Capítulo seis: Alatar

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Mientras los dos jóvenes se veían, Ithlaiä había escapado y Mithrandir y los demás habían salido en su búsqueda dejándose guiar por Firiel. ¿A dónde los llevaría ese camino? Ellos esperaban que a Alatar y al final del sufrimiento de Ithlaiä. Estuvieron a punto de perder a Ithlaiä de vista, pero Mithrandir notó que había desaparecido en el interior de un muro.
–Símbolos como los del muro de Moria, tendremos que esperar a que la luz de la luna los revele –miraron hacia el crepúsculo; era hermoso y desesperante. En el interior, Alatar terminaba de hacer añicos la estatua del pajarito mientras Ithlaiä corría a abrazarlo.
–¡Ithlaiä, al fin solos amor mío! –dijo besándola con los ojos abiertos. Ithlaiä lloraba – ¿Qué te ocurre?
–Que me doy cuenta que no me amas, que solo soy la incubadora de tus planes, que me doy cuenta de que me estoy condenando a mí y a mis amigos por este doloroso amor... –El hechicero juntó los dijes negros de ambos, y al sentir este vínculo reforzado por el cambio de sangre sonrió. Todo lo que Ithlaiä había sentido, volvió. Todo. Pero también todo lo que él, Alatar, había sentido. No le importó, siempre se decía asimismo que hacía mucho se había curado de ese ridículo sentimiento. Sabía que debía actuar rápido: la ruptura de la estatua de pajarito le indicaba que Firiel había sido regresada a su primitiva forma, y que solo Mithrandir o Siris serían capaces de hacerlo: y seguramente aquella estúpida humana había hablado. Ahora era el momento: debía hacer suya a Ithlaiä, engendrar un hijo. Comenzó a besarla, y le sorprendió descubrirse haciéndolo con amor, pensando si no seria violación lo que estaba a punto de hacerle a Ithlaiä.
"¡Maldita sea! –pensó– ¿Qué es esto? Yo nunca amé a esta elfa, nunca. Y aunque lo hubiera hecho no son estos momentos para comenzar con estúpidos arrepentimientos: si ya llegué aquí, debo seguir hasta el final"
–Ithlaiä, hermosa, ¿estás lista para darme un hijo? –la elfa asintió, de sus ojos cerrados corrían lágrimas. Justo en el momento en que la depositó en el lecho, Alatar vio con gran sorpresa abrirse la puerta.
–¡Qué sorpresa: el mago purificado y sus secuaces ! –exclamó Alatar con sarcasmo –Sin olvidar a la aberración de los dragones.
–Silencio Alatar: terminaremos con esto de una vez por todas.
–Si Olorin, pero debes saber que han pasado siete días, y que todos los recuerdos y sentimientos de Ithlaiä ha regresado. Debes saber que nuestras mentes y corazones están unidos: aparentemente, debo recordarte que somos inmortales, pero que un golpe fatal dirigido contra mi acabaría con la vida de tu amiguita, a menos que desee lo contrario: ¡Cosa que ni en broma haría! –rio de un modo malévolo.
–Pues yo también tengo noticias para ti: Curumo ha muerto.
–No seas imbécil: somos inmortales–dijo Alatar con fastidio.
–Lo somos por la unión sagrada que liga a los Ainur, pero cuando uno se vuelve tan repugnante como tú o Curumo, ese mágico ligamento proporcionado por Eru, se corta y te pierdes en una nada aún más intangible que la que aprisiona a Melkor.
–Tiemblo de miedo Mithrandir –dijo el hechicero indiferentemente, –¿Porqué no nos dejamos de idioteces y me dejas tener a mi hijo? No es algo malo desear un hijo.
–No, pero tu propósito sí lo es. Sabes que nos está vetado tener hijos.
–¿Y por qué, maldita sea! –Alatar montó en cólera –Somos los hijos predilectos, los más perfectos de Eru, ¡y no nos permite tener hijos! Eso es lo que yo llamo crueldad.
Mithrandir, estaba estupefacto: no podía creer que esa rabia de Alatar, le había hecho renegar de todo lo que una vez creyeron. Recordó cuando paseaban juntos ante los dos Árboles de Yavvana, aguardando el advenimiento de los primeros nacidos. La impaciencia de Alatar por conocerlos era enorme. Por eso al ver la cara de su amigo, el día que vio parir a una elfa, lo desconcertó. Era una expresión incrédula, de deseo, de envidia, de no sabía qué más, que había tratado de pasar por alto. Había llegado a olvidarla, hasta que Alatar pronunció estas palabras.
–Lo has sentido desde que viste al bebe élfico y a su madre... –dijo casi para sí mismo.
–¡Qué brillante Olorin! –el hechicero había recobrado su sangre fría, –No puedes imaginarte el gusto que me dio cuando Miriel murió pariendo a Feanor y Feanor no será nada comparado con mi hijo.
–Si puedo. Lo que no puedo es comprenderlo... Tú eras mi mejor amigo–esta noticia impresionó a los amigos de Ithlaiä.
–Esto no es posible Mithrandir –saltó Ophala –Vámonos, llevémonos a Ithlaiä y acabemos con el hechicero, ¿o es que no quieres hacerlo, Mithrandir? –su voz tenía desafío, y avanzó hacia Ithlaiä, quien le hizo ademanes de que se alejara. Ophala sintió un dolor intenso.
–No quiero hacerlo... –respondió el mago y Alatar se echó a reír –pero debo hacerlo.
–Siempre has sido así Olorin, tan dramático, tan sufrido, ¿cuándo aprenderás a tener estilo? –En aquel momento entró Firiel gimiendo.
–¡Tú también deberías mantener la dignidad, ya que no supiste mantener la fidelidad! –le gritó Alatar señalándole los añicos del pajarito.
–¡Oh, Elured, Elured, yo he sido la causante de tu muerte! –sollozó la humana.
–En cierto modo sí, pero eso solo era el símbolo de que aparentabas ser un pájaro. A Elured lo maté antes de conocerte: era un adversario digno. Murió diciéndome que moriría por amor. ¡Jajajaja! ¡Cómo disfruté matarlo! –Ophala lo miraba con asco.
–¡Eres un maldito! -le gritó.
–Gracias querida, prometo que disfrutaré matándote. En cuanto a ti, -se dirigió a Firiel- yo sí tengo palabra, ¿te uno ahora con tu amado?
–No matarás a nadie, Alatar –le dijo Olorin.
–Dejame morir Mithrandir, si es verdad que eres bueno déjalo matarme, esta agonía es mucho más larga y dolorosa...
–Aun hay esperanzas Firiel, aun puedes volver a la luz, – dijo esto mirando a Alatar.
–¡Ni siquiera empieces con tus ridículos discursos Olorin! ¿O es que has olvidado quien te enseño a persuadir?
–¡Basta de charlas inútiles! Ven aquí Ithlaiä –Ante la mirada y el dolor de todos sus amigos la elfa obedeció.
–¡Ithlaiä! Hay esperanzas elfa bendita, puedo ayudarte.
–La definición de ayuda de Olorin es convertirte en piedra y lavarte el cerebro, ¿quieres eso Ithlaiä? –la elfa negó con la cabeza– ¿Qué es lo que quieres Ithlaiä?
–Estar junto a ti, amándote –respondió en un susurro.
Avanzaron hacia la puerta, pero Aragorn, Ophala y los otros impidieron que se escaparan.
–¡No más payasadas, por favor! Ven aquí Olorin, batámonos en un duelo: el ganador tendrá la Tierra Media. Pero Ithlaiä es mía.
–No me interesa el poder, Alatar, es lo que nunca comprendiste: deseo el bien de todas las criaturas, incluso el tuyo, pero si no me dejas alternativa te mataré.
–¡Y yo te ayudaré exclamó Siris!
–¡NO! Esto termina entre nosotros dos–declaró Mithrandir.
–Bien Olorin, bien. ¡En guardia! –dijo Alatar al tiempo que lanzaba su 1° conjuro. Mithrandir lo contrarrestó, y lanzó otro. Ante las miradas fascinadas de los ahí presentes, los dos maiars pelearon a conjuros: tan pronto brillaba el resplandor blanco de Mithrandir como el azul de Alatar. Conjuros que a veces daban en el blanco y que al no dar en el blanco hacían saltar la piedra. Conjuros que nadie, a excepción de Siris comprendía, pero que sonaban terribles y poderosos.

–¿Espadas? Eso daría más variedad a este duelo de inmortales: mi hechizo de muerte ya te ha tocado y el tuyo a mí. Produces agradables cosquillas –sonrió el hechicero.–De acuerdo: una puñalada fue la que acabó con Curumo.–No me sorprende, con lo débil e idiota que era... –El duelo con las espadas mágicas era maravilloso y terrible de ver. Aragorn gritó cuando Alatar tocó a Mithrandir en un costado; la sangre fluyó, pero el mago siguió combatiendo. El duelo se prolongaba indeciso, hasta que Mithrandir lanzó una estocada que aparentemente había atravesado a Alatar. En realidad pasó bajo su brazo, pero Ithlaiä gritó aterrorizada y Alatar se volvió a mirarla: fue su perdición. Olorin le atravesó limpiamente el corazón. El hechicero se desplomó al tiempo que Ithlaiä. Sus amigos corrieron aterrorizados a su lado, solo Mithrandir se inclinó sobre Alatar.–Has vencido Olorin –sonrió con un hilillo de sangre corriendo por la comisura de su boca.– Parece que para matarnos era necesario destruir este frágil envoltorio en el que bajamos a la Tierra Media... –rio débilmente –Lo has hecho con estilo, viejo amigo. ¡Estoy tan cansado! La nada en que me convertiré no me da miedo. ¿Puedes decir lo mismo Olorin?–No viejo amigo: me aterraría. Mi deseo es regresar alguna vez al lado de Eru.–Si alguna vez lo haces, dile que es cruel. Que me desvanecí odiándolo.–Ithlaiä se muere –gritó una voz descorazonada. El hechicero se volvió agitado.–No puedo decirlo, lo último Alatar, es una mentira.–¿Tú qué sabes? Yo lo odio... –dijo casi sin ganas, mirando a Ithlaiä, perdiéndose en esos ojos que lo miraban tristemente enamorados. Alatar le sonrió, "No es tan malo, amada mía, estaremos juntos para siempre" le dijo con la mirada.–He dicho que mientes Alatar; mueres amando a Ithlaiä. Fue el amor lo que te distrajo...–Sí, me perdió...–Yo diría que podría salvarte...–Basta Olorin... Ya he perdido bastante dignidad amando a esa elfa. ¡Sus ojos han sido mi destino! –dijo y su espíritu abandonó su cuerpo, que comenzó a arder. "Tengo miedo" le dijo el espíritu de Ithlaiä. "Te amaré eternamente" le respondió el espíritu de Alatar, antes de perderse en una oscuridad que los envolvió a todos.–Ithlaiä, Ithlaiä –gemía Elemmire abrazando el cuerpo desplomado de su amiga.–No está muerta –dijo Mithrandir avanzando hacia ellos.–¡El hechicero ha muerto, y dijo que se llevaría a Ithlaiä con él! -exclamó desesperada Elemmire.–Alatar ha desaparecido de la Tierra Media, y me alegra deciros que no sé a dónde ha ido.–¡A la nada, como Saruman! –exclamó Aragorn.–No querido amigo, en su último momento su amor por Ithlaiä pudo salvarlo. Mira: la ha dejado aquí –Ithlaiä abrió los ojos.–¡Se ha ido! –sollozó– ¡Alatar, Alatar! –fue todo lo que pudo decir antes de desmayarse. Comenzaron a ponerse en marcha para volver. Sus amigas se llevaron a Ithlaiä. Aragorn se acercó a Firiel, y la tomó en brazos:–Está muerta –declaró mirando a Gandalf– ¿Sería posible que la hayáis matado accidentalmente?–No –el mago la examinó– se ha muerto de pena.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadWhere stories live. Discover now