Capítulo veintinueve: la torre maléfica

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No solo sufrían Asphil y Mística, ni Kariah o Kinalath estaban solos en su pena; cerca y lejos del campamento de la comunidad de la Vara, en la oscura y maldita Torre que intentarían destruir, en el más profundo y húmedo calabozo de la torre, enclavado en los cimientos de la misma, un corazón solitario suspiraba.
Recargada contra la viscosa pared una silueta abrazaba sus rodillas, y cantaba suavemente para sí una melancólica melodía, una en la que recordaba con nostalgia la luz del sol y de la luna, y las vastas tierras indómitas del Norte. Hacía meses que no veía la luz, ¡la luz! "¿puede haber algo más necesario para la vida?" se preguntaba el joven humano.
Hacía meses había sido capturado por los licántropos, e iban a comérselo, pero un gesto gentil de una dama, Winee recordaba que se llamaba, le había salvado la vida, lo habían encerrado en aquel calabozo, con la esperanza de poder sacarle algo a su padre el líder de la tribu.
Así, Leifth alimentaba esperanzas en su corazón, recordaba a su gente y a su tierra,pero sobre todo recordaba a su ángel. Su ángel se le aparecía en la inquieta duermevela de su calabozo, cuando en las horas nocturnas ( y por esto sabía que era la noche) pasaban las ánimas de unos niños. Cuando esos niños lloraban desde el más allá se le erizaban los cabellos y un escalofrío lo recorría cuando pasaban cerca de él.
Pero su ángel siempre lo consolaba. Siempre. Y estaba seguro de que su ángel vendría a salvarlo. Su ángel parecía una hermosa doncella, más bella le parecía que las elfas que vagaban furtivamente hacia su último hogar. Sí, más hermosa, suave y celestial, y fuerte, intuía que era fuerte, y sus gráciles alas, como de águila... Tan hermosa era, "mi ángel, ven pronto a salvarme, mi ángel".
Kariah pegó un grito cuando Kinalath se acercó a ver qué le ocurría. Se había despertado de golpe en medio de la noche fría y oscura a causa de un extraño sueño:
–¿Qué te pasa? ¡Me estás asustando! Hablabas en sueños y estás llorando... –dijo Kinalath preocupado.
–No estoy llorando... –dijo Kariah, pero al tocarse las mojadas mejillas se sorprendió tanto como Kinalath.
–¿Qué estabas soñando?
–Un hombre, en una oscura y temerosa cárcel, me llamaba... Su pena era tan inmensa...
–¿Un hombre? –dijo Kinalath un poco confuso–¿Lo conocías?
–No lo sé, ya que no vi su rostro... Solo sé que en aquel lugar las criaturas pasan frío hambre y todo el tiempo tienen miedo... Es un lugar horrible.
–Podría ser un sueño premonitorio... –dijo Mística saliendo de repente de las sombras.
–¡No hagas eso!
–Lo siento... En la oscuridad nadie me ve y es como si estuviera sola... Quería estar sola un tiempo sin que nadie supiera donde estoy–se la veía triste. Kinalath se fijó en que tenía los ojos llorosos. Algo debía haber ocurrido, era extraño que Mística llorara porque siempre se la veía tan segura de sí misma.
–Mística, ¿estás bien? –dijo Kariah dándose cuenta de lo mismo que su hermano.
–No... –dijo echándose a llorar. Les contó todo lo ocurrido entre Faramir Asphil, ella y Boromir. Kinalath y Kariah la abrazaron para reconfortar –Gracias...–dijo en voz baja.
–A nosotros también nos gusta que nos abracen cuando nos sentimos solos, o cuando estamos tristes.
–Sois muy comprensivos y amables... –dijo llorando aún.

Erguida sobre un montículo de nieve, una figura pequeña y menuda contemplaba la aurora boreal. Nienor contemplaba la danza de las luces del norte allá en el cielo, ajenas a las preocupaciones terrenas, indiferentes a brillar sobre un páramo helado y hermoso o sobre una sombría torre, como ella las miraba. Faramir era capaz de manejar ya el poder de la Vara, la comunidad no deseaba sino terminar de una vez por todas con la odiosa amenaza del norte.
–Hoy es EL día–comunicó ella a los copos de nieve que la brisa llevaba. Cogió su arco del suelo y se dirigió al campamento. Se encontró a sus amigos tranquilos si no felices, y compartiendo sus alimentos junto a la fogata.
–Si vamos a destruir la torre, debe ser hoy.
–¿Hoy? –preguntó Faramir, un poco inseguro.
–Hoy o nunca.
Asphil abrazó a su hombre y él asintió. Endereth tomó de la mano a Ithlaiä y dijo:
–Vamos de una vez, porque la luz del día siempre ha favorecido los propósitos justos.
La comunidad dejó las cosas tal y como estaban, no valía la pena perder el tiempo recogiendo algo que ahí estaría, libre ya en la tarde, o algo que desde el otro mundo no podrían usar. Se adelantaron a la fortaleza y parecía vacía, pero todos sentían esa inquietante presencia. No de orcos o trolls escondidos, sino una presencia malvada, etérea...
–Doce hemos de ayudar al portador de la Vara–dijo Nienor–para usar al máximo el poder del arma.
–Yo no pienso ser de los que se queden sin ayudar–sonrió Endereth.
–Pensadlo bien; porque si no logramos arrebatar ese alma maldita, ella nos la arrebatará a nosotros y quedaremos atrapados en la Vara.
A Faramir se le erizaron los vellos de la nuca, "¡¿por qué demonios esa mujer no les había dicho eso antes!?" Se preguntó. Y cayó en la cuenta: para no preocupar, para no perturbar esas energías tan necesarias...
–Yo no tengo miedo... –dijo Mística.
–Yo tampoco–declaró Légolas con sus hermosos ojos brillando y su hermosa Elemmire del brazo.
–Ni nosotros–dijeron Kinalth y Kariah.
–Así me gusta–dijo Nienor mirándolos con un afecto y una admiración que nunca les había demostrado–Opino que deberíamos ser los 5 hijos de los elementos: Sayah, Uiniendil, Merenwen, Kinalath y yo; que de los elfos vengan Endereth e Ithlaiä, Légolas y Elemmire y Mística y de los humanos Asphil y Aragorn, ¿os parece?
Asintieron.
–Bien, ahora debemos formar un círculo con nuestra manos unidas, y poner toda nuestra voluntad y toda nuestra fuerza en ayudar a Faramir. Debemos darle a Faramir todo de nosotros, para que el hurte el alma maldita que está encerrada. Si lo logra, ya no habrá una fuente de maldad en el norte y volverá a ser indómito y hermoso como en los viejos tiempos. La torre de Angmar caerá y quizás la Vara sea destruida. ¡Hagámoslo!
Formaron un círculo, sentados por si se cansaban de estar de pie y Faramir en medio de pie. Todos comenzaron a desprender un aura de luz extraña, cada uno de otro color y la energía llegaba hasta Faramir que su blanca y pura alma se hacía cada vez mayor. Faramir se concentró y lanzó el ataque para segar el alma de la torre. Escucharon un horrible silbido al intentarlo, como el chillido de un Nazgûl y el rayo blanco de Faramir que se desprendía de la vara para segar el alma de la torre estaba luchando contra un rayo rojo como la sangre. El rayo de Faramir se estaba echando atrás...
–¡NO! –gritó Faramir y nuevas fuerzas le llegaron haciendo que el rayo rojo se convirtiera en un rayo negro. Ese rayo negro, atrajo como un imán la vara e intentó arrebatársela, pero Faramir había estado entrenándose también físicamente para aquello. A Faramir se le caían las gotas del sudor del esfuerzo por la cara, pero se sentía bien y pronto la torre dejó de hacer fuerza de golpe. Faramir se cayó al suelo.
–Amor, ¿estás bien? –dijo Asphil sin soltar las manos de sus compañeros.
–¡Asphil! Concéntrate, ahora es cuando Faramir necesitará todas nuestras energías! –gritó Mística y en efecto la vara lanzó un nuevo ataque, un ataque mental. Pilló a Faramir desprevenido y la torre consiguió enviarle unas imágenes que le helaron la sangre. Vio a Asphil muerta con sangre a su alrededor y flechas clavadas por todo su cuerpo... Vio como la comunidad intentaba atacarlo burlándose de él... Y luego vio, Minas Tirith... Toda la gente de la ciudad muerta, la ciudad blanca se había convertido en la ciudad roja de la sangre...
–¡¡¡NOOOO!!! ¡¡¡ESO NO ES VERDAD!!! –gritó Faramir y consiguió expulsar al enemigo de su mente. Su fuerza fue tal, que consiguió meterse en la mente del alma de la torre. Faramir consiguió que la vara se tragara el alma de la torre y al abrir los ojos, un silencio aterrador se cernía a su alrededor, la vara estaba roja y quemaba mucho.
–¡Faramir, tírala lejos de ti! –gritó Mística–¡Va a estallar! –y el Senescal tiró la vara a los pies de la torre y allí estalló dejando unos polvos brillantes arremolinando la torre. Los polvos de convirtieron en rayos azules que estrujaban la torre como garras. Los componentes de la comunidad corrieron a alejarse de aquel lugar porque era peligroso quedarse cerca.
Aquel era el fin de la torre de Morgoth.
La torre estalló en mil pedazos pequeños como cristales oscuros justo cuando la comunidad se paró para mirar atrás. Vieron como la torre se desvanecía con el sonido de miles de cristalitos por los aires. Los cristales brillaron y desaparecieron al instante.
–Ya está... –dijo Faramir exhausto. Los demás tampoco podían más, pero caminaron hasta el campamento y comentaron cada uno sus planes para después de lo ocurrido. El destruir la torre había durado casi el día entero, y ya anochecía.
–Esta noche, Kazim y yo nos marcharemos a un lugar donde nadie nos encuentre–dijo Sayah.
–¿Significa eso que ya no te volveremos a ver nunca más? –preguntó Nienor.
–Tanto como nunca más no creo, pero quizá no me volveréis a ver en mucho tiempo.
–Te echaremos de menos–dijo Ithlaiä. De repente, un murciélago llegó volando y se convirtió al instante en un apuesto hombre. Kazim había llegado.
–Bueno, creo que ya debo irme... –dijo entristecida por la despedida. Abrazó a todos, se inclinó ante el rey y la reina, pero Aragorn la hizo levantar y los dos se abrazaron, lo mismo ocurrió con la reina. Sayah deseó mucha suerte y prosperidad a los reyes y le regaló un pequeño juguete a su bebe. Se trataba de una bola pequeña de cristal que enseñaba aquello que quería ver el niño.
–Si necesitáis mi ayuda, siempre me tendréis disponible... Solo tenéis que encender una hoguera y pronunciar mi nombre siete veces y lanzar una rosa blanca al fuego. Es un práctico hechizo, pero solo se puede utilizar una vez cada dos años.
–Adiós a todos–dijeron Sayah y Kazim a la vez y uno se convirtió en murciélago y la otra en lechuza. Juntos se fueron volando del lugar.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadWhere stories live. Discover now