30

1.9K 136 12
                                    


Estoy enamorada, ya no puedo ocultarlo más. No puedo ocultar mis celos incluso. No soporto ver a Jackson en el papel de chico romántico y simpático junto a Hanna.

Lo peor es que ella se ríe y se divierte. Es detestable. Los odio a todos. Y ya ni sé por qué me tomo el tiempo de venir a almorzar con ellos.

Sentía tanta rabia que quería llorar justo allí.

Al final anoche Hanna no se quedó. Al poco tiempo notó que yo no tenía ninguna gripe, que algo malo me había pasado y por eso falté dos días a clase. No me preguntó de todos modos, porque decidí actuar el papel de reservada. Ya que claramente no le diría que lloré por ella,  luego de decirle que no siento nada.

Eso también fue incentivo para irse a casa. La noté triste y no tenía ánimos de consolarla. Porque todavía seguía fastidiada y ofendida. Cómo si de mi novia se tratara.

Porque Hanna se puede pasar la vida dándome cariño, tomando de mi mano, jugando a la misteriosa y luego va y coquetea en mis narices con Jota. Es despreciable y siento una bronca conmigo misma por permitir eso.

Por estúpida e ilusa.

Por creer que podría tener algo con ella.

Ni bien sonó la campana, me puse de pie.

Decidida a irme. Con los ojos brillosos. Soy una maricona sin remedio.

— ¡Mar!

Tragué saliva y voltee. La miré sin fuerzas.

—  ¿Podemos hablar?

— Lo siento. Tengo que ir a ayudar a mamá con algo importante. — mentí cabizbaja.

— Está bien pero primero ¿Podemos ir a algún lugar para hablar más tranquilas?

En verdad ella ignoró mi mentira. La miré de reojo e intenté calmarme, solté un suspiro.

No quiero.

— Está bien —  comencé a caminar detrás de ella.

Llegamos a las canchas de vóley que ahora estaban vacías. Nada más cubiertas por el sol del atardecer entrando por los ventanales y los ventiladores prendidos por el reciente trapeo. El olor era fresco. Lavanda y aromatizante.

Paramos detrás de las tribunas, un sitio angosto y ajustado por la pared y la madera blanca. Ella se giró para verme. Al fin nos detuvimos. Mis nervios me estaban carcomiendo.

Se ve tan hermosa. Con el uniforme. Su corbata. Su falda a cuadros. Sus medias finas y sus medias blancas junto con sus zapatillas. Estoy luchando para no morder mis labios.

Somos tan diferentes a pesar de utilizar el mismo atiendo. Yo me veo más floja y deplorable que ella. No le pongo espero a mi corbata, y uso la camisa fuera de mi falda. Además de que las medias no están hasta mis rodillas. 

— ¿Cómo te sientes?

— Mejor. — evité contacto visual.

Permaneció sin decir nada un momento.

— No quería presionarte anoche porque estaba tu mamá pero hay algo que he querido preguntarte.

No levanté la cabeza aún.

—  No era gripe, ¿verdad?  — buscó mis ojos pero la evité.

Suspiró.

—  Mari... — la miré asustada. Jamás me había llamado así.

— ¿Te hice llorar?  — Tragó saliva y dio un paso hacia delante. — Juro que no era mi intención pero es que Jota y yo-

— Ya lo sé. No quiero escuchar... Eso. Eso que dirás, Hanna. - bajé la vista - Me produces un montón de sensaciones que son imposibles de explicar y siento que si me dices que debo olvidarlo me voy a morir. Así que solo, no digas nada. Te lo pido por favor. Yo juro que-

Mi Dulce HannaWhere stories live. Discover now