El masaje nepalí ha sido pólvora a mi volcán sexual

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014:

Hay veces realmente me pregunto cuál es el concepto de valor. Algunos identifican al héroe homérico como ideal de valor, con su areté y su nobleza procedente de Zeus. Otros lo ubican con los caballeros andantes, los militares e incluso, con aquel que es capaz de matar una cuchara voladora. Lo cierto es que valor -y un buen par- tiene el hijo de puta que llama a mi puerta a las casi tres de la madrugada.

Los azotes en mi puerta no habrían sido problema si mi vecino de arriba no me hubiese llamado para quejarse. No sé por qué motivo tiene mi número de celular, pero no es ese el mayor de mis problemas ahora.

Tambaleante, con un ojo abierto y el otro cerrado me doy un tope con el marco de mi habitación. Más le vale a la persona que me llama tener una urgencia catastrófica porque haré una hecatombe al dios del sueño con el cuerpo del alma desdichada que perturba mi descanso. Enciendo la luz de la sala apenas quedo en esa habitación. Mis párpados se cierran al instante por la fuerte claridad.

¡¿Por qué mejor quién sea que moleste en este instante no se va a dormir?! ¡Con lo a gustito que se está bajo la mantita cálida!

Finalmente consigo quitar el seguro de la entrada. Apenas despego la puerta, la persona que entra en mi casa consigue desear -por segunda vez- tener mi pistola en la mano para hacerlo el primer colador humano.

-¡¿Dónde está?! -ruje Pablo Echeverría en lo que sus ojos escanean mi cuarto-. ¡¿Está en el baño?! ¡¿Es eso?! ¡¿Está en el baño después de haberse refrotado contigo durante toda la noche?!

No me hace falta ir a la universidad para entender dos cosas de la situación que se me presenta. La primera es que Pablo bebió más de la cuenta, será mejor que no se acerque a una estufa porque puede comenzar a arder. Para la peste que trae encima es altamente inflamable. La segunda cosa que me queda clarinete es que se refiere a Samuel Hunther.

Me fui sin ser vista de la gala. Ignoré las llamadas y mensajes de todos, aunque guardé el contacto del misterioso leñador. Nadie sabe las vueltas que da la vida. Pablo dejó notas de voz amenazantes en mi buzón de WhatsApp. Solo por joderlo lo dejé en doble check azul y ahora me arrepiento.

Advierto al pobre diablo caminar oscilante por mi pieza. Activa el interrumpir del baño y lo oigo correr la cortina. Quizás debería... ay no, no puedo, tengo demasiado sueño como para lidiar con un borracho de mierda. Ya bastante cabreo tengo con él y es inofensivo. Si quiere poner mi casa patas arribas que lo haga, mañana con la cabeza tranquila lo organizaré todo y le recordaré a su madre de una forma poco cortés.

Me apresuro a meterme bajo la sábana y no tardo en pegar mi cabeza a la cómoda almohada.

«-Hola Morfeo, ¿me extrañaste?»

-¡¿Dónde está?! -A la distancia oigo la voz de Pablo, pero no despego mis ojos.

-Si lo buscas detrás de la nevera, por favor, saca una caja de cereal que se me cayó la semana pasada -pido antes de ronronear para quedarme dormida.

El peso de una nueva persona en la cama no me inquieta. Si no quiere ser el primer hombre con los genitales como cornamenta, más le vale no tocarme.

-¿Por qué me haces esto? -inquiere él-. ¿Es que te gusta verme así? ¡Estoy tan ebrio que no recuerdo ni siquiera dónde aparqué mi auto!

-Si no lo encuentras mañana es porque lo remolcaron -musito, tapando mi hombro.

-¡Joder! ¡Ya basta! ¡Olivia ya estoy cansado! -Los alaridos que da consiguen que despegue mis ojos. Las mejillas las tiene tan rojas como las pupilas-. ¡¿Disfrutas torturarme?! ¡Hace días intento hablar contigo y si te di espacio es porque estabas molesta! ¡Hoy me hiciste sentir terrible y lo peor es que dijiste que tienes asco por mí! ¡Asco!

ConcupiscenciaWhere stories live. Discover now