Capítulo 30

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—¿Y? ¿Cómo fue anoche? –preguntó Eleanor expectante.

Se acababan de despertar, pero como era sábado no tenían planes de moverse de la cama. Bellatrix se frotó los ojos somnolienta sin saber cómo explicárselo. Por un lado, ella misma dudaba de que el episodio de los dragones hubiese sucedido de verdad. Y por otro, le daba vergüenza reconocer que perdonó a Grindelwald. No se arrepentía en absoluto, pero no sabía si su amiga lo comprendería.

—Le perdonaste, ¿verdad? –inquirió Eleanor.

—Bueno, sí... —reconoció Bellatrix.

—Sabía que lo harías.

—Es que...

—No me parece mal. No me cae mal del todo y creo que a ti te considera especial.

—¿Cómo? –preguntó Bellatrix frunciendo el ceño— ¡Pero si le amenazaste con matarle y le dijiste cosas bastante inadecuadas!

—Hay que dejar claro quién manda, Bella, es importante –explicó su amiga con tranquilidad—. Además, no recuerdo haber comentado nada impropio, ¿o acaso tú crees que sabe cocinar?

—No, Nell, no me refería al comentario sobre la cocina...

Su amiga frunció el ceño intentando recordar algo inapropiado que saliese de su boca, pero no le vino nada a la cabeza. Bellatrix la tuvo que ayudar:

—¿Te parece normal elucubrar sobre el tamaño de la... varita de un profesor?

—¡Ah, eso! –exclamó Eleanor riendo— Bah, se lo dije para comprobar si su ego era demasiado frágil o se aguantaba por ti (pasó la prueba, por cierto). Todo el colegio sabe que en ese aspecto va sobrado; es imposible no fijarse con lo ajustados que lleva los pantalones...

Bellatrix hundió la cabeza en la almohada entre avergonzada y feliz. Después le relató lo sucedido la noche anterior. Eleanor la escuchó con atención, sorprendiéndose en algunas partes y enfureciéndose en otras (también resultó ser animalista) pero sin interrumpirla. Solo de vez en cuando comentó que los cadáveres le hubiesen venido bien a su padre para las empanadas de Bloody Wonders.

—Y eso fue todo... Matamos a los dos hombres que quedaban vivos, nos besamos, liberamos a los dos dragones que quedaban y volvimos a...

—¡Espera, espera, espera! –la interrumpió Eleanor exaltada— ¿¡Cómo que os besasteis!? ¡Haber empezado por ahí!

—Es que eso fue...

—¡Una hora me has tenido describiéndome maleficios que no me interesan una porra y cuando llegamos a la parte buena "nos besamos y a otra cosa"! –protestó la joven— Nunca te hagas comentarista de quidditch, Bella, no servirías. Y ahora cuéntamelo bien: quién beso a quién, si hubo lengua y sobre todo si cumpliste el sueño de todas las chicas y chicos del colegio y le tocaste el culo.

—¡Esas cosas no se cuentan, Nellie! –protestó Bellatrix nerviosa, pues nunca había tenido amigas con las que cotillear.

—No se cuentan... salvo a tu más mejor amiga del mundo. Y esa soy yo. ¡Desembucha!

Rieron y bromearon hasta que Eleanor consiguió confirmar que el trasero de Grindelwald estaba a la altura de su leyenda.

—Tampoco es que tocase mucho –reconoció Bellatrix—, no era el momento para pasar a mayores...

—Ya... Viendo como es ese hombre no querrá nada hasta que termines el colegio. Incluso me extraña que te besara...

—No creo que fuese premeditado. Pero sí, creo que será así... Supongo que fingiremos que lo del beso no pasó y seguiremos como antes –reflexionó Bellatrix—. No me parece mal, nunca había tenido una relación así y me pone un poco nerviosa.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora