CAPITULO 40

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Salvatore.

Alessia permanece inmóvil entre mis brazos, pero la decepción brilla en sus ojos una vez respiro hondo y la tomo de los hombros para alejarla, aún en contra de cada parte de mi cuerpo que me exija que no me mueva.

Abro la puerta sin ocultar mi descontento al ver a mi hermano. El no ver una postura relajada en Alessandro hace que junte las cejas mientras él entra sin permiso a mi habitación. Ni siquiera se inmuta al percatarse de la mujer en el interior, solo clava la vista en ella con decisión.

—Alessia, retírate, por favor —le pide y mi cuerpo se torna alerta.

Alessia parece notar algo extraño en él porque permanece observándolo con atención, dudando de si su tono es de reproche, exigencia o algo que aún no alcanza a dimensionar. Yo sí que lo hago, escaneo la postura de Alessandro con mayor atención, la forma en que sus ojos se pierden en un punto en específico, evitando explotar, pero noto su mandíbula apretada, su frente arrugada y la tensión evidente.

—Alessia, vete —pido casi en un susurro.

Ella no se molesta, parece comprender la situación y, en su lugar, la preocupación invade su expresión cuando se acerca a Alessandro y le coloca la mano con delicadeza sobre el hombro.

—¿Todo bien? ¿Te sientes mal? —cuestiona, sin darse cuenta que esto no es un asunto de salud como seguramente lo infiere.

—Sí —responde él—. Déjame a solas con Salvatore.

Él no la mira y, a pesar de que me molesta un poco su cercanía con mi hermano, su inminente preocupación no me descoloca por completo como lo espero. Alessia me observa al caminar a la puerta, casi esperanzada. Las ganas de besarla me asaltan por un segundo, pero solo consigo asentir, cerrando la puerta con su salida.

Escucho sus pasos alejarse y solo cuando dejo de hacerlo, me enfoco en un Alessandro que me encara por primera vez desde que entró.

—¿Qué demonios pasa? —le pregunto.

—Descubrimos quién tomó los negocios de los Lombardi y está respondiendo a nuestros ataques desde hace meses. —Sus palabras aunque calmadas, vienen revestidas de tensión y enojo. Alessandro no explota con furia por lo general, pero en sus ojos el brillo de la rabia se vislumbra, alertándome en segundos—. Salvatore, escúchame antes de tomar una decisión que pueda llevarnos a la misma mierda.

Doy un paso al frente, escaneando con detenimiento la manera en que trata de ser la voz de la razón. Y algo me dice que su revelación va a causar tanta rabia en mí que por eso trata de ser quien tome el control que estoy por dejar a un lado.

—¿Quién coño nos está jodiendo, Alessandro?

—Los Lombardi perdieron sus negocios por pagar un par de deudas —intenta darme contexto en vano porque solo me calienta la sangre ante la espera—. Cuando los atacamos hace meses, desatamos una guerra que va más allá de nuestros pleitos con ellos y ellos lo sabían, atacamos a su nuevo jefe y es por ello que nos atacaron con más fuerza aún cuando creímos que no lo harían porque no tenían las armas para hacerlo.

—Los Lombardi no, pero asumo que quien se quedó con todo y ha estado recuperando lo que otros les quitaron sí —añado.

Alessandro asiente.

—¿Quién demonios es? ¿Uno de los londinenses? ¿El padre de Lorenzo que previó un ataque a su territorio?

—Marcello Venturi —me interrumpe a medio hablar, dejándome con un nudo en el pecho que comienza a crear un agujero de a poco en tanto trato de no explotar de la rabia—. Él tomó el negocio de los Lombardi.

SALVATORE [+21]Where stories live. Discover now