Capítulo 73

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—Vamos dentro, estás helada —murmuró Grindelwald.

—Es que hemos volado toda la noche —respondió Bellatrix sonriente.

Entraron a la habitación del mago y él se aseguró de bloquear bien las puertas del balcón. Mientras, la bruja observó la enorme habitación, en tonos plateados y azul oscuro, con un mobiliario exquisito y un amplio vestidor. Aunque su parte favorita fue el olor de Grindelwald que flotaba por todas partes. No perdió la oportunidad de tomarle el pelo:

—¿No crees que te pasas un poco con el perfume? Aquí apesta a ti.

El mago oscuro la miró con una sonrisa burlona. "¿Qué?" le espetó ella frunciendo el ceño. Con un gesto de cabeza, Grindelwald le señaló su escritorio: dos velas de amortentia ambientaban la habitación con el olor favorito de cada uno. Le explicó con sorna que no llevaba ningún perfume. "¡Porras, me ha pillado!" pensó Bellatrix disimulando. Él la atrajo por la cintura y la contempló en silencio.

—Tienes muchas cosas que contarme —murmuró.

—Sí, tú también, ¿cómo has estado? —preguntó ella pasándole los brazos por el cuello.

—Bien, como siempre: urdiendo plantes, rechazando a gente que se enamora de mí, intentando asesinar a Antonio... esas cosas.

Ella sonrió y le acarició el pelo. Había cambiado de corte: ahora le alcanzaba el cuello en un despeinado perfecto (y, conociéndolo, planeado al milímetro), con un par de mechones enmarcando elegantemente su rostro.

—Me hiciste caso —comentó satisfecha—. Estás aún más sexy y pareces más joven, casi demasiado para mí.

—No fue lo único en lo que te hice caso —sonrió él.

Se abrió la chaqueta, después el chaleco y finalmente la camisa. En su pecho llevaba un tatuaje en tonos grises que a Bellatrix le pareció la obra de arte más increíble del mundo.

—¡Te has tatuado un lobo! —exclamó acariciándolo con las yemas de sus dedos.

—Es una loba.

Bellatrix alzó la vista y lo miró con gravedad. Seguidamente cogió a Antonio, que seguía agarrado a ella, y se acercó a la puerta. Con voz dulce le indicó:

—Ve a buscar sangre, pequeñín, tu papi y yo tenemos que follar durante horas y no quiero traumatizarte.

Por entendimiento o por intuición, el chupacabra desapareció correteando por el pasillo. "No soy su papi" protestó Grindelwald cuando Bellatrix cerró la puerta. "Claro que lo eres" respondió ella abalanzándose sobre él. El mago no tuvo opción a replicar: al segundo siguiente se vio en la cama debajo de Bellatrix. La chica se desnudó deprisa y él no sé quedó atrás. Recuperaron el tiempo perdido sin detenerse ni para respirar.

—Me tranquiliza constatar que seguimos siendo igual de extraordinarios en este campo— murmuró el mago dos horas después.

Bellatrix mostró su aquiescencia con suave gruñido mientras se acurrucaba junto a su pecho. Él la abrazó y, tras toda la noche volando a lomos de un dragón, se quedó profundamente dormida. Grindelwald llevaba prácticamente sin dormir desde la desalentadora visión que tuvo hacía más de una semana. Estaba agotado a todos los niveles. Aún así, no cerró los ojos, la contempló durante horas, acariciándole el pelo y agradeciendo tenerla de nuevo junto a él. Era un regalo que —pese a su arrogancia— no creía merecer.

—¿Qué hora es? —murmuró Bellatrix desperezándose.

—Las ocho de la tarde.

—Mmm... —murmuró— Los dragones llevamos horarios raros.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora