Capítulo 16

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Mi abuelo regresó a casa una semana después de su accidente. Faltaba poco para navidad, por ello mi abuela se alegró al escuchar que podían darlo de alta contratando de nuevo a su enfermera.

Llegó más delgado y débil, sin embargo, en la cara se le veía cierta alegría y descanso, tal vez hasta alivio por haber salido del hospital. En ese lugar, las horas pasan como si fueran días eternos sin nada más que mirar que paredes blancas y programas de televisión repetidos.

Mi abuela insistió en recibirlo con un desayuno saludable, entre fruta, yogurt y huevos sin yemas. Fue insistente en que la ayudara a preparar todo para invitar a César y un par de sus amigos cercanos.

Antes de partir al restaurante, ayudé al abuelo a subir a su cuarto; insistió en quedarse allí para tener al menos un ejercicio que realizar en la casa. Tomó asiento en la orilla de su cama tan pronto pisamos el cuarto.

Exhaló como si hubiese corrido un maratón.

—Dicen que es más fácil subir las escaleras de espaldas —compartí, de pie a su lado.

—Debo hacer ejercicio, al menos voy a intentarlo primero —Acomodó su espalda en la cabecera de la cama, le ayudé con los cojines para que pudiera estar medio sentado.

—Agradezco lo que estás haciendo hijo —Sujetó mi brazo sin apretarlo—, que estés a cargo de la villa me hace sentir con un peso mucho menor encima.

Traté de sonreírle.

César había pedido una licencia en la bodega para enfocarse en la villa; con el apoyo de Maximus y el mío, podríamos contener un poco más el secreto esperando que mi abuelo recuperara energías y lograra lidiar con la verdad. Mi abuelo ya no regresaría a tomar el lugar de líder de manera permanente, y mi abuela comenzaba a hablar sobre la ceremonia para pasar el puesto a un sucesor, por lo que no nos quedaba mucho tiempo.

—Tengan mucho cuidado mañana por la noche. No bajen la guardia ni un momento. ¿Los grupos de voluntarios para el campamento están listos?

—Solo hace falta dar la indicación, pero ya tenemos preparado el espacio y las cuadrillas están organizadas.

—Muy bien. Asegúrate de darles una vuelta de vez en cuando.

—Si necesitas algo, llámame por favor, abuelo.

Me despedí de el en voz baja. Ocultarle cosas me drenaba por completo. Tendría que esperar a que se recuperara para comenzar a abrirme con él.

El resto del día lo dediqué al restaurante, al menos tendría algo en qué distraerme por unas cuantas horas. De regreso a casa tomé una ducha e hice un esfuerzo por cepillar mi cabello. Usé un par de jeans que casi no me ponía porque no tenía caso desgastarlos en la cocina y llenarlos de grasa continuamente, y por mi playera no me preocupé tanto, pues debería usar chamarra afuera.

Abajo, mi abuela me interceptó antes de salir. Sabía a dónde iba, no me lo cuestionó. Arregló el cuello de la chamarra oscura y quitó de ella un par de pelusas.

—Por fin, esa ropa sale del calabozo.

—Nunca hay oportunidad de utilizar ropa nueva.

—Todos los días son oportunidades para usar ropa linda, Dexter. Llegarás a viejo y te darás cuenta de las cosas que pudiste haber usado cuando tenías la juventud. Diviértete.

Tomé las llaves del mueble y me giré antes de que se fuera al patio trasero.

—Abuela —Me observó esperando a que continuara—, ¿mi abuelo ya sabe?

Primero puso una mueca de confusión, luego sonrió entendiendo.

—Ah, bueno, no lo sé, sólo le dije que irías a ver a un amigo, ya que tú tampoco le dijiste con quién saldrías. Tienes un aura distinta a tu alrededor estos últimos días, aunque tu abuelo nunca ha sido bueno leyendo tus movimientos. ¿Porqué? ¿Eso te preocupa?

lampyris ©Where stories live. Discover now