Capítulo 3

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El paseo marítimo estaba a rebosar de gente. Turistas disfrutaban del buen tiempo, hablaban animados y sacaban miles de fotos a todas partes y a todo el mundo. Había grupos de amigos bebiendo y riendo, familias, cenando o tomándose un helado, parejas felices, perdidas los unos en los otros y luego Diego y yo, caminando en completo silencio. El mar estaba tranquilo, susurrando suave y el cielo se mostraba despejado, decorado por una luna blanca, redonda y brillante. Vi un local del que salía una melodía alegre y tranquila. Parecía que el lugar era incómodamente pequeño y que estaba hasta arriba, pero me apeteció entrar, porque los locales que tenían pinta de tener poca clase eran mis favoritos. Sin pedir opinión a mi acompañante empujé la puerta y entré. Lo escuché suspirar mientras me seguía.

Al fondo, un grupo tocaba en directo y la multitud se movía al ritmo de la música. Le dije a Diego de tomar algo antes de cenar y él accedió visiblemente desganado. Aunque su actitud no había variado en absoluto, su tensión se fue reduciendo a lo largo de la tarde.

Tras sentir el sol sobre mí durante todo el día, disfrutaba arreglándome y saliendo por la noche para sentir la brisa en la cara, escuchar el murmullo de la gente y caminar con alguien especial a mi lado. Es un momento de paz que, desde que tengo uso de razón, me recarga con una energía eléctrica. Allí, con esa sensación clavándose en mi interior me prometí a mí misma que todo iba a salir bien. Que iba a funcionar. Que iba a ser así de feliz para siempre.

Nos sentamos en la barra, en unos taburetes altos que se quedaron libres para nuestra suerte. Trabajando había una camarera joven y pelirroja y un camarero con canas y bastante corpulento que parecía no hacer demasiado caso a los clientes. Diego llamó a la chica y pidió nuestras bebidas, una coca cola zero para mí y una cerveza para él. Cuando nos las sirvió, di un sorbo largo y bastante renovador. Las burbujas bajaron por mi garganta calmando al instante la sed y el nudo que tenía desde hacía unas horas.

—¿Sois de por aquí? —La camarera estaba inclinada sobre la barra mirándonos dulcemente. Limpió sus manos con un trapo y se acomodó para charlar con nosotros.

Parecía maja y agradable y lo que yo más necesitaba en esos momentos era tener una conversación en la que no hubiese miradas incómodas ni reproches esperando a salir en cualquier momento para estallar todo por los aires.

—No, de Madrid. Hemos venido de vacaciones. —Sonreí.

—¿Habíais estado antes?

—No —contestó Diego, mucho más amable de lo que me había hablado a mí en mucho tiempo—. Sí hemos venido al norte, pero nunca por aquí. Estamos recorriéndonos la costa con la caravana.

—Pues espero que disfrutéis mucho. Este es un lugar precioso. Es mi tierra, claro, pero lo digo de forma objetiva. Todo el mundo se va de Liencres totalmente encandilado. Es un sitio mágico. —Se quedó en silencio un par de segundos y su sonrisa se ensanchó—. Por cierto, enhorabuena por el compromiso.

Ella me guiñó un ojo con una habilidad de la cual yo carecía y seguí su mirada hacia mi dedo anular. El anillo. El anillo de compromiso que, a pesar de todo, aún no me había quitado. Cuando vi que Diego no cogía mis llamadas, no contestaba mis mensajes y no pasaba por casa durante semanas, intenté resignarme y guardarlo en un cajón, pero no duró allí ni cinco minutos. Me sentía desnuda sin él. No sé si Diego no se había dado cuenta de que seguía en su sitio habitual o simplemente decidió no comentar nada al respecto. Aún recuerdo a la perfección el día que lo colocó en mi dedo.

Fue un viernes por la noche. Llegué a casa agotada del trabajo y solo me apetecía cenar pizza, ver una película y quedarme dormida en las piernas de Diego, pero no podíamos. Habíamos quedado para salir con su grupo de amigos, el cual se convirtió también en el mío al poco de conocerlos. Álvaro, Celia y Lara. Con Lara me llevaba bien, pero ni de lejos como con Celia. Se convirtió en mi mejor amiga al instante por lo que no podíamos separarnos ni un momento. Álvaro era el mejor amigo de Diego; nunca había visto a dos personas quererse tanto y estar tan unidas. Diego me había confesado alguna vez que si Álvaro no hubiese aparecido en su vida, probablemente no estaría aquí. Se respetaban y se complementaban tan bien que, a veces, tenía la sensación de que debía sentir celos.

Una parte de míWhere stories live. Discover now