CAPITULO 41

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Alessia.

El aire se siente mucho más denso que en los últimos días nada más entro a la casa con Julia pisándome los talones. Sostengo con firmeza las bolsas de suministros contra el pecho a medida que apresuro el paso, notando que Cesare no está en la entrada como cada día a esta hora.

Sandro emerge del interior de la mansión antes de que pise el primer eslabón de las escaleras que dan inicio a la propiedad. Con los ojos clavados en nosotras, hace un movimiento a los dos hombres que custodian la puerta para que nos retiren las bolsas y las lleven a la cocina.

Ni Julia ni yo nos quejamos como haríamos regularmente, y creo que es por el hecho de que Sandro ni siquiera cambia su expresión rigurosa. Él solo espera a que los hombres se vayan para plantarse frente a nosotras.

—No saldrán más de la propiedad sin guardias —establece con un tono más molesto que el que de costumbre le envuelve la voz.

—Pero dijiste que Alessandro había permitido que... —Julia se detiene a media oración al ver que los ojos frustrados de Sandro caen en ella—. Hablé con él, Sandro, esta tontería que...

—No pienso permitir que mi cabeza ruede por tus caprichos, Julia —le advierte, la amenaza implícita en su voz.

Sandro por lo general es un hombre de pocas palabras y no se molesta en dar explicaciones, solo ignora las quejas y deja sentada la orden en el aire. Manda sobre la mayoría de los hombres aquí y pronto comprendí que es, junto a Raphael, de los guardias más cercano a los Caruso, especialmente a Salvatore y a Demetrio.

Extrañamente, no lo había visto por aquí desde hace una semana que se fue tras la partida de Salvatore, el cual no ha vuelto a casa como sí lo hizo Alessandro tres días después. La situación ha estado tensa en los alrededores, lo he notado, pero como aprendí en casa, no he hecho preguntas que pueden ponerme una cruz en la frente. A veces, es mejor vivir en la ignorancia que saber cosas que pueden acarrear una consecuencia.

—Hablaré con Alessandro —insiste Julia—. No estamos en peligro, por favor.

—La orden no la dio él —explica el hombre, perdiendo la poca paciencia que le queda—. Salvatore fue claro al dar las indicaciones sobre su seguridad y, si quieres pasar por encima de él, hazlo.

Sandro se cruza de brazos, esbozando una sonrisa cruel que no llega a sus ojos. Está claro que retar a Julia no es lo que más desearía estar haciendo.

—Ve y dile que no quieres los guardias, haz que pierda la poca paciencia que le queda y que así te mande a un internado por un par de años para que aprendas a seguir ordenes.

—No me hables así, Sandro —le advierte la mujer a mi lado, dando un paso al frente. Julia eleva el mentón, es la primera vez que noto que no responde de forma sarcástica o divertida, ella realmente luce molesta—. No te equivoques conmigo.

—No lo hago, Julia. Tu voz autoritaria no va a funcionar si eso va en contra de tu seguridad. En todo caso, recuerda que no te rindo cuentas a ti, sino a ellos —apunta la casa sin dejar de mirar a mi compañera—. Al igual que tú.

Sandro ignora el gesto molesto de Julia y, en su lugar, fija su mirada en mí.

—¿También te negarás a seguir órdenes? —cuestiona, dispuesto a darme un discurso similar al que le dio a Julia.

—No.

Él asiente. Abre la boca como si fuese a terminar de expresar sus exigencias, pero se endereza al tiempo que un jeep se estaciona furiosamente a un par de metros de nosotros, capturando nuestra atención.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora