Capítulo 13

89 11 2
                                    

Los asientos eran unos grandes y blanditos cojines y la mesa consistía en una tabla ancha de madera. Unos músicos tocaban sus instrumentos suaves a nuestro lado y las voces de la gente creaban un ambiente de película. Cuando el camarero dejó mi infusión de frutos rojos frente a mí y Hela dio un sorbo a su café solo, carraspeé y comencé a hablar con la mirada baja.

—Te lo voy a contar desde el principio.

—No hace falta si no quieres, Marta. No es asunto mío.

—Me da miedo que pienses que soy una mala persona —confesé entre dientes.

—No te voy a juzgar, ¿vale? Si quieres hablarlo, yo voy a escucharte. Solo eso.

Cogió con suavidad mi mano por encima de la mesa y me sonrió de manera conciliadora. Unos segundos antes de comenzar con la historia entendí que Hela no necesitaba escuchar esto, pero yo sí que necesitaba contárselo a alguien. Alguien ajeno a mí... a nosotros. Que no lo hubiese vivido a nuestro lado, que no tuviese un filtro o pudiese decantarse por un lado o por otro. Necesitaba a alguien como Hela.

—Nos conocimos con 19 años, en un parque de Madrid. Él estaba con sus amigos, que ahora son los míos, y me senté con ellos a tomar algo. Diego estaba guapísimo, como siempre, claro, pero recuerdo que pensé que era el chico más guapo que había visto nunca. Tuvimos una conexión instantánea. Ese primer día no hablamos demasiado, no hablé con ninguno. Contesté sus preguntas y me limité a escucharlos y observarlos; nos dimos los números y de vez en cuando me llamaban para salir. Al final me encontré siendo una más de ellos. Diego no era demasiado simpático al principio y yo no le presté la mayor atención, pero con el roce se hizo el cariño y aprendimos a entendernos, así que poco a poco se fue abriendo conmigo de una forma extraordinaria. Además me ayudó a superar muchos miedos y problemas que cargaba sobre mis hombros, de la misma forma en que yo lo apoyé a él. Lo ayudé con situaciones complicadas y nos mantuvimos el uno al lado del otro en todo momento. No nos dejábamos caer, siempre había una mano para sujetarnos fuerte.

«Él me miraba con una intensidad que nunca había creído que existiese y a mí el corazón me daba un salto cada vez que lo hacía. Era muy frío (en apariencia) con todos y parecía ir siempre con la guardia alta y a la defensiva, pero conmigo era diferente. Su rostro se suavizaba cuando hablábamos y su tono era reconfortante, así que me sentía especial. Mi mejor amiga, Celia, me dijo que conmigo parecía una persona distinta y no pude evitar emocionarme pensando que podía haber encontrado a ese alguien para mí. Así me di cuenta de que estaba pillándome de él. Tonteábamos un montón, cuando estábamos solos y cuando estábamos en público. Nos daba igual, pero nunca queríamos admitir lo que nos pasaba. Yo me ponía nerviosa con cada roce de su cuerpo y, aunque él lo disimulaba muy bien, se ponía tenso cuando estábamos más cerca de lo normal. Estuvimos comportándonos de esa forma unos meses, hasta que me mudé con Celia y me besó por primera vez. No sabía que se podía llegar a sentir tanto con nada más que un beso, de verdad. Empezamos a salir en serio, yo era bastante torpe porque solo había tenido un novio en el instituto y él a veces se comportaba como un imbécil porque decía que yo iba muy rápido y que no le gustaba comprometerse. Estuvimos durante unos meses metidos en una relación complicada y llena de altibajos. A veces yo me asustaba porque pensaba que me haría daño y desaparecía durante tres días; luego, cuando volvía como si nada pasara, él me gritaba y se alejaba de mí otros tantos... Más adelante yo lo acusé de engañarme con alguien y, al final, rompimos. Estuvimos sin saber el uno del otro durante meses. El grupo quedaba unos días con uno y otros días con otro, pero la situación era insostenible, por lo que él decidió presentarse en la cafetería donde trabajaba los fines de semana en ese momento para relajar la situación entre nosotros, pues siempre ha sido menos orgulloso y más valiente que yo. Las cosas empezaron a normalizarse y todos volvíamos a ser los de antes, pero más maduros y responsables. Sin siquiera darnos cuenta, volvíamos a estar juntos. No lo forzamos ni fue raro, fue como si nunca nos hubiésemos separado. Nunca nos habíamos dejado de querer, solo teníamos que aprender a estar juntos. Sin tonterías.

Una parte de míWhere stories live. Discover now