Capítulo 16

91 14 2
                                    

Era abril de 2021 y, como de costumbre, los invitados seguían entrando sin descanso a la galería de arte en la que trabajaba. Eran las nueve y media de la tarde y decenas de cuerpos vestidos con ropas demasiado caras paseaban de un lado a otro admirando los cuadros que descansaban sobre las paredes blancas decoradas, en esa ocasión, con coloridas imágenes bastante difíciles de descifrar.

La música sonaba suave y relajante, pero yo solo podía pensar en todo lo que tenía que hacer antes de irme por fin a mi casa. Golpeé el bolígrafo azul en mi barbilla de manera pensativa mientras miraba los papeles apoyados en mi carpeta demasiado vieja ya. Los cuadros seis, nueve y trece se habían vendido por un precio superior al esperado y unos importantes clientes comenzaban a interesarse por el diecinueve. Sin duda alguna, esta exposición estaba teniendo un gran éxito.

El matrimonio Martínez se paseaba lentamente, analizando al milímetro como estaban colocadas las obras de su hija, la cual era demasiado desinteresada como para preocuparse ella misma de esos detalles, haciendo acto de presencia en su propia exposición solo por el champán que podía beber gratis. Víctor se encontraba comentando uno de los cuadros a un grupo de señoras mayores que tenían bastante pinta de estar enfadadas con la vida y de no entender mucho lo que estaban viendo; sin embargo, mi compañero no eliminó su sonrisa ni un momento. Eso es lo que más me gustaba de él, que siempre te sonreía, contagiándote un poco de su felicidad. Era guapo, pero no de esos que te quitan el aire y te llaman la atención nada más entrar en una sala, era más bien común, pero su simpatía le añadía todo lo demás. Iba vestido con un traje azul clásico acompañado de una corbata granate que decoraba su cuello. Su pelo dorado estaba peinado hacia atrás con ayuda de bastante gomina. Sonreí al ver como su mano se apretaba alrededor de la copa que sujetaba, indicando que la señora de rojo le había preguntado algo que él ya había respondido unas veinte veces.

Un ligero bostezo escapó de mis labios sin poder evitarlo y miré en el reloj que mi madre me regaló la hora de nuevo: solo habían pasado cinco minutos y yo ya necesitaba irme corriendo. Escribí un mensaje a Diego para que viniese a buscarme en una hora. Estaba deseosa de salir a cenar a algún sitio tranquilo con él antes de volver a casa, pero cuando me llegó unos segundos después su respuesta confirmándome que al final no iba a poder y que no le esperase despierto, se me fue la única razón por la que mi paciencia no había llegado aún a su límite.

—¿Y esa cara? —Di un salto a causa del susto.

—Siempre me sorprenderá lo silencioso que eres.

—No es eso, es que tu cabecita no estaba en este mundo. ¿Qué pasa?

—Nada. —Suspiré—. Diego tiene mucho trabajo y me ha dicho que llegará tarde a casa.

—¿No iba a venir a por ti?

—Pues ya no —contesté bruscamente.

—Ya.

Me sentí tan mal por pagar con Víctor mi mal humor que cuando pasó la hora interminable y él se ofreció a acompañarme a casa para que no fuese sola no me negué. No me importaba si era muy tarde o si estaba muy cansada. De hecho, ir dando un paseo yo sola me parecía una idea bastante atractiva, pero supuse que tener algo de compañía un rato iba a sentarme bien para desconectar un poco mi cabeza, que estaba martirizándome más de lo normal esos días.

El camino resultó silencioso y reconfortante. Hacía bastante frío y el vestido morado que dejaba mis piernas al aire no me ayudaba para nada, pero para ser sinceros, me gustó sentir mi piel refrescándose. Cuando finalmente llegamos a la puerta de mi casa Víctor permaneció quieto frente a mí con esa postura relajada que tanto le caracterizaba. En ese aspecto me recordaba demasiado a Diego; pocas veces los había visto ponerse nerviosos.

—Gracias por acompañarme —rompí el silencio.

—¿Está Diego en casa? —Me encogí de hombros y miré hacia la ventana que daba a nuestro salón. No había luz.

—No parece —susurré.

Últimamente me dormía antes de que él llegase y me despertaba después de que él se hubiese ido. Se pasaba el día en las oficinas y cuando estaba en casa sus ojos y manos no se despegaban de su ordenador, móvil o cualquier otro aparato electrónico que necesitase para trabajar. Bajé la mirada a mis pies y abrí la boca para desear unas buenas noches a Víctor cuando su mano izquierda sujetó mi cintura y sus labios impactaron con los míos, haciéndome perder cualquier signo de razón que quedase dentro de mí.

Empecé a sentir algo en mi estómago. Creo que era una mezcla de excitación, tristeza, dolor y culpa, pero por alguna razón me gustó tener ese batiburrillo en mi interior. Mi cabeza empezó a recordar cada minuto de ese mes y medio y me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo con ganas de llorar a cada segundo, pero que no había dejado caer ni una sola lágrima. Me di cuenta de que llevaba más de un mes y medio sin reír a carcajadas, sin emocionarme por algo o sin sentirme triste de verdad. Me di cuenta, en ese preciso instante, que llevaba más de un mes y medio sin sentir absolutamente nada. Así que cuando esa sensación de escozor me invadió el pecho; cuando noté la culpabilidad revolviendo mi estómago y cuando mis lagrimales empezaron a trabajar de nuevo supe que no iba a poder parar, supe que prefería sentir este dolor por el resto de mi vida a no sentir nada. Porque cuando no sentía nada, estaba vacía.

Cuando no conseguía sentir nada, era como si estuviese muerta en vida.

Entonces subí corriendo las escaleras, enganchada a Víctor. Y no podía evitar pensar que ese sabor no era el de siempre. Ni sus ojos, ni sus manos, ni su piel limpia de tatuajes era la de siempre. Y sentía asco y nervios y enfado y solo quería que él se alejase de mí, porque yo solo quería a una persona tan cerca. Necesitaba que él se alejase de mí, porque yo no podía hacerlo. Porque yo necesitaba cualquier estímulo para despertar de una vez por todas y me aferraría a él sin dudarlo ni un momento. Le dije a Víctor que parase. Que por favor parase, que yo no era así, que se alejase, que estaba enamorada de Diego y que iba a casarme con él.

"Víctor, para. Por favor. Para tú, porque yo no consigo hacerlo".

Sin embargo, ninguno paró. No paramos hasta que la silueta del amor de mi vida apareció en mi campo de visión, intensificando todos esos sentimientos que habían aparecido de repente y obligándome a dar un paso hacia atrás. Noté como el pecho se me paró y como mi piel se agrietaba, a punto de estallar en cualquier momento. Noté mi garganta dolorida mientras gritaba su nombre y noté mi cuerpo temblar cuando se fue de allí dándome la espalda. Noté el suelo frío bajo mis piernas cuando Víctor pasó por mi lado, completamente vestido, y se fue de allí sin siquiera mirarme. Y sentí las lágrimas empapando mis mejillas, expulsando todo aquello que no había logrado llorar hasta ese momento.

Sentí tanto y tan fuerte que pensaba que iba a desmayarme. Había olvidado lo que era ahogarse, llorar y gritar. Había olvidado lo que era la desesperación y la rabia. Y había olvidado lo que era sentir el dolor. Y aunque creía que esto era lo que necesitaba, me di cuenta de que no me había liberado como yo esperaba. Llorar no me estaba ayudando y hundirme en la tristeza no estaba consiguiendo sacarme a flote. Porque sí, había conseguido sentir de nuevo, pero, ¿a qué precio?

No supe cuánto tiempo había pasado tirada en el suelo de mi portal cuando me decidí a levantarme para subir a casa. La puerta estaba entornada y solo había una luz encendida: la de nuestra habitación. La casa estaba en silencio y el olor de la pizza y las cervezas tiradas por el suelo inundaban el ambiente, así que sin pensarlo mucho me puse a limpiar todo. Limpié sin parar, no solo la comida del suelo, sino también la habitación, el salón y el baño. Limpié en profundidad casi toda la noche, haciendo solo pequeñas pausas para llamar a Diego sin conseguir dar con él. Me mantuve despierta toda la noche esperando impaciente y ansiosa que apareciese por la puerta en algún momento. Cuando a las ocho de la mañana escuché mi móvil, me levante corriendo para escuchar su voz.

—Marta. —Era Álvaro.

—Hola. —Mi voz sonó ronca a causa del llanto descontrolado que no logré frenar en todas esas horas. No sabía qué decir. Estaba segura de que él sabía ya lo que había pasado y por su tono supe de qué lado estaba.

—Deja de llamarle. Está conmigo, acaba de llegar, así que no te preocupes.

—¿Está bien? —Mi voz se rompió.

—Duerme un poco, Marta. Adiós

Y sin más, colgó, dejándome de nuevo sola y con el único ruido de mis sollozos.

Una parte de míजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें