Capítulo 27

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—Hola, guapísima.

—¡Marta! ¡Por fin te dignas, joder! Creo que escucho a través del teléfono las olas del mar, qué envidia, mona. —Qué alegría me daba escuchar hablar a Celia.

—¿Qué tal?

—Bien, ¿vosotros?

—¿Has hablado algo con Diego? —pregunté, tanteando el terreno.

—Con Álvaro, que es el único al que Diego tiene informado. Yo pensaba que me irías contando, pero no has respondido ni siquiera a un mensaje. —No sonaba molesta

—Lo siento, han pasado muchas cosas.

—Como vuelvas embarazada te mato.

—¡Celia! —Me reí a carcajadas—. Las cosas están raras entre nosotros, como imaginarás.

—Ajá.

—Pero ya no me mira como si fuese la peor persona del mundo.

—No creo que te haya mirado así nunca.

—Cuéntame cosas, venga —cambié de tema.

—Voy a dejar de viajar un tiempo.

—Vaya, ¿y eso?

—He conseguido un trabajo en la radio. ¡En la radio, tía! Y he conocido a alguien. —Lo último lo dijo con boquita de piñón.

—¡Celia, enhorabuena! ¿En Madrid? ¿Te quedas en Madrid? ¡Tía, qué alegría!

—¡En Madrid! ¡Vamos a poder vernos muchísimo! ¡Hasta que me canse de ti!

—O yo de ti, guapa. —No podía dejar de sonreír—.¿Quién es ese alguien?

Era una chica que conoció el primer día que fue a la radio. No trabajaba allí, era la manager de una cantante poco conocida a la que hicieron una entrevista. Me contó que discutieron tres veces ese día, porque Margaret (Celia dice que es un sol, pero ese nombre lleva la palabra bruja de apellido) la hablaba con mucha prepotencia, como si fuese superior a Celia y a todos los demás. Como ella no se calla una, la dijo que relajase las tetas con ella y que la hablase con un poquito más de educación. A Celia casi la echan sin haber empezado y Margaret se volvió loca. No sabía cómo, pero tomaron un café, hablaron un poco y descubrieron que tenían demasiado en común. Se liaron allí mismo, no se dieron los números y no se lo contaron a nadie. Una semana más tarde se encontraron en un bar y comenzaron su preciosa e intensa historia de amor.

—Creo que es la definitiva, Marta. Lo creo.

—Dices lo mismo de todas.

—Ella es diferente.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Cómo supiste que Diego lo era?

Antes de poder contestar noté un chorretón de algo frío en mis hombros y me sobresalté. Estaba sentada en la orilla de la playa dejando que las olas me mojasen los pies y había dejado a Diego en la toalla con nuestras cosas. Debió imaginar que no me había echado crema y que el sol se lo estaba pasando de miedo quemándome los hombros, así que en completo silencio empezó a extender con cuidado una capa demasiado gruesa de crema solar.

—¿Quieres hablar con él?— pregunté.

Él abrió los ojos muchísimo, con cara de susto. Odiaba hablar por teléfono y además sabía que si se ponía a hablar con Celia esta le haría un tercer grado y no colgaría hasta que se quedase del todo satisfecha.

—Me encantaría, pero estoy bastante segura que te está diciendo con la cabeza efusivamente que ni se te ocurra. —Lo estaba haciendo, claro que lo estaba haciendo—. Así que voy a dejarle tranquilo por hoy.

Una parte de míWhere stories live. Discover now