Capítulo 34

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Harry

Mis oraciones han sido escuchadas. Rezar y pensar en él constantemente lo han traído hasta mí. He pensado en todo el tiempo que hemos compartido; no me he dejado ni un segundo por revivir. Era la mejor manera de pasar las horas; la mejor manera de olvidarme de la fría brutalidad de mi realidad. En cuanto oí un disparo a lo lejos, supe que me había encontrado. Unas manos asustadas me obligaron a levantarme del suelo y poco después oí la voz de Louis.

La presión del cuerpo sudoroso de mi captor contra el mío era insoportable. Notaba cómo temblaba, pero me resistía a dejarme afectar por sus convulsiones. Me obligué a permanecer inmóvil. Usé toda mi energía en mantenerme quieto, como congelado, casi sin respirar.

Porque sabía lo que Louis iba a hacer; podía oír sus intenciones en mi mente. Vi el estallido de la madera del árbol muerto en el claro del bosque. Supe sin ningún atisbo de duda que mi secuestrador estaba a punto de morir.

El pitido que resuena en mis oídos es doloroso, y el líquido caliente que me baña la cara, insoportable, pero no puedo limpiármelo. Cuando mi captor deja de sujetarme, las rodillas no me sostienen y caigo al suelo de hormigón. El aire que he estado conteniendo quiere liberarse con el impacto, pero la mordaza lo impide.

Sé que en la habitación ya sólo estamos Louis y yo —al menos, entre los vivos—, pero igualmente salto como un animalillo asustado cuando sus grandes manos me agarran y me sienta sobre su regazo.

Rápidamente me libera las muñecas. Noto que los huesos crujen aliviados y que los músculos se contraen, volviendo a la vida. Aprieto las manos y noto una sacudida de dolor en los brazos mientras él me quita la venda de los ojos. Aprieto los párpados con fuerza. La luz ambiental es demasiado intensa tras las horas que he pasado en la oscuridad más absoluta.

—¡Por Dios, Hazzy! —susurra acariciándome la cara con frenesí—. Abre los ojos, ángel.

Me arranca la mordaza y respiro profundamente. Los pulmones me queman, agradecidos. Abro ligeramente los párpados. Necesito verlo, pero aún no puedo tolerar la luz. Sus fuertes muslos bajo mis hombros me confortan. No puedo hacer nada más que dejarme consolar por él. No puedo levantar los brazos, tengo la boca seca y los ojos doloridos.

A pesar de todo, creo que nunca me había sentido tan bien. Me siento en paz, seguro y esperanzado. Me siento decidido. Después de lo que hemos pasado, ya nada podrá interponerse entre nosotros: ni los demonios internos de Louis, ni los enemigos ni las expectativas de mi padre. Nada.

Parpadeo varias veces y logro enfocar un poco. Louis es una nebulosa oscura que se cierne sobre mí, pero distingo la silueta del hombre al que amo.

Una sombra.

Me pongo nervioso al no poder ver sus rasgos con claridad. Logro llevarme las manos a la cara y, con movimientos torpes, me froto los ojos para librarme de la niebla que los cubre. Los abro y lo intento de nuevo.

Lentamente, la niebla se disuelve y Louis toma forma ante mí. Veo su rostro con nitidez. Es lo más perfecto y magnífico que he visto nunca. Trago saliva y abro la boca para hablar, pero mis labios se quedan trabados, frustrándome una vez más. Hay tantas cosas que quiero y necesito decirle. Necesito que sepa que lo acepto, con sus secretos, sus errores y sus remordimientos. Tiene que saber que lo ayudaré en todo lo que quiera, que juntos lo arreglaremos todo. Pero las palabras se niegan a salir y, cuando él me apoya un dedo en la boca para tranquilizarme, dejo de intentarlo.

—Lo sé —me dice en voz baja, acariciándome la mejilla—. Ya lo sé, ángel.

Sólo puedo asentir débilmente. No me dan las fuerzas para nada más, y, cuando él me dirige una sonrisa —triste pero aliviada—, sé que me entiende.

El Protector [L.S]Where stories live. Discover now