Capítulo cinco: Amor e incertidumbre

6 1 0
                                    


–Al fin llegas Firiel. Comenzaba a creer que me habías traicionado, eso no sería bueno para Elured, pequeña –dijo el hechicero con voz fría cuando la pequeña ave llegó de nuevo hasta él. El ave cantó en su regazo, ¿estás segura que no sospechan nada de ti? –el ave pio– De acuerdo. Vigila mientras yo espero la noche para introducirme de nuevo en los sueños de Ithlaiä cómo siempre, sólo que hoy podré entrar en su corazón, por la sangre que hemos compartido. Siete días y ella será mía o yo seré vencido –el rostro del hechicero era terrible.
-Dime que no es verdad lo que ha dicho... –empezó a decirle Ithlaiä mientras le cortaban las ataduras.
-Yo... No hay duda de que borré tu mente porque habías presenciado algo horrible y por otras muchas causas, pero tú no eras mala... Ese hechicero te comió la cabeza con sus habladurías, pero ahora que ha mezclado su sangre con la tuya... No sé qué va a pasar.
–¿No sabes lo que me va a pasar? ¿Qué significa eso Mithrandir?-dijo con hilo de voz. Sentía que sus ojos se cerraban y que no los podía mantener abiertos por mucho tiempo.
–Buscaré una solución como me llamo Mithrandir.
–Quiero decir... Que... Gracias por todo... Lo que habéis hecho... Por mí ... Ayudadme por favor... –susurró. Ya no podía hablar, sus ojos se habían cerrado en un profundo y extraño sueño.
–Ithlaiä... No... No se estará... –empezó Athel y no pudo acabar la frase.
–No, ese hechicero no es tan insensato, pero lo que ha hecho es pasar a través de los sueños a Ithlaiä al lado del mal, la oscuridad y el dolor... –el mago acarició su barba– quizá pueda ayudarnos... Sí. Tendré que pedir ayuda.
–¿De qué hablas Gandalf? –preguntó Faramir impaciente.
–Me marcharé a buscar a una señorita que entiende de esto.
–¿Una señorita? –preguntó Aragorn– ¿A quien te refieres?
–La llamada "Amiga de los Dragones", una mujer que se llama Siris, es una mujer con el don de la inmortalidad. La sangre de dragón sellará el cuerpo de Ithlaiä contra todo mal para siempre.
–Pero Mithrandir, aun no nos has contado por qué ese hechicero solo quiere a Ithlaiä y no a cualquier otra.
–Es muy fácil, mi querido Légolas Hoja Verde, el Mago Azul la quiere porque es especial, la desea. Cuando sólo era un bebe, montó encima de un unicornio y este le transmitió muchísima magia que él ha despertado rompiendo el hechizo que yo hice para sellarlo. Quiere crear un hechicero hijo suyo, el hechicero más mágico y fuerte de todos los tiempos. Si lo consigue... Este mundo se convertirá en un infierno para todos. Peores tiempos vendrán que los de Sauron.
–Pues parte ya antes de que sea demasiado tarde, Sombragrís te llevará a donde quieras y rápido! –dijo Aragorn.
–Los demás llevaron a Ithlaiä a una habitación sellada donde se quedaría dormida hasta que llegara Siris. Mithrandir salió a toda velocidad montado sobre Sombragrís, dejando al grupo de amigos cuidando de Ithlaiä.
Mientras Faramir seguía tratando de saber lo más que podía al respecto de todo esto:
–Creo que estamos subestimando a Alatar, si ya se había llevado una vez a Ithlaiä nuevamente a pesar del hechizo protector de Mithrandir, ¿qué nos asegura que no volverá a hacerlo? Yo creo que debemos redoblar la vigilancia.
–Tienes razón, Faramir, –contestó Aragorn– ya pudimos ver los alcances de ese maldito. Propongo que nosotros mismos nos turnemos y hagamos guardias. Si quieres tú y yo haremos la primera.
Mientras, Légolas estaba al lado de la cama de su querida amiga Ithlaiä, mirándola en silencio y tratando de descifrar los alcances del nuevo hechizo que Alatar había lanzado sobre ella. Así, alerta y con preocupación pasó la noche, dando paso a un nuevo día un poco nublado, mientras Mithrandir llegaba a donde estaba su gran amiga "Siris".
–Siris, querida, pueden pasar décadas y tú sigues tan hermosa como siempre.
–Vamos, Mithrandir, eres uno de los pocos en esta tierra que me llama hermosa. Pero dime amigo, qué preocupación te acerca a mi, lo he notado en el mismo momento en que has entrado –Claramente él le relató todo lo que estaba sucediendo, y cuál era su temor al respecto. Ambos sabían bien lo peligroso que podía ser Alatar.
–Pues tenemos que partir cuanto antes, Mithrandir, es largo el camino, y no sólo se trata del bienestar de esa chica, sino del de todo el mundo –y diciendo esto, se prepararon inmediatamente y partieron a todo galope.

Mientras, en el palacio, Elemmire, quien ya estaba al tanto de todo lo que había sucedido el día anterior y durante la noche, sintió una punzada de celos, puesto que Légolas había pasado toda la noche y parte de la mañana junto al lecho de Ithlaiä y no se tomó unos segundos siquiera para estar con ella y ponerla al tanto de todo, tuvo que enterarse por medio de Faramir. Elemmire un poco resentida con esta actitud, decidió salir del castillo a realizar algunos asuntos pendientes que tenía y no avisó a nadie. Fue hasta mediodía que Athel llegó a la habitación de Ithlaiä, diciéndole a Légolas que podía ir a descansar, él cuidaría de ella, por fin había logrado terminar todas sus obligaciones, y nadie lo separaría de el lado de quien tanto amaba. Légolas decidió buscar entonces a Elemmire, pero durante un rato lo hizo sin lograr encontrarla. Estuvo preguntando a todos, pero nadie la había visto ni sabían de ella. Empezó a buscarla con más ahínco, sin embargo no lograba nada, ya estaba atardeciendo y seguía sin saber nada de ella, por lo que decidió salir él en su busca. Avisó a los demás y se dirigió a la salida, en compañía de un guardia, estaba temeroso de que algo le hubiera sucedido. Apenas iba a salir cuando la vio, ella venía a galope tendido y su cabello se mecía con el viento, se veía hermosa.
–¡Elemmire, por Eru! Llevo horas buscándote, estaba loco de la preocupación, ¿a dónde has ido fuiste tú sola?
–Vaya, notaste que no estaba, hace cuanto, ¿una hora? Perdón, no sabía que tenía que anunciar lo que hago, aunque soy la única, ¿verdad?
–¿Qué sucede? Estás molesta, no creo merecer ese reclamo.
–No, tienes razón. Realmente no tienes ningún compromiso conmigo –dijo tristemente Elemmire, –lo siento, me retiro a mi habitación, estoy muy cansada.
–Espera, estás siendo injusta, no todo el mundo gira solo a tu alrededor. Sabes por el momento tan grave que está pasando Ithlaiä, es mi deber estar junto a ella, y no me parece justo que no estés de acuerdo. No puedo pasar las veinticuatro horas del día junto a ti –le dijo él muy enojado, –tenemos un problema muy fuerte encima y tu solo piensas en ti, eres una egoísta –Elemmire lo miró fijamente y le dijo en voz muy baja:
–Lo sé, no te preocupes. De ahora en adelante, no reclamaré un solo minuto de tu tiempo. Ve allá, te necesitan... –y diciendo esto se encaminó hacia adentro, llevando una gran tristeza con ella mientras él se quedó parado ahí mismo sin moverse observándola alejarse.
Estaba atardeciendo cuando Légolas y Ellemmire tuvieron esa discusión, era una hermosa tarde a pesar de todo. Mientras Légolas estaba en las puertas del castillo, llegó Ophala. También a caballo y también de hacer recados. Se extrañó de verlo allí y le preguntó, pero no obtuvo ninguna respuesta.
–Sólo preguntaba si te pasa algo, yo no te hice nada puedes hablarme.
–No, no es por ti. Acabo de discutir con Elemmire, no sé qué va a pasar con nosotros, todo se está complicando tanto.
–Bueno lo único que podemos hacer es esperar, y tener paciencia, y de momento seguir la órdenes de Olorin.
–Ya supongo que solo esperar.
–Bueno me tengo que ir, tengo que terminar de preparar mis cosas, nos vemos –entró a galope por el palacio, haciendo mucho escándalo.
–¡¿Dónde vas tan corriendo Ophala?! –le gritó Mithrandir.
–Tengo que preparar unas cosas antes de irme.
–Así que al final te vas. Ya me dijo Aragorn que estabas muy convencida con ello.
–Sí, creo que ahora más que nunca es necesario este viaje. Alatar es poderoso y cuantos más seamos y más información tengamos será mejor.
–Tienes razón, pero igual se te necesita aquí.
–No, no creo, no soy tan indispensable, no tanto como lo puedes llegar a ser tú. Por cierto, ¿tú no habías ido a un viaje?
–Sí, pero ya llegué con una amiga, una poderosa arma. Se llama Siris, espero poder presentártela antes de que te vayas.
–Sí, yo también lo espero. Por cierto te quería comentar una cosa antes de irme. El pájaro. El pájaro de Alatar, me resulta familiar, creo que sé como se llama, Firiel.
–Es posible, sé que es una bruja de Angmar.
–Eso me temía yo, ya la conozco, tuvimos unas cuantas peleas antes de que yo viniese hasta el sur.
–¿Conoces su forma original?
–Creo que sí, a no ser que también el envoltorio humano sea falso.
–Bueno creo que esa información es importante.
–Mithrandir, siento dejar la conversación así, pero me tengo que ir ya. Hasta pronto.

Llegó la hora de la cena, allí sería presentada Siris. La cena era para muy pocas personas, sólo las indispensables. Todos se quedaron impresionados con la mujer que Mithrandir había llevado. El cabello de la mujer era negro azabache y brillante, estaba recogido en una trenza larga hasta la cintura. Su piel era morena y con reflejos dorados al fuego. Sus ojos tenían un color muy extraño: eran amarillos como los ojos de un tigre y el fuego ardía en ellos. Estaba vestida con un trozo de tela enrollada que tapaba el pecho y acababa con un nudo en la espalda. Llevaba algo muy parecido a partir de la cintura, pero solo llegaba hasta los poderosos muslos para poder moverse mejor. Ambas prendas eran rojas pero estaban empalidecidas por el sol y el tiempo. También llevaba joyas de bronce que contenían escritos en una lengua extraña largas líneas de lo que parecían historias. Las joyas eran dos pulseras anchas pero ajustadas a los brazos y dos más en las piernas. De su cuello colgaba un trozo de esmeralda en forma de colmillo. Una cuerda sujetaba dos espadas cortas en forma de media luna en la cintura. Estaban muy afiladas y relucían al fuego.
Hacia el postre, Siris empezó a contar su historia.
–Yo aún era muy joven cuando ocurrió todo. No recuerdo cómo se llamaba la ciudad en la que vivía pero era preciosa y reinaba la paz en ella. Yo era la prometida de un hombre llamado Sereth al que amaba más que a mi propia vida. Pronto íbamos a casarnos pero algo ocurrió en la ciudad. Unas horribles bestias entraron en la ciudad rompiendo todas nuestras defensas. No estábamos acostumbrados a luchar. Esas bestias mataron a miles de personas y así mi dolor y mi odio se acumularon hasta que ya no pude resistir y lo que ocurrió después fue extraordinario. Una fuerza gigantesca brotó de mi interior. De pronto vi miles de dragones sobrevolando la ciudad. Comprendí que los dragones estaban esperando mis órdenes así que los mandé a luchar contra las bestias y les grité que no tuvieran piedad. Sereth lo vio todo, estaba allí de pie, espada en mano sin saber que hacer o qué decir. Entonces empezamos nosotros también a luchar codo con codo. Sereth con su espada y yo con mis espadas cortas. La lucha fue horrible. Le dije a Sereth que huyera al bosque pero él no quiso porque quería protegerme, mientras tanto, muchos dragones perdían la vida en combate. Cuando los dragones morían se convertían en polvo que volaba con el viento pero uno de ellos dejó una escama de cristal de color esmeralda que es lo que llevo colgado en mi cuello. Sereth estaba muy mal herido y al acabar la batalla uno de los dragones, intuí que era el jefe, se me acercó y dijo que ayudarían a Sereth pero a cambio él se tenía que quedar con ellos para enseñarles la vida de los hombres. Entonces yo pregunté: ¿Cuánto tiempo? Pero ellos no respondieron y se elevaron por los aires sin decirme a donde iban cuando volverían. Grité hasta quedarme sin voz –mientras Siris decía esto se tocó el cuello como si aún notara aquel dolor– muchos años más tarde me dijeron que Sereth había muerto. Yo les grité: ¿Porque no le disteis la inmortalidad como a mí? Y dijeron que yo era su elegida, su diosa y que de ahora en adelante me protegerían y obedecerían mis órdenes. Por eso aún tengo aspecto de cuando tenía 17 años pero pronto cumpliré los 800 –Todos se quedaron impresionados ante el relato de la mujer, y percibieron todo el poder que tenía en su interior.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadWhere stories live. Discover now