La enfermedad del chumino loco

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019:

—Olivia, ¿está bien así? —pregunta Pablo bastante tenso.

—No hables por favor, esto ya es muy vergonzoso —murmuro con ganas de llorar—. Hagámoslo rápido.

—¿La arrimo más o así está bien?

—Un poco más.

Apenas hace lo que le pedí tengo que soltar un sollozo de dolor.

—Muerde la almohada —ordena en lo que las lágrimas bajan por mis mejillas—. Esto solo será un momento y el dolor es nada más al principio, luego te quedas de lo más a gusto.

—¡Muévela de una vez! —chillo casada de sus indicaciones.

—¡Vale pesada!

Sin dar tiempo a nada, Pablo hace un movimiento con su mano y la tira de cera sale de mi pierna esquilándome del todo. ¡Jodeeeeeeeeeeeeeeeer!

Aparto la almohada de mi boca para llorar a mis anchas en lo que Pablo sopla encima de mis piernas para que el dolor se vaya de una buena vez. ¡Me duele! ¡Me duele mucho! ¡Maldita depilación con cera!

No sé en qué pensaba cuando le abrí la puerta de mi casa a Pablo a medio depilar, ¿es que acaso a este hombre no lo enseñaron a esperar a una dama? Le dije que ya pronto bajaría, pero se esforzó en entrar, total, ya le dije al portero que lo dejara pasar. Quería morirme de la pena por abrirle con mis axilas a medio depilar, la boca roja gracias a la cera y una ceja peluda. Lo he dejado correr mucho, por suerte hoy en la tarde —luego de que Samuel me dejara aquí— me miré en el retrovisor del auto y me decidí a quitarme todos estos pelos.

No esperaba la visita de Pablo, pero supe que tendría noticias suyas en breve cuando vi las catorce llamadas perdidas que me hizo. Le contesté dentro de mi departamento y me dijo que ya venía en camino porque quería enseñarme algo, que me pusiera bonita y cómoda.

No se tardó ni veinte minutos y me pilló a medio arreglar.

Le pedí que no pasara al baño oyera lo que oyera. Sin embargo, al primer grito de dolor que solté —cuando me depilé la otra ceja— fue a ver si me había sucedido algo. ¡Me soltó una carcajada en la cara al verme llorar por la depilación! ¡Mierda! ¡Esto es demasiado doloroso!

Se ofreció a ayudarme y pensé que conocería algún remedio nepalí para que los pelos salieran sin tanto dolor, pero solo conseguí que me pegara las tiras de cera y que me las arrancara con demasiada fuerza. ¡Esta es la parte que más odio de ser mujer! ¡¿Por qué tenemos que pasar por esto?!

—¿Mejor? —inquiere desde el suelo de mi cuarto de baño tras soplarme un poco más la pierna recién depilada.
—¡No! —aúllo, escondiendo mi cara entre mis manos—. ¡Dios! ¡¿Cómo Manu puede querer seguir siendo una mujer después de depilarse?! ¡Esto debería llevar la epidural! 

El coautor de Concupiscencia pone los ojos en blancos. ¡Es un insensible frente a mi dolor!

—No seas exagerada —pide en lo que se pone en pie—. Anda, te ayudo a depilarte las ingles.

Creo que acabo de tener un mini infarto con esas palabras. Ahora sí puedo decir que Pablo Echeverría perdió la cabeza del todo. Va de listo si piensa que lo voy a dejar tocarme por debajo de la toalla, pienso cumplir a cabalidad la terapia de restricción que me sugirió Samuel.
Si a su hermana le dio resultado entonces a mí también tiene que ayudarme. Con lo que pasó el día de mi cumpleaños tengo suficiente hasta la próxima semana. Independientemente a ese asunto, ya las ingles me las depilé, siempre es lo primero porque es lo peor.

El sujeto que hay delante de mí sonríe con una mirada expectante. Su forma de obsérvame recorre mi piel como la lava de un volcán arrasa con todo a su paso. Él derrite cada célula de mi piel y me hace arder en un fuego infernal del que tengo que huir. ¡Basta! ¡Terapia!  

ConcupiscenciaWhere stories live. Discover now