Capítulo 34

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—Hoy vamos al museo.

—No me apetece.

—No te he preguntado.

—Oye, qué guapa estás.

—Ya. Venga, vístete.

—Estoy bien así, gracias. —Se estiró en la cama como un gato.

—Pues me voy sin ti.

—No serás capaz.

—¿Te acuerdas de Darío? El chico de los tatus. ¿Sí? Pues me dio su número, que creo que no te lo había contado. Igual le llamo para que venga conmigo.

—Pues igual llamo yo a la chica esa de la discoteca del otro día.

—¿A la que le dijiste que eres gay?

—La misma.

—Pues como no la llames con una paloma mensajera, no sé cómo vas a hacerlo. ¡Ja! Pásalo bien aquí solito.

Me agarró de la muñeca y caí junto a él. Sobre esa cama que llevaba sin hacerse dos días seguidos. Allí empezaba a oler un poco mal y, probablemente, el personal de limpieza se cagaría en nosotros y nuestros antepasados.

—Uno rapidito y prometo que nos vamos. —Empezó a besarme y a meter las manos bajo mi vestido. Me lo quité de encima entre risas.

—Tienes diez minutos. Te espero abajo.

La recepción del hotel era bastante mona y prometía más de lo que luego te encontrabas en las habitaciones. Las paredes estaban pintadas en un tono tierra suave y cálido. La barra de recepción era de mármol marrón y cristal y había un gran espejo en el techo dónde se reflejaba toda la planta: sofás blancos, camel y marrones oscuros, mesas a juego con toques dorados y centros de mesas con flores secas. No era para nada recargado y creaba un ambiente familiar y acogedor.

La gente iba de un lado a otro. Algunos llegaban para comenzar sus vacaciones, llenos de maletas de diferentes colores y tamaños; otros salían por la puerta lateral que se abría con la tarjeta del hotel para llegar rápido a la playa más cercana y los trabajadores se movían ágiles enfundados en sus uniformes.

Todo el mundo sonreía. O esa era la sensación que tenía yo.

Estaba tranquila. Era el sentimiento que más había echado de menos y que durante estos días más había crecido en mi interior. Sonaba una canción suave por los altavoces. Se escuchaba bajita y mal, pero la conocía bien: She de Dodie Clark. Durante mucho tiempo esa fue mi canción favorita. Por muchas razones: la música era bonita, la voz era suave y, además, Diego me la cantó al oído la primera vez que quiso dedicarme una canción. Y se convirtió en nuestra. Y nunca la había logrado escuchar de una manera diferente.

Vaya casualidad.

Cuando vi a Diego acercarse hacia mí con paso seguro supe que él también la había escuchado, la había reconocido y había pensado en ese nosotros que fuimos hace ya tantos años. Los recuerdos se le quedaron congelados en esa sonrisa que jamás voy a olvidar. Sonó mi móvil en cuanto él llegó frente a mí.

—¿Sí?

—¡Hombre! ¡Menos mal que sigues con vida!

—Hola, mamá.

—¿Te parece normal no haberme llamado en todo este tiempo? Menos mal que me ha llamado Diego, si no ya tenía a la policía buscándote.

—¡¿Has llamado a mi madre?! —le grité por la sorpresa en cuanto llegó a mi.

—Le he devuelto una llamada, que es diferente. —Puso su mano en mi espalda para guiarme a la salida.

—Te juro que te mato.

Una parte de míWhere stories live. Discover now