Capítulo 28

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—¿Y bien?

—Necesito estar borracha para contártelo. —Bebí de mi cerveza un poco agobiada

—Perfecto. Termínatela, nos arreglamos y nos vamos a beber.

—Habrá que cenar primero.

—Ya veremos, Martita. —Qué diferente podía sonar un mote dependiendo de la persona que lo decía.

Necesitaba pensar en otra cosa que no fuera yo y recordé que, realmente, no le había preguntado a Diego sobre qué había hecho esos meses en los que estuvimos separados.

—¿Qué tal tu curro?

—Hasta los huevos.

—¿Y aquel proyecto?

—La verdad que... muy bien. —Se sonrojó—. Me ofrecieron un ascenso.

—¡Diego! —grité emocionada—, ¡Diego! ¡Qué orgullosa estoy de ti!

—Aún no lo he aceptado. —Mi sonrisa se congeló.

—¿No lo quieres?

—No lo sé —admitió—, les prometí darles una respuesta cuando volviese de las vacaciones.

—¿Has decidido algo?

—Creo que voy a aceptar.

—Deberías. Has trabajado mucho por ello. Siempre has querido eso.

—Pero las cosas han cambiado mucho. Muchísimo —caviló.

—¿Estás bien? —Agarré su mano.

—¿Te acuerdas de aquel concierto al que fuimos por tu cumpleaños?

No me sentía emocionalmente preparada para recordar momentos bonitos con Diego, porque no podía evitar pensar que igual no volvíamos a experimentar ninguno más. Pero ahí estaba, hablando con él de una de las cosas más divertidas que habíamos vivido juntos. Y lo estaba haciendo mientras sonreía.

—Cómo para olvidarlo.

Fuimos a un concierto de Estopa y fue uno de los mejores días de mi vida. Sin exagerar ni un poquito. Cenamos unas hamburguesas de McDonald's's en la fila de entrada. Me comí mis patatas y las de Diego, por cierto. Hicimos un par de amigos muy majos a la entrada mientras esperábamos de los que nunca he vuelto a saber nada, pero que espero con todas mis fuerzas que el niño que iban a tener esté creciendo sano y feliz.

El concierto fue increíble. Las luces naranjas enfocaban al escenario grande, alto e imponente. La temperatura fue perfecta para el pantalón vaquero, la camiseta de manga corta y la chupa de cuero que decidí vestir aquel día. El cielo estaba despejado, las estrellas se colgaban del aire con gracia y la luna se exhibía en lo más alto.

La luna.

La luna nos vio cantar y bailar, agarrados, con envidia. Pude verla los ojos golosos, llenos de celos por lo que nosotros estábamos viviendo y ella no podía siquiera palpar.

Recuerdo los ojos brillantes de Diego, mirándome felices y con gracia. Su boca cerca de la mía desafiando a su garganta a un pulso entre su capacidad y sus ganas de que todo el estadio le escuchase decirme que «tu perfume es el veneno que contamina el aire que tu pelo corta, que me corta hasta el habla y el entendimiento porque es la droga que vuelve mi cabeza loca. »

Esa noche me reí muchísimo. Se me saltaban las lágrimas, tuve agujetas en la tripa el día siguiente y busqué durante el resto de mi vida sentirme igual que aquel día. Incluso eché de menos la enorme vergüenza que sentí cuando Diego me agarró de la muñeca, me dijo que guardase silencio y corrió veloz, esquivando al público y a los de seguridad, para meterme en bambalinas y que pudiese decirles a David y José que gracias por ofrecerme el mejor concierto que jamás iba a vivir.

Una parte de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora