Capítulo 49

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Escondí a Daniel tras mi espalda, sobre mi cadáver, maldito espectro.

El demonio gruñía con entusiasmo, estaba desarmada, estaba atrapada, no podía entrar al manicomio ni salir corriendo sin que sus garras me agarraran tanto a mi como al niño.

Vi en el rostro del mefistófeles la muerte en persona, sus ojos destellaban y el sentimiento de que mi vida pasaba frente a mi se hacía presente. Estaba aterrada, mucho más que antes, dirigiendo una mirada tras el cuerpo imponente de la criatura vi a Jack, intentando levantarse, aunque sin fuerza alguna para hacerlo... Estaba vivo, y entre tanto miedo un destello de alivio parpadeó, vivo... Volví a entablar contacto visual con el demonio, "sobre mi cadáver, maldito espectro", me repetí para darme valor. La criatura se aproximó para olisquearme con satisfacción, saboreando mi esencia de manera cochambrosa.

Nunca me había sentido tan asquerosa e impotente a la vez, no era capaz de hacer nada más que quedarme ahí, deseando que el demonio se diera la vuelta y desapareciera, pero no lo haría, estaba eso más que claro. Acaricié los hombros de Daniel por mi envés, intentando reconfortarle por la inminente muerte que se aproximaba con lentitud, disfrutando la tortura que aquello provocaba en mi interior.

-Sádico de mierda- aventuré para provocarlo más.

El mefistófeles refunfuñó con odio, entreabriendo la boca para lucir unos afilados dientes. Quería que lo que sea que iba a hacerme tanto a mi como a Daniel lo terminara rápido, no soportaba el suspenso del momento, lo aborrecía con todo mi ser. Estaba siendo egoísta, lo sé, y es que en qué más podía pensar si no era en esa temerosa e indefinible criatura que se erguía en frente mía, haciéndome descifrar por mi propia cuenta distintas formas en que podría rematarme, si es que se le puede llamar así al hecho de exterminar a una pobre e indefensa alma.

Cerré los ojos esperando lo peor... No podía estarme rindiendo tan fácil, pero era así, ¿qué más podría hacer?

En una milésima de segundo, algo me apretó más aún contra la pared, interponiéndose entre la imponente criatura y Daniel y yo. La voz de Erika recitó algo en un idioma que no pude descifrar.

Desaforé en un grito de angustia en cuanto el demonio retrocedió ante la mano extendida de la muchacha con la mitad de la cabeza rapada. Era como si estuviese creando una especie de campo de fuerza repele-demonios o algo así, pero me quedé taciturna mirando como la bestia se alejaba a gran velocidad.

-¿Qué acabas de hacer?- pregunté con incredulidad.

Erika se giró hacia mi con los pómulos sonrojados.

-No tengo ni puta idea...

***

-¿A dónde vamos?

-A un lugar en el que esos pingüinos no puedan vernos... O bueno, verme.

Erika me arrastraba entre un pequeño y frondoso bosque que había en los alrededores del manicomio.

-¿Pingüinos?- pregunté divertida.

-Arpías, bestias, perras... Monjas... Como prefieras llamarlas.

-Pero Daniel...

-Déjale tener un tiempo a solas con la sádica de su madre

-¿Qué?

-Nada- dijo como frenando en seco- a parte tu noviecito se puede encargar de cuidarlo.

-No es mi novio.

-Claaaaro, y yo no soy fugitiva de un manicomio con temática de la segunda temporada de american horror story.

-Hablo en serio...

-Yo también- dijo en tono cínico.

La muchacha avanzaba a paso rápido, buscando con ojo crítico un punto en el que con total seguridad estuviésemos lejos de las "pingüinas".

-¿Cuánto falta?- pregunté después de bastante tiempo.

-¿Qué tienes ahora, cinco años?

-No, pero sí una paciencia de mierda.

-Cuida esa boca, ¿qué va a pensar tu novio?

-¿Vas a seguir?

-Si.- aseveró gesticulando una pequeña y casi imperceptible sonrisa.

-Me agrada mucho más esta Erika.

-Pues no suele aparecer, no le agrada encariñarse con gente.

Seguíamos avanzando entre maleza y maleza, agradeciendo profundamente el atravesar cada objeto que Erika esquivaba. Estaba claro que todas esas plantas que ella apartaba de su camino estaban ansiosas por estrellarse con mi cara.
-¿Acaso soy una excepción?- inquirí divertida.

-Sí- su rostro se oscureció.

-¿Por qué?

-Porque estas muerta, claro está.

Un silencio morboso se apoderó del lugar, la muchacha disminuía la velocidad del paso mientras su cara dejaba ese toque de diversión que tenía hace apenas unos minutos.

-En todo caso... ¿por qué me sacaste de manera tan precipitada de allí?

-Voy a contarte.

-¿Contarme qué?

-Todo.

No me olvides, por favor (Jack Frost y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora