Capítulo treinta y tres: Ianthe

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Efendi se dejó caer de rodillas en la gran sala de su castillo de Al-Hattel.
-Maldita sea-murmuró y se desplomó. Había agotado su energía con el hechizo que lo transportó a él y a más de 7000 gondorianos a cientos de millas de distancia. Él quedó inconsciente algún tiempo, pero nadie lo supo, era el único ser vivo que había en el castillo de Al-Hattel: además de él, solo estaban los más de 7000 cuerpos de gondorianos. Cuerpos vivos, estuches vacíos, los dragones les habían arrebatado su espíritu y Efendi había atrapado el espíritu de todos aquellos en un dragón, en el pequeño y poderoso Farlagoon. Pronto lo alcanzarían él y todos los demás dragones. Los dragones eran fieles, eso era lo que más le gustaba a Efendi de ellos. Cuando Efendi volvió en sí buscó un objeto que le colgaba del cuello, destapó la botellita de líquido plateado y la bebió toda. "Menos mal que siempre cargo conmigo una dosis de sangre de unicornio" pensó y sintió que la vida fluía por él, "pero necesitare mas, por lo menos la de dos unicornios adultos para infundirles a estos gondorianos mi espíritu de venganza, jajaja, cumplirán mis deseos y con sus propias manos acabarán con su reino, y después , ¡con su vida!".
Efendi aseguró su castillo y salió a la caza de los unicornios. Estaba entre las fronteras de Khand y de Gondor, un lugar donde todavía abundan los unicornios. Sin embargo, no eran nada fáciles de atrapar, aun con un cebo tan bueno como una hermosa niñita. Una niñita muy hermosa, Efendi se había fijado en ella porque le recordaba a Ianthe, su hermana... Se internó en el páramo, cerca de un manantial que brotaba de la roca, ahí colocó a la niñita y aguardó cerca, invisible. Pero no fue un unicornio lo que se acercó. Era una mujer, baja y vestida de blanco. Hablaba el élfico. Y detrás de ella aparecieron un elfo, un hombre y una mujer jorobada.
-Kinalath-dijo lo bastante fuerte para que Efendi oyera-mira esto.
Un elfo rubio se acercó. La jorobada y el otro, el humano.
-Esta niña está mal... -dijo la jorobada, abrazándola.
-No tiene espíritu-dijo la bajita-. Con tus alas y mi poder no debe ser difícil recuperarlo.
-¿Estás segura, Nienor? -dijo la jorobada.
-Yo siempre estoy segura.
Efendi miraba sonriendo. El espíritu de la niña se encontraba lejísimos, y en un dragón. ya le gustaría ver un poder capaz de traer el espíritu de la niña. Los hombres ayudaron a la bajita a dibujar símbolos extraños en el suelo. Efendi se esforzó en recordar. Símbolo del Norte, recordó al fin, pero ¿qué diablos hacía ahí una sacerdotisa del norte? Y una poderosa, entre ella y la jorobada, cuya joroba resultó ser el par de alas más hermosas que había visto, lograron que la niña volviera en sí. Les relató lo que había sucedido en gondor, sorprendida de estar ahí. Efendi, fastidiado, se disponía a irse porque al fin y al cabo aquella sacerdotisa loca no tenía nada que ver con sus planes. -No llores pequeña-la abrazó-yo soy Kariah, ¿cómo te llamas?
-Me llamo Ianthe-sollozó la niña y Efendi se detuvo en seco.
-Qué bonito nombre tienes...
-Es de Kahnd,es el de mi mamá y mi abuelita y la mamá de mi abuelita.
-¡Qué bonita tradición! -exclamó Kariah.
-Déjate de niñerías, Kariah-le dijo Nienor-hay algo extraño por aquí.
A una velocidad increíble la pelirroja disparó una flecha mágica, que se clavó donde había estado Efendi.
-Hay algo muy raro aquí-dijo ella-ya me extraña la emigración al este de los unicornios, será mejor que los sigamos, que los protejamos. Vámonos.
Y siguieron su viaje.
Efendi estaba consternado, ¿una dinastía de Ianthes? ¿Acaso Ianthe sobrevivió? "No no" se dijo Efendi, "yo le disparé al corazón, yo, con estas manos llenas de sangre...".
Al cabo el malvado sonrió, ya sabía donde estaban los unicorns. Se transportó al manantial siguiente al este, y ahí capturó a tres hermosos unicornios. Los mató en el acto, esta vez no tenía tiempo de divertirse. Bebió la sangre de uno y guardo la de dos, y se llevó los tres cuernos, dejando los restos de los animales mágicos junto al manantial.

-NADA! -gritó Aragorn impotente-no hay nadie en esta fortaleza.
-Ya lo suponía-dijo Siris-maldito Efendi, prefirió irse con todos que probar a vencerme.
-Quería jugar a lo seguro-dijo Endereth.
-A donde los había llevado-sollozó Arwen-me ha parecido ver a mi madre...madre!
-Pero, ¿estamos seguros de que estaba aquí? -preguntó Légolas.
-Sí-dijo Leithian-y los vi, unos muertos muy decentes, no como nosotros que nos paseamos de un lado a otro.
Ithlaiä quiso estrangularla, pero se contuvo.
-Pobrecitos, ellos no mantenían el espíritu, me di cuenta con mi ambrosía, esa que te he dado, Siris.
-¿Cómo que no tenían espíritu, estaban muertos?
-No del todo, sin espíritu, ya sabes, como cuando estas demente o hechizado.
-Me preguntro si tú no estarás demente o hechizada-dijo Ithlaiä, y Leithian se encogió de hombros.
-Esperad-dijo Siris-creo que comprendo algo... -Efendi ha quitado las almas de la gente para poder controlarlas como desee, controlar a los cuerpos como si todos estuvieran llenos del alma de Efendi.
-Sí, pero pero todas esas almas estarán en algún sitio ¿no? -preguntó Ithlaiä.
-Exacto... -dijo Siris mientras tenía una mano en la barbilla pensativa- Farlagoon... -susurró.
-¿Farlagoon? ¿Quién es? -preguntó Endereth.
-Es el dragón que acompaña siempre a Efendi, solo un dragón puede "guardarse" las almas en su cuerpo mágico-respondió Siris.
-¿Y qué pueden hacer unos muertos como nosotros? -preguntó Leithian. Ithlaiä le puso una mano encima del hombro fuertemente y juntando los dientes como perdiendo la paciencia dijo:
-¿Cuántas veces hay que decirle a la dama que no estamos muertos, ¿eh?
-Pero es que...
-¡NO ESTAMOS MUERTOS Y PUNTO! -gritó Ithlaiä, pero algo le quebró la voz, no podía respirar y empezó a encontrarse muy mal. Endereth se le acercó y la sujetó para que no se cayera.
-¡Noooooo! -gritó Ithlaiä con una tristeza que hería a los corazones de los presentes. Fue un lamento largo y parecía como si la elfa se encontrara en otro mundo porque miraba al vacío extendiendo una mano. Leithian también pudo ver lo que veía y retrocedió unos pasos espantada. De repente, la elfa parecía despertar y miró a su alrededor asustada y con lágrimas en los ojos. Respiraba ásperamente y Endereth la abrazaba fuertemente:
-¿Qué ha ocurrido? -preguntaron varios asustados.
-Estás aquí con nosotros... -le susurraba Endereth a Ithlaiä para calmarla. Ella solo cerraba los ojos fuertemente y abrazaba al elfo con ternura.
-Sé porqué está así porque yo también lo he visto... Efendi ha matado a tres unicornios más.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadWhere stories live. Discover now