CAPITULO 31

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Salvatore.

Mis hermanos y yo no somos de reuniones familiares a la hora de comer. Nunca nos acostumbramos a ello porque nuestros padres nunca estuvieron para presidirlas. El hecho de que estemos los tres cenando es algo inusual, pero lo acepto en silencio sin prestar atención a lo que dicen realmente.

Alessandro habla del aniversario del casino, Demetrio de la pelea que tendrá pronto y la señora Ricci los escucha al igual que lo hace una Julia que por primera vez desde que la conozco accedió a sentarse a cenar con nosotros a petición de su tía.

No es como si me importara la presencia de alguno de los que está porque mi atención se concentra en la ausencia de aquella que no he visto en todo el día.

Veinticuatro horas han pasado.

Casi cuarenta y ocho.

Ella simplemente se escabulló sin atender a mis palabras.

Me juré que si no se acercaba sería el fin, pero eso no es razón suficiente para que la comida me sepa amarga, para que el nudo en mi garganta evite el paso del líquido o para que mis dedos no se aferren con fuerza a los cubiertos que sostengo.

—¿No irías a Nápoles hoy, Salvatore? —El cuestionamiento de Demetrio queda en el aire una vez me levanto, atrayendo las miradas de todos. Dejo los cubiertos al costado del plato lleno—. ¿Qué? ¿Dije algo, señor palo en el culo?

Se carcajea al igual que Alessandro, el cual luce tan sereno como no lo he visto en un tiempo. O tal vez es que yo estoy demasiado furioso como para pensar que esa es la actitud normal de mis hermanos.

Demetrio deja de reír una vez Alessandro se detiene, pero no los miro, me adentro en mi oficina en su lugar, encendiendo mi computadora en tanto trato de localizar a Cesare afuera.

No es a él a quien busco y lo sé, pero algún justificante debe aplacar mi rabia que incrementa conmigo mismo.

Una rabia que explota en cientos de pedazos al pasar mis ojos por las cámaras de toda la casa en vano.

Ella no está dentro, tampoco fuera.

La busco con más furia. Alessandro debe saber dónde está o Julia para el caso, pero no me levanto en busca de una información que me será dada por la segunda y cuestionada por el primero.

Cesare es al primero que veo, corriendo cerca del laberinto. Su cuerpo se pierde en medio de las sombras a las que las cámaras no tienen acceso y tardo en visualizar en pantalla la entrada del laberinto poco iluminado.

Su figura delgada revolotea en la pantalla por el vestido blanco que tiene puesto. Mi polla se endurece contra mis pantalones al ver cómo se levanta por el inclemente viento que no la detiene para arrojarle el juguete a un Cesare que corre ida y vuelta el camino en busca del juguete.

Me levanto al tiempo que la puerta se abre. Alessandro entrecierra sus ojos en mi dirección. Cierro la computadora y el gesto no le pasa desapercibido a mi hermano que avanza sin pedir permiso alguno, deteniéndose con sus manos sobre el respaldo de una de las dos butacas de cuero frente a mi escritorio.

—Iré a Nápoles yo —comenta decidido—. ¿Vendrás mañana?

—No.

—¿Por?

—Porque no me da la gana de ir —respondo con el ceño fruncido—. ¿Algo más? ¿O viniste a ponerme al corriente de tu itinerario de vuelo?

—¿Qué te traes?

—Soy el Don, hasta donde sé, soy yo quien cuestiona a mi gente, no ustedes los que me cuestionan a mi.

—Eres demasiado arrogante, hermano. Y muy presuntuoso. Fanfarrón incluso —añade sin respirar—. Un imbécil seguro.

SALVATORE [+21]Where stories live. Discover now