Capítulo 69

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—¡Ya está bien, Bellatrix! —la reprendió Grindelwald— Estate quieta y dame la mano, hay mucha gente y no quiero perderte.

La chica intentó contorsionarse para lograr su objetivo, pero al final se rindió: no podía darle la mano y a la vez tocarle el trasero. Como él tenía razón y la final de la Liga de Duelo estaba altamente concurrida, tuvo que obedecer. 

Grindelwald los había aparecido en Cardiff, frente al Gran Palacio de las Brujas Celtas donde se celebraba la competición. El duelo y el quidditch solían alternarse el primer puesto entre los deportes más populares: dependiendo de la emoción de la temporada los magos preferían uno u otro y ese año le había tocado al duelo. Por eso miles de personas entraban apelotonadas por las diferentes puertas del recinto para ocupar sus asientos.

—La entrada para las personalidades importantes está al otro lado —murmuró Grindelwald.

—¿Crees que venderán comida? Tengo hambre.

—Hubieses hecho bien en pensarlo la cuarta vez que has exclamado alegremente: "¡Follemos de nuevo, no necesitamos comer!".

Bellatrix se rio de sus propias palabras pensando que era una genio. La tranquilizó ver que en el acceso al palco presidencial estaba mucho más vacío. La gente seguía desagradándole, aunque un poco menos ahora que disfrutaba presumiendo de novio.

—¡Bellatrix! —la saludó una voz a sus espaldas— Imaginaba que te vería aquí.

—¡Sabrina! —exclamó la chica con alegría— No sabía que vendrías, creía que estabas en Mongolia.

—He vuelto esta mañana, nunca me pierdo la final, el presidente de la Liga es amigo mío —aseguró la mujer saludando a la pareja con amplia sonrisa.

—¡Qué bien! ¿Ha venido Nellie? —preguntó Bellatrix buscando a su amiga con la mirada.

—¿Nellie? ¿A una exhibición de magia en la que todos los participantes llevan "la misma túnica deportiva más fea que un troll cojo"? Se ha partido de risa cuando se lo he ofrecido —suspiró Sabrina—. Se ha ido con mi marido a una competición de tartas en el Callejón Diagon, ganan siempre y les encanta burlarse del resto... Así que he venido con Amelia, ¿os conocéis? Me contaste que examinaste a Bella, ¿no?

Sabrina se giró hacia su acompañante, una mujer de melena corta castaña, mandíbula cuadrada y expresión severa. Bellatrix la reconoció: Madame Bones, presidió su tribunal de Transformaciones. Grindelwald la saludó cortés y Bellatrix hizo lo propio.

—Sí, me acuerdo de la señorita Black... —murmuró lentamente — Vería usted el cielo abierto cuando le pedí que copiase los ojos de su profesor de Defensa, ¿me equivoco?

Los miró a ambos con suspicacia, pero antes de que pudieran defenderse alegando (falsamente) que en ese momento todavía no eran pareja, una voz escocesa se les adelantó:

—Siendo justas hemos de reconocer que Bellatrix hubiese sido capaz de copiar los ojos de cualquiera... Lo que tiene de lianta lo tiene de hábil.

—Minerva —la saludó Grindelwald besándole la mano con galantería—. Solo mi corazón sabe cuánto te he añorado.

—Ya lo dudo, Gellert —comentó ella burlona.

—No estábamos juntos durante mis exámenes —mintió Bellatrix con descaro—. De hecho quería darle las gracias, Madame Bones, porque creo que fue en ese momento, cuando usted me hizo mirarle a los ojos, cuando se me revolvió el corazón y pensé que quizá sentía algo más que admiración por mi profesor...

Grindelwald tuvo que hacer acopio de todas sus dotes como embaucador para no reírse; lo logró y asintió con gravedad. Ninguna de las tres mujeres pareció creerlos. McGonagall y Bones abrieron la boca a la vez para replicar, pero Sabrina (la única que sabía con certeza que mentían), las interrumpió:

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora