No sabía cuánto tiempo estuvo encerrada, calculaba trece días, pero era difícil de determinar pues la habían mantenido privada de luz solar todo el tiempo. Por lo pronto, debía preocuparse por no ser atrapada de vuelta, pues su descuido le pasó factura la última vez. Lo siguiente era buscar la manera de volver sin el uso de su máquina, y lo único que se le ocurría era ir a ver a Reynaldo, desearía no tener que hacerlo, pero quizá era su única opción, siempre y cuando mantuviera la boca cerrada.
   
Decidió que debía avanzar pasado un rato, cuando se sentía lo suficientemente recuperada. Miró una última vez hacia atrás, pero quizá habría sido bueno no descuidar otros ángulos, pues una voz le habló viniendo de en frente.

Una mujer, sentada en una roca frente a ella, la miraba despreocupada, con altivez y con una sonrisa triunfante.

—Por fin te encuentro —dijo, ensanchando la sonrisa—. Supongo que eres quien Rhombulus me dijo.

La chica se puso tensa al escucharla, reconocía esa voz, era la misma mujer que escuchó hablar en varias ocasiones con Rhombulus, del otro lado de la pared. Ninguna de las dos se había visto la cara hasta ese momento.

—¿Quién eres tú? —preguntó la chica arrugando las cejas a la vez que tragaba saliva.

—Soy Kazael —respondió la mujer sonriendo ampliamente, por lo que dejó ver un par de colmillos asomándose—. ¿Cuál es tu nombre?

La roca en la que estaba era grande, lo suficiente para que sus piernas colgaran y aún quedara espacio entre los pies y el suelo. La chica procedió a examinarla. Al verse objeto de su escrutinio, la mujer enderezó su postura y estiró las piernas para que pudiera verla bien. Había un brillo inquietante danzando detrás de sus pupilas, algo que a la chica le resultaba incómodo de ver, como si sostenerle la mirada fuera pesado para la vista. Algo que le llamó la atención fue la pulsera que llevaba en su mano derecha, con una pequeña gema que emitía un brillo tenue. Supo que se trataba de un amplificador.

Sin embargo, ella no era wiccana, podía sentirlo. En cualquier caso, el llevar esa pulsera la puso más alerta. Significaba que era practicante del control de prana, con un nivel de magia desconocido, y que por lo tanto no debía bajar la guardia. Bien podía ser una aficionada de nivel básico, o una alumna avanzada con la capacidad de ocultar su aura, porque por más que lo intentaba, la chica no podía sentir su nivel de energía.

—Soy Amarys —dijo la chica pasado un rato.

La mujer levantó las cejas y momentos después frunció el ceño mientras entrecerraba los ojos, pensativa.

—Tú no eres Amarys —aseveró con firmeza—. No La Amarys —. Pronunció dicho nombre como si tuviera una connotación diferente—. Ella murió hace cientos de años, mucho antes de que tú o yo nacieramos, al menos eso cuenta la historia.

La chica no podía dejar de verla. Sus facciones eran extrañas, sus rasgos no condecían con su voz o su mirada. Le erizaba la piel de una manera que nunca antes había sentido. Lo que más le inquietaba era que no podía determinar su edad. Su cuerpo tenía las curvas suaves de una adolescente, sin embrago, alcanzaba por lo menos el metro con ochenta centímetros según parecía. Su rostro era aún más confuso, con una mezcla entre lo juvenil y lo maduro.

La silueta atractiva de una joven adolescente, la estatura superior a la media de una mujer adulta, y los ojos de una anciana que había vivido más que todos los mewmanos juntos.

Kazael parecía elogiada por ser examinada de la manera en que lo hacía la chica, sonriendo con un brillo en los ojos que se veían llenos de orgullo. Aunque dicha sonrisa era confusa, con un tinte sardónico que hizo pensar a Amarys que estaba frente a un maniquí... un maniquí atractivo de facciones finas.

Dimensión en llamasWhere stories live. Discover now