Decisiones:

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Capítulo #1:

¿Cuánto tiempo dura un orgasmo?

Aproximadamente de quince segundos a un minuto, como mucho.

¿A la gente la gente normal le emocionan esa clase de espasmos?

Pues a juzgar por lo que quieren leer, se puede decir que sí.

¿Por qué simplemente los lectores de mis novelas no pueden imaginarle las escenas en las que los personajes se dan como televisor roto mientras yo me limito a no salirme de mi zona de confort?

Quizás mi editor, mi jefe y media humanidad tengan razón al sostener que ya los tiempos no son los mismos de hace años atrás y que el público quiere leer eso que tanto aborrezco. ¡¿Por qué la gente tiene que ser tan morbosa?! ¡¿Por qué mi jefe me tiene que hacer pasar por una situación tan incómoda?! ¡Si es que me parece oírlo!:

«─Tu historia necesita edredoning».

«─¿Por qué eres tan mojigata a la hora de contar lo que pasa a puertas cerradas de tus protagonistas?».

«─¿Has pensando en narrar una escena sexual alguna vez?».

«─Gracias a tu mente retrógrada y a lo poco imaginativa que han sido tus escenas de sexo hasta ahora estás perdiendo a muchos lectores. Si no me traes un libro erótico para el mes entrante, esta editorial no publicará otra historia tuya».

Sexo, sexo y más sexo.

¿Es que acaso nadie tiene otra cosa en la cabeza que el acto de hacer el delicioso —y no me refiero a comerse tres panes con café—?

¿Es tan difícil dejarle un poquito a la entelequia o es que acaso las nuevas generaciones de lectoras no tienen la capacidad de recrear en su inconsciente lo que les gustaría que pasara entre Mark y Selena, mis protagonistas?

No puedo permitir que la Editorial Flowers cancele su contrato conmigo porque tengo gustos caros e ingresos justos para cumplirlos. Todo sea por mantener mi piso en la cima de la capital, mi ropa costosa, mis compras en París y mis vacaciones en Madrid.

Yo no le robé el dinero a nadie, me lo gané con mi habilidad de escritora, aunque también gracias a un golpe de suerte en una app de poco renombre que tarde o temprano terminó convirtiéndose en el hogar de muchos que querían tener mi fortuna.

Y ahora mi destino estaba a punto de irse al traste gracias al maldito sexo.

Se lo dije el día que salió la venta mi primera edición a mi editor:

«¡No me gusta el sexo! ¡No es higiénico, ni romántico, ni orgásmico, como lo describía toda aquella literatura barata que descargaba de forma pirata en internet cuando era una adolescente!».

Al parecer, Freddy ─mi editor─ olvidó ese detalle al sugerir hoy que debía dejar de ser ─y cito─ «tan estrecha y buscar un buen desatascador de cañerías vaginales».

Pude tomarlo como una de sus típicas bromas de mal gusto. Lo que me hizo darme cuenta de que no estaba de coña fueron las dos tarjetas que deslizó por la mesa de mi oficina apenas los demás editores salieron del despacho.

ConcupiscenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora