Samuel Hunther

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016:

—Lamento que haya sido tan rápido, pero entiéndame, un mes sin follar tiene sus efectos ad versos —espeta Pablo—. Créeme que tuve que contenerme para no venirme an…

—No lo digo por eso.

De golpe me pongo en pie y bordeo la cama para encontrar mi vestido.

En los nominados a los más imbéciles de este año, descollo yo como candidata predilecta del público. ¡¿Qué coño va mal conmigo?! ¡¿Cómo me voy a ir a la cama con Pablo?! ¡Pensé que ya esto estaba superado y por lo visto todavía todo dentro de mí se comporta como una niñata calenturienta!

Juro que no quería que termináramos en la cama, ¡me quedé prendada a la obra! ¡Solo reaccioné cuando comenzó a acariciarme! Llevo semanas de imponerme no pensar en las veces que nos habíamos ido a la cama y él rompió mi racha. Está claro que no podemos estar cerca el uno del otro sin terminar unidos por mi lugar sensible.

Pateo su pantalón para alcanzar uno de mis tacones. Oteo el cuarto en busca del otro y lo hallo a la entrada de un pequeño bañito. Esto es un error grande del que me voy a arrepentir lo que quede de escritura. ¡¿Qué clase de puta soy?! ¡Me fui a un motel con un sujeto! ¡¿Qué pensaría mi padre si me viera ahora?! Siento vergüenza de mis impulsos y de la poca contención que puedo llegar a poseer.

—¿Qué haces? —inquiere Pablo todavía estirado sobre la cama.

No quiero ni mirar en su dirección o voy a verle algo que no me corresponde. ¡Dios! ¡Es que voy por la vida de cagada en cagada! A este paso me van a decir la media, cada vez que abro la boca es para meter la pata. ¡¿Por qué le dije vale?! ¡Necesito muchas duchas frías más!

—¡Irme a mi casa! —respondo a su interrogante, antes de dar un trompicón y casi irme de bruces contra el lavamanos—. ¡Mierda!

—Si quieres pasar al baño por mí no hay problema, seguro pusieron papel.

Apenas las palabras terminan de salir de su boca —y una carcajada ronca secunda el gesto—, mi tacón viaja de mi mano derecha a la cama. Por suerte tiene buenos reflejos y se logra apartar antes de que le haga una cicatriz en el centro de la cabeza. Su ceño pasa de relajado a fruncido.

—¡¿A qué vino eso?! —Alcanza su ropa interior y se la pone sin quitarme ojo de encima—. ¡¿Te volviste loca?!

—¡¿Loca?! ¡¿Loca estoy desde que entraste a mi vida?! —Cojeando me dirijo hasta encararlo.

El tacón se queda a mitad de camino y estoy descalza por segunda vez en la noche. Los brazos de Pablo van a la altura de su cintura. Se nota que se enojó por mi gesto anterior. ¡Todo es su culpa! ¡Siempre tendrá la culpa de todos mis conflictos!

—¡Quedamos en que esto no iba a pasar más! —grito delante de sus narices—. ¡Si accedí a volver a trabajar contigo fue porque me juraste que te ibas a contener! ¡Ala! ¡Un mes después me sonsacas y terminamos en la cama! ¡Ya estoy harta de esto! ¡Te dije que me asquea el sexo!

—¡No! ¡No repitas eso! —aúlla él tan alto como yo y gesticulando por encima de mi cabeza—. ¡Nadie que odia el sexo puede tener un orgasmo del tamaño que tú lo tuviste! ¡Si todavía te deben temblar las piernas!

Es que este es el colmo de la desfachatez.

—¡Si tuve un orgasmo fue por puros reflejos de mi cuerpo! —respondo segura de mí—. ¡No me gusta para nada cuando me tocas o cuando me besas o…!

Sin darme tiempo a terminar la oración las manos de Pablo van a mis costados y, en menos de lo que tarda en pensarse, nuestras bocas coinciden en un apasionado beso. Al principio me resisto, pero cuando su mano derecha se posiciona sobre una de mis nalgas mi lado racional se hace de la vista gorda con la succión que me da este hombre. No es para nada delicado, su boca explora la mía con furia, adueñándose de cada milímetro. Es como si ambos estuviéramos destinados a encajar en todos los terrenos a la perfección.

ConcupiscenciaWhere stories live. Discover now