Capítulo veintisiete: El mordisco

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Légolas estaba junto a Elemmire y le cogía de la mano que no estaba herida. La elfa tenía los ojos cerrados y respiraba fuertemente. Tenía la frente sudada y tenía fiebre:
–La transformación ya ha empezado... –dijo Uiniendil en voz baja intentando que Légolas no lo oyera.
–No hace falta que disimules... Sé lo que está ocurriendo y lo que va a ocurrir... –dijo él con desánimo. Nunca antes le habían visto así. Merenwen hizo que una agradable brisa acariciara sus rostros para calmar el ambiente–Gracias... –dijo Légolas cerrando los ojos cabizbajo.
–¡Esperad! –dijo una voz dulce y con esperanza–Aún no hay que lamentarse por su muerte, ¡aún no está muerta! Y yo conozco el arcano que la liberará.
Se trataba de Sayah.
–Claro... Si no me equivoco los hombres lobo entran en la magia arcana–dijo Nienor saliendo de sus pensamientos.
–Sí y cómo parar sus efectos si has sido mordido. Pero no sé si me recordaré de lo que hay que hacer exactamente.
–Inténtalo. Eres nuestra única salvación–dijo Uiniendil.
Sayah abrió la pequeña bolsita que siempre llevaba consigo y sacó de ella algo parecido a un palo de alguna planta. Se doblaba fácilmente y con dos de ellos, Sayah hizo una extraña pulsera con siete nudos. Después puso la pulsera sobre su mano y poniendo la mano de Elemmire encima, Sayah formuló unas extrañas palabras que nadie de los presentes entendió. Después cogió la pulsera y un fuego de color verde salió de la mano de Sayah, impregnando a todos con un olor a perfume extraño. Quemó la pulsera con ese fuego y cuando estuvo totalmente negra, se la ató a Elemmire en la mano que estaba sana.
–Cuando hayan pasado siete días y siete noches, la mordedura se habrá ido por completo. Es importante que no se quite la pulsera para nada–dijo Sayah. Légolas maravilló el arte de la magia arcana.
–Gracias... –dijo el elfo aliviado–¿Y qué hacemos para que le baje la fiebre?
–Dadle la vuelta y colocadle un montoncito de nieve justo en este punto de la espalda–le dijo la mujer indicándoselo. Así lo hicieron y al cabo de unos minutos, Elemmire ya dormía con tranquilidad y con Légolas a su lado cuidando de ella. Todos apreciaron la sabiduría de Sayah. Para ser humana y mortal, sabía mucho más de lo que ellos habían creído.
Un poco avanzada la noche, Elemmire empezó a moverse inquieta, llamando a Légolas.
–Aquí estoy amor, no te agites, estás herida y tienes que descansar.
–¡Légolas! Tú... ¿Estás herido?
–No, estoy bien, pero tienes que estar tranquila y descansar para que te recuperes pronto.
–No, yo... Ya no importo, ambos sabemos que fui mordida y lo que eso significa, solo quiero que tú estés bien.
Légolas se acercó a su rostro y muy cerca de ella le dijo:
–No mi amor, a ti no te sucederá nada. Sayah ha neutralizado cualquier efecto que pudiera causarte esa mordida, solo que tienes que tomarlo con calma, porque necesitarás varios días de descanso y cuidados y yo no pienso moverme de tu lado.
–¿De verdad? ¿No me lo dices sólo para tranquilizarme?
–Yo no te engañaría, mira–le dijo él tomándole la mano y levantándosela–¿Ves esta pulsera? Sayah la hizo para ti con alguna especie de raíz mágica, no te la tienes que quitar para nada.
–Pero y tú, yo vi cuando te atacaron a ti, ¿estás seguro que estás bien?
–Claro que sí, mis heridas fueron muy leves, no estoy en peligro. Prométeme que me dejarás estar a tu lado para atenderte.
–Légolas, ¿cómo podría tratar de negártelo si amo estar a tu lado?
–Entonces, empecemos ahora, duerme tranquila que aquí me quedaré, tienes que descansar–Y se inclinó besando levemente sus labios, y arropándola para que durmiese. Légolas permanecía sentado en silencio junto a Elemmire, sin perderla de vista o moverse para nada, a pesar de la debilidad que sentía por la sangre que también había perdido él, pero no quería que nadie supiera porque lo separarían de su amada, entonces soportaba y seguía ahí. Pero Uiniendil y Kinalath lo habían notado, así que se acercaron a él y le dijeron:
–Légolas, tú también tienes que descansar, estás herido, ¿recuerdas?
–Pero me siento bien.
–Mientes, –empezó a decir Kinalath–sabemos que no lo quieres aceptar porque no quieres separarte de Elemmire, pero no tendrás que hacerlo. Te propongo una cosa, recuéstate a su lado y nosotros os cuidaremos a los dos, te prometo que si ella despierta yo te avisaré de inmediato.
–Gracias, pero en serio...
–Légolas, creía que la terquedad era cosa de enanos. Si mañana ella te necesita, ¿tú tendrás las fuerzas suficientes?
–Lo siento, tienes razón, me estoy portando como un necio. De verdad os lo agradezco y os haré caso. Sólo es que me dio terror perderla y no puedo dejarlo atrás tan fácil.
Merenwen que había escuchado todo se acercó a ellos y ayudó a Légolas a recostarse y le dijo muy dulcemente:
–¡Toma mi mano!
–Ahora, dormirás tranquilo, con la certeza de que todos cuidamos de los dos, tranquiliza tu alma y ayuda a tu cuerpo a sanar.
Enseguida una leve luz blanquecina alumbró sus rostros y Légolas empezó a sentir paz, quedándose dormido casi de inmediato, Merenwen tomó la mano de Elemmire e hizo lo mismo.
Uiniendil le miraba embobado, admiraba la capacidad que tenía para lograr tranquilidad. Se acercó y se sentó junto a ella, se miraron los ojos y sin decir palabra, se tomaron de la mano y se quedaron ahí, cuidando de los dos heridos.

–Lo siento mucho elfita, soy una completa estúpida–le decía Asphil a Elemmire mientras le hacía compañía en su recuperación.
–No te digas eso mi niña, tú también estás pasando por momentos de dudas–la elfa se sentía un poco mejor aunque aun no podía ponerse de pie y necesitaba descanso.
–Mis situaciones no son nada comparadas con la que pasas ahora. En verdad no me lo perdonaré nunca, soy una estúpida.
–Ah Asphil, deja ya de decir eso. Te agradezco que me cuides pues sé que me quieres así como yo te quiero a ti amiga mía–Elemmire le sonrió y, aunque aquello alivió un poco a la humana, ésta no se dejaba de sentir miserable–Dime, ¿has visto cómo está Légolas? Hoy se fue con Merenwen para ser sanado, pero no ha vuelto aquí, cosa que me extraña demasiado.
–Sí, tienes razón. Igual no debes preocuparte mucho, su herida no era tan grave y Merenwen es una gran curadora.
–Los días me parecen tan grises sin su presencia a mi lado...
–Te entiendo a la perfección–Asphil le dirigió una tenue sonrisa–descansa dama, aun debes recuperar fuerza.
–Espero sanar para destruir la torre.
–Seguro que sí y no te preocupes, pase lo que pase con esa torre, me hará feliz saber que al fin este largo viaje se terminó... Que descanses.

Tiempo adelante, llegó Légolas al lado de su amada.
–¿Dónde estabas? Empezaba a preocuparme por ti... –dijo Elemmire.
–Siento mucho haberte preocupado pero estuve un buen rato con Merenwen. No sabía lo maravillosa que era, nunca antes había conocido a alguien como ella y pensar que parecía una persona muy cerrada y por eso no quisimos hablar demasiado con ella... –dijo Légolas soñador. Elemmire temió por un momento cuando el elfo dijo que era "maravillosa", pero pensó en que ella estaba con Uinindil y no le dio importancia–También estuve un buen rato hablando con Ithlaiä. Hacía tiempo que no nos contábamos las cosas como los amigos que éramos, pensé que ya se había olvidado de mí y ella pensó lo mismo de mí.
–Ah... –dijo Elemmire un poquito triste.
–¿Qué te pasa? Ahora estoy aquí junto a tí, no tienes nada que temer–dijo Légolas. Y Elemmire logró sonreír. Légolas se sentó a su lado y le acarició el cabello. Todos entraron en la cueva donde acampaban porque se acercaba la noche. Merenwen estaba fuera y miraba al cielo nublado, de un color gris aterciopelado, la elfa ponía cara de preocupación. Faramir se acercó a ella:
–¿Ocurre algo que nosotros no podemos presentir?
–Sí... Va a nevar y los vientos girarán al norte... No puedo parar a la madre naturaleza, pero intentaré que el frío viento no entre en nuestra cueva... Pero eso no es lo malo... Hay algo más... El viento arrastra voces crueles y lamentos aunque no sé de dónde vienen exactamente, creo que algo muy malo está ocurriendo ahí fuera, lejos de Angmar–dijo ella con voz seria. Faramir empezó a preocuparse también y mientras hacían un fuego para calentarse y Merenwen formaba una barrera contra el viento de fuera, todos se sentaron alrededor del fuego y hablaron sobre ello:
–¿Qué puede estar pasando allí fuera? –Preguntó Endereth.
–No lo sabemos, pero Merenwen tiene un mal presentimiento además de que el viento arrastra esas voces malignas... –decía Faramir, pero no pudo acabar la frase. Todos callaron y se pusieron en guardia porque habían visto una sombra moverse fuera. Cuando Faramir volvió a ver la sombra lanzó un rayo con la vara sin pensárselo dos veces pero la sombra paró el rayo con alguna especie de escudo mágico. De repente oyeron como la sombra tosía... Se trataba de una humana. El escudo mágico se desvaneció y la sombra cayó al suelo inconsciente. Ithlaiä corrió hacia donde estaba la sombra, echada en la nieve. El viento le azotaba y la nieve se le metía por los ojos pero dio la vuelta a la sombra y era una humana que parecía a punto de congelarse.
–¡¡Es una mujer!! ¡¡Echadme una mano!! –gritó Ithlaiä y Endereth, Aragorn y Faramir corrieron en su ayuda. Llevaron el cuerpo de la joven dentro de la cueva y la pusieron junto al fuego. La chica empezó a recobrar sus colores:
–No deberíamos retenerla aquí, ¿y si es un enemigo?
–¿Habéis visto? ¡Ha parado el ataque de la vara! ¿Quién puede tener semejante poder?
–Que yo sepa no hay nadie que pueda parar el ataque de la vara y menos, tan débil por el frío como lo estaba–todos callaron porque la muchacha se había despertado. Se levantó y cuando abrió los ojos, todos contuvieron un grito de asombro. Los ojos de ella eran violetas. Se quitó la capucha y vieron su extraño cabello, que era totalmente liso y de color ¡azul! Ninguno de los presentes había conocido nunca a nadie que tuviera aquel extraño y mágico aspecto.
–¿Quién eres?-preguntó Faramir un poco tímido.
–Me llaman Mística.
–¿Cómo has conseguido parar el ataque de la vara?
–Ah... Veo que ahora eres tú el portador de la vara... Yo también la llevé durante algunos pocos años, pero me la arrebataron. Por eso sé cómo parar los ataques. Soy una hechicera, que ha sido sorprendida por el tiempo. Me quedé en medio de la tormenta y me debilité. Sé cual es vuestra misión y he venido hasta aquí para ayudaros a finalizar lo que yo en un tiempo atrás no pude–dijo Mística. De repente miró los rostros de los presentes y se paró en el de Uiniendil.
–Tú eres... –dijo la chica... Sacó un papel muy viejo de un bolsito y lo miró a él y al papel sucesivamente–Tú debes de ser el elfo del que se enamoró, Uiniendil... Yo soy la nieta de Itarilde, la hija menor de Inwe. Uiniendil permaneció estático contemplando a la jovencita. Su mente no atinaba a nada, solo escuchaba una y otra vez la voz de ella "soy la nieta de Itarilde, soy la nieta de Itarilde..."
Uinendil nunca supo cuánto tiempo estuvo como idiotizado frente a Mística, contemplando la maravillosa hermosura de la media elfa, contemplando aquellos labios idénticos a los que una vez había besado y amado.
–Sí, este documento lo prueba–dijo la fría voz de Nienor, única persona ke no parecía asombrada, aunque internamente había ahogado más de una exclamación–tú has debido tener la Vara mientras yo estuve muerta, es decir hace unos 600 a 300 años, ¿no es así?
Pero antes de que Mística pudiera responder, Uiniendil, para dolor de Merenwen, la tomó en sus brazos. Mística se sorprendió, y se quedó muy quieta mientras aquel elfo, que pudo ser su antepasado, la estrechaba contra sí y lloraba en su hombro. "Cómo es posible, yo la perdí y aquí vuelvo a verla–pensaba Uiniendil–siempre la creí muerta ¡¡pero ha vivido!! ¡Itarilde vivió! Pero, ¡¿por qué no me busco?! ¡Qué fue lo que le ocurrió?!"
–¡¿Se habrá olvidado de nuestro amor?! –dijo en voz alta y todos lo miraron. El se dio cuenta y sacudiendo a la chica le preguntó –Itarilde: ¿Vive? ¿Ha muerto? ¿Qué fue de ella? ¿Por qué no regreso a mi lado? ¿Cómo es que desciendes de ella?
–Suelta la chica Uiniedil o no podrá responder tus preguntas–dijo Nienor, y Mística se separó y tosió.
Toda la comunidad de la Vara aguardaba expectante a que hablara.
–Sé lo mucho que has esperado respuestas... Y soy una privilegiada al poder dártelas. Mi abuela Itarilde, después de que ocurriera aquel desastre, también te buscó por todas partes, intentó contactar contigo por todos los medios, pero nunca te llegó a encontrar. Creo que alguien se interponía entre vuestro amor, alguien que la quería a ella para sí solo... Algunas veces he creído que quizá era su prometido.
–¿Su prometido? ¡¿Tenía un prometido?! –dijo Uiniendil estupefacto. Sentía como sudor frío por todo su cuerpo.
–Uiniendil, cálmate y deja que hable que aún no ha terminado–dijo Nienor.
–Pues años más tarde, intentó olvidarte y aunque siempre estuviste en su corazón, se casó con un hombre llamado Galad y dejó de buscarte porque si seguía así, se volvería loca. Años más tarde tuvo a mi madre, una elfa que no se parecía en nada a ella, se parecía mucho a él. Luego ella me tuvo a mí, su viva imagen transmitida a través de los genes y aquí estoy. Lamentablemente mi abuela murió hace un año... Una flecha atravesó su corazón y mi madre ha desaparecido con Galad y hace años que no los he vuelto a ver. Me odiaban porque era idéntica a mi abuela y eso no les gustaba, además llegaron a tener miedo de mi poder. Hace tiempo que vivía con mi abuela y cuando ella murió me quedé sola en este mundo, pero ella me dijo que mi misión era ayudar al portador de la vara, que se llama Faramir–Mística miró a Faramir y sonrió de manera reconfortante–Itarilde me dejó un mensaje para ti –dijo de nuevo volviendo a mirar los profundos ojos de Uiniendil que la miraban como si delante de él estuviera la mujer a la que tanto había amado. Merenwen se había dado cuenta y no le dió demasiada importancia... Pensó en lo que hubiera hecho ella en su situación y pudo comprenderlo–Ella dijo: "Algún día encontrarás a Uiniendil, sé que tú lo harás porque yo no pude. Galad no me dejó encontrarlo, él no era un buen hombre... El mal lo corrompía al igual que a tu madre, pero tú estabas destinada a recibir la protección ante el mal al igual que yo lo tuve... Y a saber manejar la magia gracias a la Reina del Hielo, pero ahora me muero... Porque no recibí el amor que necesitaba... Dile que nunca me olvidé de él y que siempre le querré aunque rehaga su vida con otras personas... Cuida de los bosques...". Estas fueron sus últimas palabras que se me quedaron grabadas para siempre hasta encontrarte.
Uiniendil miraba al fuego con los ojos muy abiertos, pensando en ella... No sabía que decir... Una profunda pena lo había invadido.
–¿Quién es la Reina del Hielo? –preguntó Nienor muy interesada.
–La Reina del Hielo es una mujer muy poderosa que tiene el don de entregar magia a los futuros magos y hechiceros cuando aún son pequeños. Ella es quien hace posible que haya magos y hechiceros. Es muy poderosa y se cuenta que vaga por los bosques ayudando a los que lo necesitan.
–Interesante.
–Uiniendil... Lo siento mucho... –dijo Mística.
–¿Galad dices? ¿Tu abuelo, el marido de mi Itarilde es Galad, el antiguo hechicero? –preguntó Uiniendil con una voz extraña.
–Sí –respondió Mistica y para sorpresa de todos Uiniendil se echó a reír, a carcajear. Reía como un loco al tiempo que las lágrimas brotaban de sus ojos, y Merenwen lo contemplaba con dolor y con temor... ¿Qué le ocurría? ¿Por qué se reía y lloraba así?
–Uiniendil... –La bella hija del viento era la única que se había atrevido a dar un paso.
–Espera–la detuvo Nienor–deja que se le pase el ataque de histeria.
–¿Tú sabes algo? –le preguntó excitada.
–Algo y se puede deducir más todavía. Una vez me encontré con Galad, yo también...
–¡Sí, tú también amiga! –le gritó Uiniendil– ¡Yo te lo conté cuando me uní a esta empresa! Desearía no haberlo hecho, desearía seguir en la trampa que ese maldito me puso... Él–dijo, con el rostro ya sereno y un extraño brillo en los ojos–era mi amigo, ¡ja! qué digo, se hacía pasar por mi amigo. Era él quien estaba detrás de mí cuando la perdí, y fue él quien me ayudaba a buscarla... Ahora veo que el muy hipócrita sólo me la ocultaba. Él, que la había deseado desde el día que la viera por primera vez, y cuando su padre aprobó nuestro cariño, de Itarilde y mío, él fingió que no ocurría nada...
Uiniendil estaba de morros, con la cabeza entre las rodillas.

Magia y Amor en la Tierra Media: Memorias de La Cuarta EdadWhere stories live. Discover now