Capítulo 10

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El viernes Bellatrix despertó cuando sonó su hechizo despertador. Había dormido muy pocas horas, pero el tren que la llevaría a casa para celebrar la Navidad salía a las nueve en punto, así que no había opción a remolonear. Se frotó los ojos agotada mientras a su mente acudían lentamente los recuerdos de la noche anterior. En concreto acudió uno:

-Genial, Mr. Sexy es gay. Mi vida va fatal –masculló mientras buscaba su varita para encender la luz.

-Como mucho bi, cielo, y eso si no es hetero...

Bellatrix casi se cayó de la cama del susto. Lo evitó Eleanor, que la tenía fuertemente abrazada por la cintura.

-¡Joder, qué susto me has dado, Nellie! No recordaba que estabas aquí, es la primera vez que paso la noche con alguien.

-Sí, yo también prefiero largarme después de hacerlo... Pero contigo no, hueles muy bien –murmuró hundiendo la cabeza en su cuello-, hueles tan bien que te comería.

Bellatrix sospechó que no era una metáfora sexual: la leyenda era que en su pastelería las empanadas eran de carne humana, así que veía perfectamente posible que hablase en sentido literal. Aún así no lograba sentir nada negativo hacia Eleanor; era como Antonio, un cachorrito necesitado... solo que mucho más sexy. Se besuquearon un rato pero pronto tuvieron que separarse.

-Tengo que terminar mi equipaje, no creo que me dé tiempo ni a desayunar –comentó Eleanor recuperando su ropa esparcida por el suelo-. Pero mejor, seguro que papá me ha preparado un montón de cosas ricas para comer.

Con un gesto de la varita de Bellatrix, su compañera estaba vestida y su ropa como recién lavada. Eleanor, fascinada con sus capacidades mágicas, volvió a trepar sobre la cama, la besó y se despidió.

-Que tengas muy buenas Navidades, amor, si te queda algún rato libre ven a verme. Recuerda, Bloody Wonders en el número 23 del Callejón Knockturn.

-Sería difícil olvidar la segunda casa de Rodolphus... -comentó Bellatrix- No creo que tenga tiempo con todas las estúpidas fiestas de mis padres, pero nunca se sabe. Feliz Navidad, Nellie.

Cuando su sonriente amiga se marchó, Bellatrix se duchó, cerró su baúl y bajó a desayunar. Había pocos estudiantes y entre los profesores también había notables bajas (entre ellos Grindelwald). Muchos habían pospuesto el momento de hacer equipaje hasta última hora, otros estaban tan cansados tras el baile que querían aprovechar el último minuto de sueño y unos pocos estaban tan ansiosos de volver a casa que ya habían salido al patio exterior con sus baúles. Pero por supuesto Rodolphus Lestrange no pensaba saltarse el desayuno.

-¿Qué tal fue anoche, Bella?

-Muy bien.

-¿Me puedes dar más detalles?

-Por supuesto que no. Soy una dama, nunca hablo de esas cosas.

-Ya, ya, sí –aseguró él-. ¿Pero acabasteis bien la noche? ¿Ha sido un rollo de una sola cita o la vas a seguir viendo? ¿Habéis quedado para Navidades?

Bellatrix puso los ojos en blanco. Pero como estaba demasiado cansada para discutir, le dijo a su amigo lo que deseaba oír:

-Vas a seguir teniendo envíos de su pastelería.

-¡GRACIAS A SALAZAR! –exclamó el chico untando en mantequilla su tercer bollo- Y a ti, Bella. Te daré una rana de chocolate de las que compre en el carrito del tren.

-¡Pero cómo puedes comer tanto! –le reprochó desesperada- Rod, te lo advierto: como engordes un kilo y dejes de tener aspecto de jugador de quidditch, no me casaré contigo.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora