Capítulo 7

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Yo quería cenar en algún restaurante barato y tranquilo desde el cual pudiésemos ver el mar, pero a Hela se le antojó ir a un bar lleno de gente gritando y bailando. Hacía un par de horas que habían dejado aparcada su caravana junto a la nuestra y nos habíamos preparado juntos para salir. Me puse una minifalda blanca de tablas y una sudadera gris mientras que Hela se puso un vestido rojo, corto y de satén que le quedaba de infarto.

El local era bastante más grande de lo que parecía con toda esa multitud dentro. A la derecha había una barra larga que estaba llena de gente bebiendo tranquilamente, a la izquierda estaban las mesas para comer algo y, al fondo, un escenario de madera donde la gente se amontonaba para bailar. Me gustó el ambiente.

—Madre mía qué ganas tenía de salir de fiesta —gritó Hela eufórica por encima de la música.

—Hemos venido a cenar, ¿recuerdas? Yo estoy muy cansado como para quedarme mucho tiempo

—Sí, yo igual —dije apoyando el comentario de Enok.

Muchas veces, a lo largo de mi vida, se han metido conmigo por querer irme pronto de las fiestas y, al final, siempre me quedaba hasta que el resto se iban, pero lo pasaba bastante mal, como si no estuviese en mi lugar.

—Además —añadí—, no creo que vaya vestida para la ocasión.

Los ojos de Diego me recorrieron de arriba abajo varias veces a mi espalda. Siempre he tenido ese don, el de sentir cuándo clavaba sus ojos sobre mí sin ni siquiera echarle un vistazo. Y él siempre ha tenido ese otro don, el de hacerme estremecer con solo una mirada; cuando nos conocimos, me costó mucho tiempo poder aguantaársela más de tres segundos seguidos. A decir verdad, aún se me hacía cuesta arriba.

Se acercó a mí con pasos lentos y se quedó a mi derecha, mirándome de reojo.

—¡Te he dicho que te pusieras otra cosa! —exclamó Hela.

Era bastante simpática. Y nos llevábamos muy bien. Desde que hablamos aquella tarde habíamos estado casi todo el tiempo juntas. Nos contamos un poco más la una de la otra y me reí como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Hasta que me había dolido la tripa y las mejillas. Me contó un montón de anécdotas de cuando estaba en el instituto, de su hermano y de su familia. También me puso al día sobre su exnovia Selby, la cual era una verdadera imbécil, pero de la que continuaba totalmente enamorada.

Cuando se dio cuenta de que no iba a convencernos a ninguno de quedarnos, hizo un mohín y se le iluminó la mirada al instante.

—¡Tengo una idea! ¡Estoy dispuesta a que solo cenemos, sin bailar ni hacer cosas divertidas, si tú te comprometes a que mañana te compremos un supervestido para salir de fiesta!

No hay nada que me guste más en el mundo que comprarme ropa. Sobre todo vestidos para salir por la noche, aunque luego nunca los use. Y no hay nada, tampoco, que a Diego le aburra más. Siempre buscaba alguna excusa y me decía que llamase a Celia o a Lara para que fuesen conmigo y, por supuesto, aquella vez no iba a ser una excepción.

—Decidme que nosotros no tenemos que ir. —Puso los ojos en blanco mientras yo le miraba divertida. Estaba de buen humor, pero no iba a tentar a la suerte.

—No hace falta. Mañana día de chicas. Vosotros podéis hacer lo que queráis —dije más ilusionada de lo que esperaba, agarrándome al brazo de Hela y dirigiéndola a una de las mesas vacías.

La conversación era entretenida y fluida. Frente a mí tenía un sándwich mixto que no me apetecía nada cenar, tenía el estómago cerrado y me sentía bastante revuelta. Me invadía una mala sensación en el cuerpo y no podía dejar de moverme incómoda en mi sitio.

Una parte de míWhere stories live. Discover now