Capítulo 29

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Yo con resaca soy alguien a quien no desearías conocer. Ni aunque te pagaran millones por estar conmigo la mañana de después de una borrachera. Me vuelvo insoportable. Por eso, cuando Diego me despertó a las siete y media de la mañana para ir a desayunar lo único que hice fue lanzar una patada al aire y taparme con las sábanas hasta la cabeza, algo que evidentemente a él le dio igual, porque me destapó de golpe y me volvió a insistir.

—Tío, que me dejes en paz.

—No empecemos tan pronto. Vamos, a la ducha.

—No.

La cabeza me dolió horrores cuando, con un movimiento demasiado rápido, me quedé colocada sobre su hombro y con la cabeza hacia abajo. Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar cuando me dejó de pie sobre la ducha y me quitó la camiseta del pijama.

—¡Diego!

—No grites, me duele la cabeza. —Tiró hacia abajo de mis pantalones y mi ropa interior a la vez. Me tapé como pude, intentando mantener el equilibrio.

—¡¿Qué haces?! ¡No mires!

—Dios, Marta, qué chillona eres. Calla un poco.

—¡Pero qué apartes la vista! ¡Qué cierres los ojos! ¡Qué estoy desnuda! —Le lancé un manotazo rápido y volví a cubrir mis pechos.

—Marta, me sé tu cuerpo de memoria —dijo serio. Dio un par de pasos para atrás y se quedó mirándome fijamente durante unos segundos muy largos en los que yo me puse rojísima. —Excepto esto —volvió a acercarse y rozo muy superficialmente con sus pulgares los huesos de mi cadera—, estos huesecillos antes no sobresalían tanto.

Sus manos se quedaron sujetas a mí y sus ojos me repasaron despacio. Yo había dejado de cubrirme en cuanto se había acercado, porque entendí lo ridículo que era intentar ocultarle algo que conocía casi mejor que yo. Nos quedamos allí, quietos y en silencio, con las gargantas secas y el pulso acelerado. Entonces encendió el chorro de agua fría (helada) y me puso bajo él. Di un grito agudo, pero para ser sincera la cabeza se me despejó, el malestar general que sentía se rebajó casi al momento y se me olvidó la vergüenza que estaba sintiendo. Diego salió al instante de aquel baño con el gesto serio y la mirada oscura.

Me demoré en la ducha más de lo que a Diego le habría gustado. Por lo que cuando salí del baño, envuelta en una toalla, le encontré con el entrecejo fruncido, con un cigarro a punto de consumirse en sus labios y con un conjunto muy feo hecho con mi ropa sobre la cama.

—Diego, si me pongo eso pareceré un payaso.

—Vale, pues elígelo tú

Basándome en la ropa de deporte que Diego había seleccionado me preparé un conjunto fresco, cómodo y deportivo. Había cogido además una sudadera y me había puesto un bikini, como él me había indicado. En el suelo había dos mochilas preparadas y cogí la mía.

Mientras yo estaba en la ducha, Diego había bajado para ver si podíamos pagar un suplemento y así quedarnos a desayunar en el hotel, así que cuando llegamos al comedor había una mesita reservada para dos.

—Yo un café con leche y ella un cortado con hielo. ¿Qué quieres de comer? —me preguntó.

—¿Tenéis cruasán a la plancha? —El camarero asintió

—Lo mismo para mí.

—¿Se puede saber por qué me has hecho madrugar tanto y has decidido gastarte más dinero para poder desayunar aquí que, por cierto, no tiene muy buena pinta?

—¿Sigues de mal humor?

—Me duele la cabeza.

—Exagerada. Hay que ir al supermercado cuando terminemos.

Una parte de míWhere stories live. Discover now