Capítulo 11

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Bajaron de sus camionetas enfundados de cierto aire confiado, proveniente de su preparación ante casos como el de esa época. Mi abuela se negó al inicio a recibirlos en casa; no obstante, la salud de mi abuelo empeoró de un día para otro. El doctor lo había visitado por la madrugada por dolores en el pecho y hormigueos en el cuerpo.

Un claro pre infarto.

Lo atendieron en el hospital, pero tan pronto dieron las siete, él mismo pidió que se le llevara de regreso a casa citando la importancia de la reunión de ese día. Una enfermera contratada por mi abuela estaría visitando para revisarlo de forma regular.

Le pidieron no se estresara. Pues mi abuelo era una persona obstinada y si Mahoma no iba a la montaña, la montaña iría a él. O algo así.

Le rogué a César estar presente. A partir de ese día, el no debía faltar en ninguna de esas reuniones con personas importantes.

Él único pueblo aparte de nosotros, Oasis, del que se sabía eran como nosotros —los últimos con el gen— se hallaban al norte del país, a unas horas de distancia y en una zona mucho más fría y remota, alejada con mayor distancia de la ciudad más cercana. Aún así, ellos siempre se caracterizaron por ser más herméticos, y por lo mismo, más preparados ante la posibilidad de una irrupción a su vida normal.

Su población era un poco menor, sin embargo, eso sólo los hacía más unidos entre sí.

Una alianza entre las dos comunidades habría ocurrido después de la masacre de hace años en nuestra villa; tanto ellos y nuestra gente prometieron tenderse la mano en las malas, y allí estaban, cumpliendo su palabra.

—Se ven listos para patear culos.

César sorbía de su taza de café. Ambos habíamos aguardado en el sillón del porche, pensando que el frío de la mañana nos quitaría las ganas de darle vueltas al asunto.

—Me preocupa que nosotros no nos veamos así, cuando somos los que tenemos la soga en el cuello.

—Pues hay que empezar a practicar, ¿no?

Nos volteamos a ver, cómplices de las mismas ideas. Habría que comenzar a disponer de la gente dispuesta a un enfrentamiento y prepararnos para lo inevitable.

Detrás de los visitantes, pudimos observar la camioneta de Maximus estacionarse. Traía puesto su uniforme de comisario, venía solo.

De las cuatro camionetas, las personas que emergieron compartían rasgos marcados característicos de los nativos; piel aperlada, ojos grandes y avellanados, cabello castaño y ondulado. Su similitud a nosotros era demasiada, sólo menos mezclados con la gente foránea que nosotros.

César y yo los recibimos estrechando la mano de las personas a cargo de sus filas de defensa. Sus manos apretaron la mía con mayor fuerza, dejando a entrever en un mensaje implícito que no nos hallábamos listos para eso.

—Dexter Rego, me da gusto volver a verte al fin —dijo Tyrus Porto, el líder vital de su villa.

—Igualmente —respondí sin estar muy de acuerdo.

No me habría molestado volver a ver esa gente en una situación diferente, en otras circunstancias menos comprometedoras. Antes visitaban la villa más seguido; antes del desastre que acabó con cientos de personas de Kurari.

Tyrus no era un hombre con el que se pudiera bromear; su rostro era cuadrado y duro, y su estatura y tamaño sólo hacían más obvio su puesto en la villa. Además, era un hombre de mediana edad que aún llevaba consigo la vitalidad física y mental necesaria en cualquier líder.

—Mi abuelo los recibirá en su habitación, pero sólo a unos cuantos. No puede alterarse demasiado.

Se observaron entre ellos, decidiendo quiénes pasarían al cuarto del paciente. Los dejamos pasar a la casa una vez que Maximus se presentó con ellos y luego me dirigí con tres de sus miembros, César y nuestro comisario hacia la planta alta.

lampyris ©Where stories live. Discover now