Es 17 de octubre.

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015:

—¡Olivia, por favor, actúa como una persona madura y asume que tienes que reescribir esto! —dice Pablo, por el tono de voz ya creo que está un poco hartito de mi negativa, pero no pienso ceder.

—No hay nada de malo con esa escena —reprocho con los brazos cruzados y mis ojos fijos en él—. Lo único que tú no deseas es describir cómo un hombre siente el placer sexual por medio de una felación.

Pablo abre la boca para reprochar, pero el sonido de su celular lo hace desistir del intento. El rector de la universidad tenía que llamarlo para un asunto con su nómina. Cuando se mete en el baño de su departamento para responder, me dejo caer en su cómoda cama con los papeles del capítulo.

Todo un mes llevamos en este asunto. Desde aquel masaje nepalí que me dio las cosas entre Pablo y yo tuvieron un vuelco sorprendente. Nos reunimos todos los días para escribir, pero la mayoría de las veces hablamos de nuestra vida y, para el final de la tarde casi no avanzamos, aunque tampoco es que estemos mal de tiempo. Descubrí que ganó una beca del otro lado del mundo por lo que se fue de Ojeda cuando yo lo hice también. Su madre sí vive ahí todavía y la va a ver todas las navidades, cumpleaños y demás fiestas. No lo llevó mal la vida y de mí creo que no tenía mucho que saber nuevo.

Solemos reunirnos en mi departamento tres días y el resto en el suyo por el tema de las clases y de sus estudiantes. No me molesta venir aquí y ahora que no hay casi contacto sexual entre nosotros —por no decir que ninguno— se me hace llevadero. No voy a negar que me continúan molestando sus chistes sexuales ya no recrimino nada porque la verdad es que no tiene caso. Lo peor es que, como tenemos que escribir escenas sexuales en conjunto, muchas veces las erecciones y pezones puntiagudos me han hecho ruborizar. Él se lo toma la mar de normal, pero eso es porque no tiene vergüenza en la cara.

¡Y juro que no miento!

¡Este hombre es capaz de abochornarme incluso sin proponérselo!

Como pasó ayer.

Terminamos un capítulo casi a medianoche y ninguno había comido nada en todo el día. Pablo me invitó a cenar algo en una cafetería que trabaja toda la madrugada. No lo vi mal porque la verdad es que me prometió que luego me acompañaría hasta la puerta de mi departamento. Fui con él y el sitio era bastante acogedor —por suerte estábamos solos—. La primera mala decisión que tomé fue sentarme en una mesa apartada con él y la segunda pedir salchichas normales para comer junto a unas papas fritas.

No me pude comer las salchichas.

A pesar de que Pablo no hizo ningún chiste sexual, pude ver esa mirada lujuriosa cada vez que pinchaba una salchicha y me la metía en la boca. Quizás sean cosas de mi cabeza o de lo muy salida que estoy últimamente.

No sé qué pasa conmigo de hace un mes para acá que, cada gesto que tenga referencia al ámbito sexual me pone de un cachonda que me es imposible controlarme. ¡Me compré un vibrador vía online y creo que de tanto usarlo va a pedir la baja en cualquier instante! La culpa —como es de esperar— la tiene Pablo y su manía de despedirse con un beso en el cuello que en más de una oportunidad me ha hecho sentir que tengo un orgasmo con solo su tacto. No lo hará con mala intención —lo veo quedarse muy tranquilo después de ese gesto—, pero a mí me vuelve loca. No me atrevo a reclamarle porque como intentamos recuperar la amistad, no sé qué tan mal se vería eso.

Me he masturbado tanto en el último mes que solo cuando me bajó la regla paré, sin embargo, no voy a negar que la idea del sexo anal no se vio desagradable del todo. Si no lo hice fue porque me dio miedo el tema proporciones. Lo peor es que luego de tocarme una vez quería repetir hasta el cansancio, al principio las duchas frías me ayudaron, pero llegó un punto en el que se volvió preocupante. Cuando hablé con Sofía quise preguntarle y me dio tanto corte que cambié de tema.

ConcupiscenciaWhere stories live. Discover now