Capítulo 24

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Harry

Louis está tenso y nervioso hasta que llegamos a su Range Rover, aparcado en un callejón cercano. Tampoco se tranquiliza mucho más cuando ya estoy sentado en el coche. Sigue alerta, pendiente de todo mientras recorremos la ciudad en dirección a las afueras.

Y lo peor es que me está contagiando su nerviosismo y no puedo parar de mirar a todas partes, buscando coches de policía. Esta vez mi padre se ha pasado muchísimo. Cada vez que pienso en que ha pagado a Alexander para que denuncie a Louis, siento ganas de vomitar. Me pregunto hasta dónde estará dispuesto a llegar para mantenerlo apartado de mí. Trato de entender sus motivos, busco algo que me permita justificarlo, cualquier cosa que sirva para diluir un poco el odio que siento por él en estos momentos, pero no encuentro nada. Jamás logrará separarnos. Juro que, si mantiene esa actitud, no volveré a hablar con él nunca más. Para mí, estará muerto.

Me vuelvo hacia Louis.

—¿Qué vamos a hacer con mi padre?

—Deja que yo me ocupe de eso —responde con frialdad.

Ha recuperado la compostura; parece hasta sereno. No lo entiendo.

—Louis, ¡quiere que te metan en la cárcel para alejarte de mí!

—Pero no lo va a conseguir.

Me quedo con la boca abierta. ¿No es consciente del poder que tiene mi padre?

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Confía en mí. —Alarga la mano y me aprieta la rodilla con delicadeza—. Tu padre no va a ganar, Hazzy.

Bajo la mirada hacia su mano. Su tacto cálido es reconfortante, pero no logra tranquilizarme del todo.

—Eres un excombatiente —murmuro—. Tú querías salvar el mundo, pero a él sólo le interesa controlarlo.

Le acaricio la cara, con su barba incipiente, y él me suelta la rodilla y apoya su mano sobre la mía, cerrando los ojos un instante. De pronto parece desanimado, sumido en sus pensamientos.

—Te quiero, ángel —me dice en voz baja, llevándose mi mano a los labios para darle un beso suave—. Más que a nada en el mundo.

Sonrío. Desearía poder expresar lo mucho que significa para mí, pero no encuentro las palabras adecuadas, y me limito a contestar:

—Ya somos dos. —Imitando su gesto, me llevo su mano a los labios y le beso los nudillos—. ¿Adónde vamos?

—A una casita que tengo en el campo; nadie la conoce.

—¿Vas a esconderme en el campo? ¿Hasta cuándo?

—Hasta que tu padre recupere la cordura.

Tengo que aguantarme para no echarme a reír.

—Pues me temo que no voy a salir nunca de allí —susurro, y me echo hacia atrás en el asiento, relajándome.

Él me dirige una sonrisa burlona.

—Pues te quedarás allí para siempre.

Me encojo de hombros sin inmutarme.

—Por mí, bien.

Tras dos horas de viaje, tomamos una diminuta carretera comarcal, bordeada por setos a lado y lado. Veinte minutos más tarde, seguimos de camino; la carreterita parece no tener fin, así como las curvas a un costado y a otro. Por suerte, no nos hemos encontrado a ningún otro conductor de cara, porque la vía es tan estrecha que no pasarían dos coches al mismo tiempo. Vamos, ni siquiera pasaría una bicicleta.

El Protector [L.S]Where stories live. Discover now