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Kim Sohye

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Kim Sohye

—Y hemos enviado a su representante a Beijing para atender la licitación de la nueva sucursal en la ciudad. Tenemos viaje programado para dentro de seis días hacía Tokio con el director del Resort ahí por los cambios que propuso su tío hace dos meses. Su abuela también ha informado que vendrá dentro de unas semanas y que quiere informes detallados por su mano de todo lo que se ha hecho a lo largo del año.

Mi abuela Seyeon, no la veo desde hace como seis años. Y creo que ninguno de los demás tampoco. Se aisló luego del desastre que armamos y dejó que lo arregláramos solos, aunque al final, quién sabe quién limpió el desastre porque estoy segura que yo no.

Las puertas del elevador se abren. Estoy molida. La ausencia de Hyunjin me ha hecho no ir dos días seguidos a nuestra casa por el trabajo acumulado.

—Señora Hwang, por aquí —los escoltas me dirigen hacía mi camioneta y me abren la puerta del piloto. Al menos conducir me relaja. Entro al auto y empiezo a quitarme los tacones, el blazer Y a desabotonar mi camisa.

—¿Te ayudo con eso? —el maldito susto me hizo saltar y presionar la bocina del auto. Hyunjin estaba con su celular en la parte trasera. Sonríe al verme tan alterada como si fuese gracioso. Se inclina hacía mi asiento y presiona la palanca para inclinarlo lo más que puede hacia atrás y saludarme con un beso prolongado y delicioso.

—Te extrañé —musito sobre sus labios. Su viaje a Bélgica duró semanas.

—Estoy seguro que no como yo. ¿Quieres conducir tú o yo?

—Lo hago yo —vuelvo a acomodar mi asiento a la altura perfecta.

—Bien, es hora de rezar tres padres nuestros y amarrarme al asiento para llegar vivo a casa. Porque sí es a casa a la que te diriges, ¿cierto? —cuestiona como si tuviera una vida social demasiado extensa la que atender.

—Es lo que me queda. Pensaba en ir a un club de strippers vestidos de bombero sexy, pero arruinaste mis planes —me alisto para arrancar mientras él se desplaza al asiento copiloto.

—Puedes ir, lo sabes. Ya conoces la regla.

—¿Ver y no tocar?

—Que sean gays.

—Ahí no hay chiste. Le bailarán a los hombres, no a mí.

—Yo te puedo bailar. Pero no es mi culpa si terminas como Bambi al día siguiente.

—Te amo —por fin arranco y salimos rumbo a nuestra bella morada.

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