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Otro día otro dólar. Bueno bromeo. Hoy desperté con pocos ánimos la verdad. Ayer me estuve carcomiendo la mente con el tema de Hanna y Alex. Malditos. Te odio Alex. Te odio.

Salí de casa con el uniforme puesto y pasé por la casa de Hanna pero no la busqué. Miré de reojo por la ventana de su habitación y vi las cortinas cerradas. Supuse que su noviecito ya la había llevado así que continúe mi andar.

— Marian! Esperame! — la escuché. Giré a mirar.

Cerraba la puerta de su casa y sostenía su cabello para no despeinarse con el viento . Corrió hacia a mi y nuevamente me abrazó. Se sintió tan bien sentir su aroma cerca de mi otra vez.

— Ibas a irte sin mí.

Se alejó y comenzó a caminar. La seguí.

— Pensé que Alex te llevaría.

— Oh, no. Es que le pedí que no.

— ¿Se lo pediste? - no pude evitar sonar extra curiosa.

— Si no me gusta que vayas sola.

¿De verdad?

— ¿De verdad?

— Claro. Te ves tan solita y me da tanta penita dejarte tan abandonada. — ríe. La miro con los ojos casi cerrados.

— Pues que buena samaritana me saliste. — contestó sospechando, me golpea.

— ¿Ya tienes pensado que llevar este fin de semana?

— Pues ropa.

— Ja.

— No lo sé. Un par de jeans, una camiseta de alguna banda que nadie conoce, o tal vez alguna sudadera.

— Mhmm... — continua caminando. Parecía guardarse algo.

— Qué — le dije.

— ¿Qué de qué?

— ¿Tienes algo para decir?

— No.

La miro fijamente. No contesta. Seguimos nuestro rumbo hasta la parada del bus. Una vez ahí no se aguantó y por fin lo dijo.

— ¿Puedo vestirte yo?

— ¿Qué? — escupí una sonrisa. — ¿Vestirme?

— Para el cumpleaños. No quiero que encajes, ni tampoco necesito que seas alguien que no quieras... Solo ...solo me gustaría verte, con linda ropa.

La sinceridad ante todo, dicen.

— No me pondré un vestido, mucho menos una falda.

— Estás llevando una.

— Obligada.

Roda los ojos rendida.

— ¿Y si te dejo elegir tu estilo?

Suspiré. — Puede ser. Pero nada de vestidos.

Ella se ríe y me encanta.

— Está bien. Esta tarde iré a tu casa y veremos qué tienes. Si no me gusta nada de lo que tienes, puedo prestarte.

Levanté una ceja indignada.

— ¡Bien! Si no te gusta nada de lo que tienes, te prestaré algo. — se corrigió

— Así me gusta. 

Luego subimos al bus que llegó y fuimos a la escuela.

Mas tarde volvíamos juntas de nuevo a casa. Hoy no tuve química con ella por lo que las horas eran un salto de 180 grados hasta volver a verla a la salida, así se sentía para mí.

Mi Dulce HannaWhere stories live. Discover now