao.

Y justamente había aparecido en el mejor de los momentos, agradecida que pese a la poca interacción que ambos tenían Morcilla se dejaba acariciar y levantar por Ma-kun, era lo que le temía. Sus manos temblaban mientras tocaban el pelaje de Morcilla, lo que indicaba ese sentimiento tan espantoso cómo era el miedo.

Sin embargo, tal vez lo que mas lo que mas le molestaba de eso era que no era un miedo normal, no había un temor que conociera. 

Sonaría pretencioso de su parte pero mejor que nadie sabia que a pocas situaciones o cosas las podría catalogar cómo miedos, ansiedad quizá, era un sentimiento bastante común en ella aunque no se notará porque nunca lo permitiría. Lo controlaba. Pero esto no.

Y era el hecho de que sabía muy en el fondo que aquella pelea significaría más que una riña, que una pelea cualquiera y lo comprendía, ese lugar sería el testigo de algo grande, algo desconocido y catastrofico, cómo el aleteo de una mariposa. 

Ese uniforme negro con letras doradas y esa controversial sauvástica en medio, no era una señal cualquiera, era una guerra de calles en la que se estaban alistando. Porque fue hace mucho tiempo que todo dejó de ser un juego para si, para todos aquellos.

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