Capítulo 3

51 4 0
                                    

El hombre frente a mi mantuvo una expresión ilegible mientras mi abuelo revelaba todos los hallazgos recientes, desde la visita de Nova, hasta lo escrito en la libreta, al consejo de fieles figuras líderes de la villa que rebosaban en el auditorio de la secundaria. Entre ellos, el viejo Ron, padre de los gemelos Salassi y el mecánico más prominente de la zona; Cady, mi abuela y quien actuaba de excelente mediadora; la señora Una, la jefa de enfermeras del hospital regional; y Maximus, el comisario de la villa.

Entre los demás, había maestros respetados, profesionales experimentados de diferentes ámbitos y presidentes de consejos de vecinos. Teníamos apenas media hora en la reunión, mi abuelo ya había abarcado lo más importante y las dudas no tardaron en aparecer.

Desde el otro extremo del óvalo que habíamos formado alrededor de mi abuelo, era capaz de ver con detalle el rostro descompuesto de César, sus ojos taladrándome con fuerza. Ya me odiaba por no haberle contado nada yo mismo.

—¡No podemos pretender que nos sentiremos tranquilos con ella aquí!

—No se les olvide lo que su familia les está haciendo pasar a los Salassi.

—Deberíamos poder votar por lo que vaya a suceder.

César levantó la mano. Pasó un momento hasta que Rommel, con un movimiento de sus manos hizo callar a la audiencia y le diera la palabra.

—Me ofrezco a ayudar a comprobar la información que dice la chica, si Sero está de acuerdo con eso.

Nuestros ojos pasaron al chico de tez oscura, vestido de manera formal y con una postura distinguida en una de las filas del fondo. El susodicho, quien era unos cuantos años mayor que nosotros, levantó los hombros indiferente.

—No tengo problema con eso.

—Y si lo que dice es cierto —Se levantó de su silla el viejo Ron—, ¿dejarás a la chica quedarse?

Hubo unas cuantas voces de protesta aullando de todas partes del lugar. Mi abuelo cruzó ambos brazos sobre el pecho mirando hacia el suelo, pensaba en las palabras que debía usar ante la pregunta.

Mi abuela y yo, sentados uno al lado del otro detrás del bullicio, nos observamos con la barbilla baja y en silencio. Ella decía mil cosas a través de sus pestañas, y yo me sentí acorralado, como si tuviera en realidad algo para decir que aportara a la situación cuando lo único que ocasionaría, sería arruinar aún más el sosiego de los habitantes.

En ese punto los reclamos se calmaron y mi abuelo tomó la palabra.

—He de decir que esta situación nos sobrepasa a todos. Créanme, no he dormido intentando reparar en cada minúscula consecuencia, en lo que vendría de tomar cualquier clase de decisión en este momento. No soy nuevo aquí. Hemos tenido que sacrificar muchas cosas en el camino. Vi a mi propio padre quebrarse la cabeza cientos de veces y morir enfermo del estrés por tal de mantener a esta villa y su gente a salvo. Lo único que puedo pedirles a ustedes como siempre lo he hecho, es mantener la calma; sean sabios en su actuar, sean precavidos y discretos, y permítanme cuidar de ustedes. No tomaré decisiones a la ligera, y en todo caso, pase lo que pase, yo mismo estaré al frente asegurándome de salvaguardar sus intereses por el de cualquier ente ajeno.

Eso bastó para dejar callados a todos. Se escucharon murmullos, mas ya no tenían argumentos para contradecirlo en voz alta. No les había dado nunca antes motivos para desconfiar de él, y tampoco los tenía ahora para hacerlo.

Tampoco se los daría yo.



⭒ ⭒ ⭒ ⭒ ⭒ ⭒ ⭒ ☾ ⭒ ⭒ ⭒ ⭒ ⭒ ⭒ ⭒

lampyris ©Where stories live. Discover now