Tu juego, mis reglas

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Bien, más calmados todos creo que podemos seguir con esta reunión. ─Juro que pocas veces he tenido tantas ganas de estrangular a alguien como siento por Macbeth ahora.

Para poder tranquilizar mis improperios ─entre los cuales mencioné varias veces a la progenitora de mi jefe, su potencia sexual mínima y el tamaño de su órgano del placer─, Macbeth decidió darme un sedante y un vaso con agua. Creo que, por previsión, la secretaria dejó aquí la fuente con el líquido vital. Presiento que me quedan varios bocados que digerir y lo mejor es bajarlos bien.

Ya que no ponen vodka en estas reuniones, con agua debería bastar.

Es increíble hasta dónde puede llegar la desfachatez de la gente por ganar un poco de dinero. Sé que soy igual de interesada que el gigoló que hay sentado delante de mí, pero jamás sería capaz de utilizar a una persona para obtener resultados de otra. Menos a mi yayita.

Micaela Castro no es en realidad mi abuela, sino mi bisabuela, pero tenía solo cincuenta y dos años cuando nací. Se quedó embarazada con veinte años al casarse con el abuelo Castro. Ambos eran de esa generación donde existía el amor verdadero. A la madre de mi padre le dieron por nombre Josefina. El yayo ─mi bisabuelo─ lo consideró un nombre de mujer fina, decente e inteligente.

Lo cierto es que la abuela Josefina no salió con ninguno de esos calificativos ya que con quince años se quedó embarazada de vaya Dios a saber quién. Nueve meses después nació mi padre quien solo estuvo dos veces en el regazo de su madre bilógica porque ella le entregó el niño a yaya para que lo criara mientras iba por el mundo siendo un “espíritu libre”, yo más bien diría que se volvió en un chumino público.

La yaya siempre trató de que a papá no le faltara de nada y por eso cuando él le dijo que estaba enamorado de una chica del colegio y que deseaba comenzar a trabajar para formar una familia, lo apoyó incondicionalmente.

Papá se casó con mamá estando ella embarazada de Olga. La yaya ayudó mucho a mi padre cuidando de mi hermana para que él pudiera ir a trabajar y mamá a sacarse el graduado escolar. Durante muchos años mis padres se deslomaron para que tener un hogar, pero cuando yo nací las cosas entre ambos no estaban del todo bien y decidieron darse un tiempo. Mamá buscó un oficio en una cafetería por las noches mientras papá tenía su curro en el puerto de estibador y su curso de pintura, uno de esos pequeños lujos que deseaba darse. Ninguno de ellos tenía tiempo para cuidar de una niña y la yaya otra vez les tendió una mano.

Viví en su casa desde los tres meses hasta los once años, cuando el yayo murió. Los recuerdo como los mejores de mi vida, ella me enseñó a sumar, a cuidarme mi hermoso cabello rizado y me inculcó el amor por los libros. De no ser por ella habría terminado igual que Josefina, mi verdadera abuela.

Sin embargo, a raíz de la muerte de mi bisabuelo y luego la de su único hijo, jamás volvió a ser la misma. Quise traerla a vivir conmigo aquí en la capital, pero mamá me dijo que yaya no se adaptaría a la urbe y tiene razón. Ella tampoco podía cuidarla porque no lo deseaba, no por otro motivo. Juro que casi se me dobló el alma de pena cuando la propia yaya buscó un centro de día, vendió su casa ─por una váratela─ y se internó. El dinero que ganó de la venta de su casa se lo gastó en libros para leer, helado ─porque siempre le gustó─ y una nueva prótesis dental.

Nunca sabrá que la timaron porque yo semanalmente ingreso dinero en la cuenta. Si no puedo verla con la frecuencia que me gustaría, al menos la haré vivir confortable los últimos años de su vida.

Nunca le hablo a nadie sobre mi abu Mica ya que forma parte de esos recuerdos lindos de la infancia que no se comparten o pierden el encanto. Ir a verla es el viaje mensual que más espero y el que más disfruto. Por ella soy capaz de dejarlo todo sin pensármelo dos veces porque sé que haría lo mismo por mí, pero ahora que este puto de quinta categoría descubrió mi talón de Aquiles es casi seguro que lo utilizará para destruirme.

ConcupiscenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora