CAPITULO 26

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Alessia.

La señora Ricci está raramente concentrada en la comida cuando me acerco para saludar a Julia luego de varias horas preguntándome dónde se encontraba. Hay una extraña mueca en la cara de mi compañera de cuarto que se estremece un poco al verme llegar.

Sí. Ellas dos discutieron nuevamente.

Parece ser su única práctica últimamente, la cual termina con la señora Ricci haciendo caso omiso a cualquier gesto por parte de su sobrina y con Julia omitiendo cualquier tarea que involucre estar cerca de la furia de la mujer.

A veces me pregunto cómo han hecho para mantener una buena relación estos años si se la pasan de discusión en discusión, aunque bueno, por lo que se me ha dicho, Julia pareció rebelarse al salir de la escuela, no antes.

—¿Irás hoy a trabajar al club? —Su vaga pregunta revestida de curiosidad hace elevar las comisuras de mis labios al ver a su tía girar ligeramente el rostro atendiendo a sus palabras—. Alessia, te hice una pregunta.

—Sí.

—Déjame ir contigo —suplica en un leve susurro—. Por favor. Serviré mesas, limpiaré baños, lo que sea.

—No creo que quieras limpiar los baños del club, Julia. —Una risita abandona mis labios. Julia no tiene idea del desastre que se forma en ese lugar en fines de semana, lo cual me hace agradecer que solo tengo que limpiar la barra y servir tragos—. ¿Qué?

Aprieta los dientes, observando por el rabillo del ojo a la señora Ricci soltando una carcajada seca. Claro que está escuchando. Incluso si susurramos esa mujer tiene el oído entrenado para atender a cualquier conversación que se desarrolle alrededor.

—¿Qué hiciste, Julia?

Ella blanquea sus ojos, pero su semblante cambia. Julia es muy expresiva y para nada neutral al momento de salvaguardar sus pensamientos de sus ojos. Es como un libro abierto al cual es fácil leer, y por la forma en que sus manos aprietan el cuchillo en su mano, sé que algo pasó.

—Que a la señorita se le ocurrió que era buena idea beber y gritar frente a una estación de policías —escucho tras de mí. La señora Ricci suena molesta. Muy molesta—. Demetrio la sacó de los separos a medianoche porque ella creyó que sería buena idea provocar a los oficiales que le rinden cuentas a los dueños de la casa.

—¡Yo no sabía que llamarían a Alessandro!

Sus ojos se abren notoriamente conmocionados por su grito, pero no se disculpa con su tía, al contrario, su ceño se profundiza y es la primera vez que veo la molestia.

—Tu nombre está en la lista de los Caruso de personas a quien no tocar —la reprende Beatrice—. ¿A quién esperabas que llamaran?

—Claramente no a uno de ellos —sisea con los dientes apretados.

—¿Y por qué fue Demetrio y no Alessandro por ti?

—Porque Alessandro está en Nápoles —interviene la señora Ricci—. Demetrio se regresó porque uno de los dos tenía que sacarla de allí ya que no se la iban a soltar a cualquiera.

—Yo no les pedí que lo hicieran.

—Ay, por amor a Dios, Julia.

La señora Ricci deja en claro que no está para juegos al tirar el pañuelo de cocina sobre la encimera. Julia no repone el gesto de disgusto, al contrario, parece decidida a mantenerlo y yo me encuentro mirando entre la una y la otra como si en cualquier momento fuesen a comenzar los gritos.

—Lo que tú y tus amigos hicieron no fue cualquier cosa, Julia. Uno de ellos tiene denuncias por robos menores, jovencita. Deberías reconsiderar tus amistades.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora